Cu¨¢nto cuesta el cine
Una tormenta de nieve. En tan solo una hora la calle ha sido cubierta con un manto blanco. Ma?ana, cuando me asome a la ventana, hasta los coches habr¨¢n quedado sepultados".
As¨ª podr¨ªa comenzar este art¨ªculo y no faltar¨ªa a la verdad. Solo los ancianos pueden recordar un a?o con tantas nieves como este en Nueva York. Y a m¨ª, reproducir lo que ocurre tras la ventana de mi estudio, me sale gratis. Cuando nieva, lo escribo. Y es posible que tambi¨¦n se cuele en alg¨²n p¨¢rrafo de la pr¨®xima primavera ese momento que no por esperado es menos m¨¢gico en que los perales y los casta?os se llenan de flores. C¨®mo no recurrir a lo que ocurre al otro lado del cristal para describir el propio estado de ¨¢nimo. Tambi¨¦n puedo hacer que llueva o nieve en mis libros. Y, si quiero, trasladar esta misma nieve que veo caer ahora al pasado, hacer que desde esta ventana est¨¦ mirando una mujer de hace ya casi un siglo, cuando fue construido el edificio. No har¨ªa falta perderse en prolijas descripciones: si quien escribe tiene el talento de saber escoger unos cuantos detalles significativos, el lector se desliza sin sentirlo a otra ¨¦poca de la que ya tiene nociones literarias o visuales. La radio se parece a la literatura en que tiene el mismo poder evocador. Ahora, por desgracia, ya casi no se hacen dram¨¢ticos pero ah¨ª siguen los efectos sonoros en el archivo, el crujido de unos pasos, el rumor de la lluvia, el gru?ido de una puerta vieja, esperando a que se calme la fiebre de las tertulias y se ceda alg¨²n espacio a la ficci¨®n. En el cine, en cambio, todo ha de estar a la vista. En un medio tan naturalista hasta los enga?os tienen un precio elevad¨ªsimo. David Lean se las promet¨ªa felices rodando El doctor Zhivago en una Soria nevada que iba a sustituir a Rusia y se encontr¨® con que 1964 tuvo el invierno m¨¢s benigno que se recordaba en a?os. No hubo otra que simular la nieve con polvo de m¨¢rmol y sal en las zonas m¨¢s visibles y con extensiones enormes de pl¨¢sticos blancos en los espacios lejanos. Pensaba en esto el otro d¨ªa al ver El discurso del rey. No es una pel¨ªcula hist¨®rica de presupuesto disparatado, se podr¨ªa decir incluso que es sobria en su puesta en escena y, sin embargo, de qu¨¦ impecable manera se consigue que una calle londinense de 1939 sea absolutamente cre¨ªble a nuestros ojos, as¨ª como el estudio en que un extravagante doctor ense?a al rey Jorge VI a hablar venciendo el tartamudeo. Pero la sobriedad en el cine no es lo mismo que la cutrez. El espectador de pel¨ªculas percibe la baratura al instante y la rechaza. Le¨ªa la semana pasada el popular¨ªsimo art¨ªculo de Isabel Coixet sobre el futuro del cine. Escrib¨ªa Coixet que los directores han de hacer lo posible por contar historias que consigan atrapar a un espectador mucho menos entregado a ese arte de lo que estuvo hace cuarenta a?os, y rodarlas en el formato que les sea posible, romperse la cabeza para sacar adelante una pel¨ªcula original, personal, diferente. Hermoso. L¨¢stima que sea una verdad a medias: no todas las historias pueden contarse con un presupuesto humilde. A menudo, ese trabajo colectivo exige algo tan dif¨ªcil como que cada uno de los oficios que intervienen en ¨¦l est¨¦n primorosamente hechos por profesionales excelentes. De hecho, si yo puedo disfrutar con esta pel¨ªcula inglesa, The King's Speech, es porque todo est¨¢ a favor: la puesta en escena; la generosidad en los planos; la sabidur¨ªa con la que una an¨¦cdota adquiere un tono ¨¦pico por obra de un guionista talentoso; el trabajo de unos actores que en s¨ª mismos tienen mucho valor, porque cada una de sus respiraciones contiene el aliento de a?os de experiencia en la interpretaci¨®n. No es lo mismo Geoffrey Rush que cualquiera, ni Colin Firth que cualquiera. Ellos encarecen una pel¨ªcula porque su trabajo es sobresaliente. Qu¨¦ se le va a hacer: no es un medio barato. A los amantes del cine nos gustan las pel¨ªculas independientes pero hay historia que exigen un alto presupuesto. La mayor¨ªa de las pel¨ªculas hist¨®ricas, de aventuras o de ciencia-ficci¨®n no pueden estar hechas con tres duros. Tampoco las series, a no ser que se trate de una comedia de situaci¨®n donde solo prime el di¨¢logo. Mad Men nos gusta porque percibimos el talento en la ambientaci¨®n, el vestuario, la luz, la m¨²sica, los di¨¢logos, el rigor hist¨®rico y esos actores que te hacen enamorarte de los personajes. Nada de eso podr¨ªa sustituirse solo con vocaci¨®n o un voluntarismo amateur. Y est¨¢ bien que as¨ª sea porque el cine no es una escena teatral tras otra, aunque a veces pueda serlo. Tal vez haya que asumir que no hay vuelta atr¨¢s y que el abandono de los espectadores de las salas ser¨¢ paulatino y definitivo. No lo s¨¦. Pero el hecho de que este sea el destino no quiere decir que haya que aceptarlo con alegr¨ªa o con un encogimiento conformista de hombros. El espectador de hoy, dicen, ve una pel¨ªcula mientras mira el correo o entra en Facebook. ?Hay que admitir sin rechistar esa incapacidad para estar centrado durante dos horas en una sola actividad? No quiero poner ni una sola nota de romanticismo a esa p¨¦rdida, no hablar¨¦ de la magia de la sala oscura, ni de las tristes tardes de domingo, etc¨¦tera, pero esa creencia tan popular de que el futuro siempre va a ser mejor es incierta. Y muy antigua.
La sobriedad en el cine no es lo mismo que la cutrez. El espectador percibe la baratura al instante y la rechaza
'El discurso del rey' tiene una puesta en escena brillante, un gui¨®n talentoso y unos actores excelentes
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