Somos nuestra infancia
La memoria se fija en la ni?ez y nos da identidad: lo primero que se aprende es lo ¨²ltimo que se olvida - Seg¨²n se pierden recuerdos uno se despide de s¨ª mismo
Cuando Pasqual Maragall, el expresidente de Catalu?a, que sufre alzh¨¦imer, subi¨® al estrado de los Goya a recoger el premio que correspondi¨® al documental Bicicleta, cuchara, manzana sobre su experiencia, probablemente ten¨ªa en la mente el poderoso influjo de su infancia, acaso sus recuerdos m¨¢s felices o s¨®lidos.
Su mujer, Diana Garrigosa, vicepresidenta de la fundaci¨®n que preside su marido, dice que "todo lo que cuenta del colegio, todo lo que se refiere a su madre, a su padre, a su hermano, le da seguridad. La suya fue una infancia muy feliz". De los recuerdos s¨®lidos, los que tiene de cuando se inauguraron los Juegos Ol¨ªmpicos de 1992, "¨¦l, ante una multitud, hablando catal¨¢n". Fue siempre una persona positiva, as¨ª que almacena "los mejores recuerdos, as¨ª fue toda la vida; los malos los aparc¨® siempre".
El alzh¨¦imer afecta al hipocampo, que almacena los recuerdos
Los medicamentos no impiden la acci¨®n del tiempo sobre el cerebro
Le gust¨® hacer la pel¨ªcula, y verla; "recre¨® situaciones y sitios, como la casa en la que vivimos en Nueva York". Y cuando agradeci¨® el premio, ante tanto artista, "se sinti¨® c¨®modo; con gente siempre dice cosas con sentido; lo sinti¨® como una gratificaci¨®n, y ese cari?o es muy positivo para ¨¦l. Y s¨ª, en este tiempo recibe como postales de la ni?ez; cuando siente que le quieren recuerda a su madre, a su padre, a su hermano, aquella ¨¦poca. Y del mismo modo siente el cari?o a sus nietos, la preocupaci¨®n por ellos es un s¨ªntoma de su cari?o por la infancia".
La infancia es la primera memoria, y es la ¨²ltima que se pierde. A la infancia se vuelve, siempre, ah¨ª est¨¢ la ra¨ªz de la memoria; cuando los recuerdos se evaporan, el ¨²ltimo basti¨®n es la infancia. Julio Llamazares, el poeta y narrador que escribi¨® Memoria de la nieve y, a¨²n m¨¢s, La lluvia amarilla, dice: "La memoria es la identidad. En la infancia se determina nuestro ADN".
El poeta alem¨¢n Michael Kr¨¹ger escribi¨® en su libro Previsi¨®n del tiempo (NorteySur, traducci¨®n de J. L. Reina Palaz¨®n) unos versos que resumen la importancia que la infancia tiene en ese ADN del que habla Llamazares: "A veces me escribe la infancia / una tarjeta postal: ?Te acuerdas?"
La infancia es la caja negra de la memoria. En la ahora famosa pel¨ªcula El discurso del Rey, candidata a 12 oscars, el personaje que encarna Colin Firth (Jorge VI) le confiesa detalles de su infancia a Lionel Logue (Geoffrey Rush), su exc¨¦ntrico logopeda. Y en ese relato sobre las maldades que sufri¨® de ni?o descubre Lionel la ra¨ªz de la tartamudez de su ilustr¨ªsimo cliente.
La memoria, dice el doctor Carlos Belmonte, director del Instituto de Neurociencias de Alicante, almacena "los recuerdos intensos, las amenazas; y cuando esos recuerdos proceden de la infancia son m¨¢s dif¨ªciles de eliminar". Durante un periodo de tiempo, eso que est¨¢ en la memoria desde la infancia "puede ser borrado, reforzado o cambiado, pero pervive sobre todo lo que viene de la ni?ez, que es la memoria m¨¢s v¨ªvida". "Mire, por ejemplo", dice Belmonte, "Ciudadano Kane... Lo ¨²nico que Kane recuerda es Rosebud, el nombre de su trineo...".
La infancia, en efecto, env¨ªa postales. Hay un libro de Llamazares, Escenas de cine mudo, en el que aparecen "muchas de esas postales que la infancia nos env¨ªa". "El metabolismo sentimental de las personas lo marca la infancia". Y la memoria que se nutre de ese metabolismo "es un campo de arenas movedizas, como un banco de nubes que dejan pasar la luz o que la niegan".
La memoria, dice Soledad Pu¨¦rtolas, novelista, "nos sit¨²a en la infancia; en ese recuerdo est¨¢s". Ella recibe postales, por decirlo as¨ª, "de compa?¨ªa y de soledad". Y cuando son de compa?¨ªa le viene la imagen de su abuela materna. "Ella es la referencia del cari?o incondicional, la met¨¢fora de la persona que nunca te deja". Y la postal de su soledad es el balc¨®n del piso que ten¨ªan en Zaragoza. Ser¨ªa imposible vivir sin olvido, por mucha insistencia que ponga la infancia en enviar postales. "As¨ª que borras aquello que no quieres que haya sucedido". Pero vuelve; es la esencia de la literatura, "que deja volver tambi¨¦n los recuerdos indeseados".
La escritora ?ngeles Mastretta tiene dos memorias: "Una es diestra, pero caprichosa: elige, abandona y en el caso de la infancia siempre recompensa", dice. "La otra me tilda de idiota, me hace sentir inferior, no me acompa?a en los nombres y los hechos diarios".
Pero la memoria no solo tiene su lugar de nacimiento (en la infancia), a partir de los tres a?os, sino que tiene un sitio. El doctor Jorge Tiz¨®n, psiquiatra, psic¨®logo y neur¨®logo, autor de varios libros de su especialidad, est¨¢ de acuerdo con Llamazares: hay muchas memorias (la psicol¨®gica, la neurol¨®gica, la endocrina, la inmunitaria...), todas nos permiten reacciones (el amor, el odio...), pero la que m¨¢s nos importa, la que el com¨²n de los mortales llama simplemente memoria, "es la que nos proporciona identidad".
Hay maneras de agredir a esta memoria, hay formas de traumatizarla con sufrimientos y otras alteraciones. Cuando esto se produce en la infancia, cuando m¨¢s postales estamos percibiendo para enfrentarnos luego a la vida, "se producen estragos que duran en forma de alergias y otros inconvenientes". Entre estas alteraciones est¨¢, por ejemplo, la afecci¨®n que ahora resulta tan famosa que parece de ficci¨®n: la tartamudez del rey Jorge VI.
Todo lo que recordamos m¨¢s n¨ªtidamente nace a los tres a?os, y ese almacenamiento m¨¢s puro dura hasta la adolescencia. Luego, la memoria empieza a ser quebradiza; a los 40 a?os tenemos charcos, a los cincuenta ya hay lagunas, y la memoria empieza a causar malas pasadas cuando superamos los sesenta. Y hay un momento, dice el doctor Tiz¨®n, en que se deshace la memoria; por ejemplo, a causa del alzh¨¦imer. "No solo se deshacen los recuerdos; se deshace la identidad... Las experiencias est¨¢n ah¨ª, en el hipocampo, donde se almacenan". En esa "unidad central de procesamiento" est¨¢n. El alzh¨¦imer los aleja. La infancia los hace durar.
Estamos programados gen¨¦ticamente, dice el doctor Tiz¨®n; el sistema nervioso va diciendo cu¨¢nta memoria nos queda, y nada detiene ese proceso cuya intensidad marca la infancia. Los medicamentos no impiden la acci¨®n del tiempo sobre el hipocampo. Ah¨ª se concentra el temor que animaba esta frase de Henry James que recuerda Tiz¨®n: "La mayor fuente de terror en la infancia es la soledad". Y la felicidad es lo que hace s¨®lido el recuerdo que m¨¢s cuesta perder. Esas postales de las que habla Kr¨¹ger y en las que insiste, por ejemplo, la memoria de Maragall.
Andr¨¦s Trapiello, que narra su vida en diarios, considera que fijar lo que sucede "sirve para reconstruir la memoria, pues si esta act¨²a te ha de hallar recordando". La memoria es "un movimiento continuo"; "hay un libro m¨ªo, El arca de las palabras, que nace de mi recuerdo de c¨®mo aprend¨ª el significado de una serie de palabras que descubr¨ª en mi infancia. Ah¨ª relaciono los recuerdos con las primeras palabras, y por tanto con la infancia". La infancia "es intensiva (la edad adulta es extensiva). Nos obliga a sumergirnos, a ahondar (la memoria involuntaria de Proust). La edad adulta discurre, se extiende. La infancia es un territorio ilimitado, insondable; la edad adulta tiene l¨ªmites".
Trapiello recuerda lo que dec¨ªa Wordsworth: "El ni?o es el padre del hombre". Y Jos¨¦ Saramago (uno de cuyos ¨²ltimos libros fue Las peque?as memorias) dec¨ªa que uno va con el ni?o que fue. Un ejemplo literario de que esto es as¨ª es toda la obra de Juan Mars¨¦, y sobre todo el libro que el premio Cervantes acaba de presentar ahora, Cartograf¨ªa de los sue?os. Esta novela es como una recolecci¨®n de "postales" recibidas de la infancia.
Y le pregunt¨¦ a Mars¨¦ qu¨¦ "postales", siguiendo lo que dice Kr¨¹ger, son esas que recibe m¨¢s a menudo. "Las postales est¨¢n en la novela... Recuerdo esas correr¨ªas por los campos del Pened¨¦s, hacia las albercas. Corr¨ªamos con los chavales del pueblo, rob¨¢bamos frutas. Iba con mi abuela a buscar hierba para los conejos. Para m¨ª esa es la imagen de la felicidad".
Y eran tiempos duros, se ve en Cartograf¨ªa de los sue?os. Pero incluso en esos tiempos de la posguerra, Mars¨¦ recuerda ese fulgor feliz "de los chicos contando aventis porque no ten¨ªamos ni juguetes ni pelotas para jugar al f¨²tbol. Lo siento as¨ª, como el para¨ªso perdido. Ya s¨¦ que era una ¨¦poca atroz, pero esa es la sensaci¨®n que me ha dejado, la de un para¨ªso perdido. Y convivo con esas postales como una colecci¨®n que llevara en la cartera".
Jorge Sempr¨²n, el autor de La escritura o la vida, tambi¨¦n recuerda un tiempo atroz, que aparece en ese libro, y que le lleva tambi¨¦n a la Guerra Civil, cuando ten¨ªa 13 a?os y veraneaban en Lekeitio hasta que fue precisa la di¨¢spora... Esas postales marcar¨ªan su vida... "Pero afirmaron mi identidad; la infancia es mi identidad. Sin memoria, despu¨¦s de haber usado tantas identidades falsas, yo no hubiera sido nada, y esa memoria es la de la infancia. La memoria corrige la esquizofrenia del exilio, de los nombres falsos, de mi propio ser biling¨¹e. Me aferro a la memoria para decir: 'Yo soy aquel ni?o de Santander que ve¨ªa a su padre recitar versos ante la bah¨ªa".
Cristina Fern¨¢ndez Cubas, la escritora de Cosas que ya no existen, naci¨® en Arenys de Mar. All¨ª reside su memoria, "que antes que nada fue de sue?os, que nos cont¨¢bamos en casa a la hora de comer". Luego de los sue?os vino la escritura, "como un juego con el que venc¨ªa los largos inviernos de Arenys... Y esa ni?a sigue estando en m¨ª, porque uno no deja de ser jam¨¢s la personita que fue".
De peque?a quieres volar, dice Cristina Fern¨¢ndez Cubas, "y de mayor me hice escritora, dos formas de volar gracias a lo que viv¨ª en la infancia".
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Vargas, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa de la Memoria en la Universidad Aut¨®noma de Madrid, cree que, para los creadores, y para todo el mundo, "la memoria es como un cesto de cerezas; nos esforzamos un poco, y ah¨ª est¨¢ la memoria envi¨¢ndonos postales, casi siempre de la infancia". ?Y por qu¨¦ de la infancia? "Porque a esa edad estamos abiertos a todo tipo de est¨ªmulos; somos esponjas, inmaduros, y guardaremos esas memorias hasta que nos muramos". Adem¨¢s, dice Ruiz Vargas, "a partir de los 35 a?os ya recordamos mucho m¨¢s n¨ªtidamente todo lo que nos ocurri¨® hasta los quince. Ah¨ª hay una avalancha de recuerdos que son los que, por decirlo con esa met¨¢fora, nos vienen en las postales...".
Ruiz Vargas recuerda una frase de Henry Roth (Ll¨¢malo sue?o): "La vida es una secuela de la infancia". De otra manera, lo que dec¨ªa Michael Kr¨¹ger: "A veces me escribe la infancia / una tarjeta postal: ?Te acuerdas?" Como las postales que reciben Maragall y tantos, padezcan alzh¨¦imer o no, que viven la memoria gracias a aquel periodo en el que empiezan los recuerdos, y tambi¨¦n los recuerdos felices.
Un nuevo lenguaje desde el alzh¨¦imer
Da escalofr¨ªo escuchar la evidencia de Albert Sol¨¦, de 48 a?os, cuyo padre, el pol¨ªtico Jordi Sol¨¦ Tura, padeci¨® alzh¨¦imer. El hijo retrat¨® ese episodio en Bucarest, su documental. De ah¨ª viene su conocimiento de causa. "Lo ¨²ltimo que olvidas es lo primero que aprendes". Es un viaje hacia la infancia, sus gestos. Al final del amargo proceso de olvidar, Jordi "se invent¨® un lenguaje propio: besitos, gestos de cari?o, y nosotros interpretamos tambi¨¦n as¨ª nuestra relaci¨®n afectiva con ¨¦l". En esa reconstrucci¨®n "se produjeron postales muy contradictorias". "La m¨ªa fue una infancia muy at¨ªpica, pero merced a esta experiencia se produjo en m¨ª una reconciliaci¨®n con los para¨ªsos perdidos de la infancia. Pues al fin y al cabo en aquel exilio sent¨ª que hab¨ªa vivido en una atm¨®sfera de seguridad". Y Bucarest sirvi¨® "para sacar todas las cosas de los armarios e ir ordenando los recuerdos... Fue un viaje alucinante al fondo de mi propia memoria".
Le pregunt¨¦ al historiador Jos¨¦ ?lvarez Junco, que pas¨® su infancia en un pueblo de Zamora. Como ¨¦l ha trabajado en la memoria de este pa¨ªs, y recientemente reconstruy¨® su pasado en contacto con los dramas de la posguerra, nos cont¨® una experiencia que es ahora como una postal dram¨¢tica. "Hab¨ªa una mujer, Remedios, que vest¨ªa siempre de negro y que lavaba en casa la ropa, con las manos ateridas. Un d¨ªa se cas¨®, por poder, con un hombre que viv¨ªa en Francia. Yo tendr¨ªa siete u ocho a?os, y un d¨ªa me previno: '?Ves los falangistas? No creas que son tan buenos. ?Sabes c¨®mo humillan a las chicas del pueblo, qu¨¦ hacen con ellas?'. Me lo dijo, y esa fue la primera noticia que tuve de la guerra. Una postal tremenda".
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