Tranquilo, aqu¨ª se fuman porros
Clubes privados para consumidores de marihuana florecen en algunos puntos de Espa?a. Solo admiten socios cuyas cuotas financian plantaciones colectivas para abastecerse. Otros socios lo son por motivos terap¨¦uticos. Se amparan en cierto limbo legal
En una de las calles del barrio barcelon¨¦s de Sants un discreto dibujo de una hoja de marihuana en una fachada anuncia un club peculiar: "La Maca, asociaci¨®n cann¨¢bica". En el interior, el aspecto es el de una oficina, pero no huele a archivo y burocracia. El humo del cannabis se escapa bajo la puerta de la sala l¨²dica, donde los socios hablan y fuman porros tranquilamente, sentados alrededor de la mesa o en cualquiera de los cuatro sof¨¢s. Otros esperan su turno para entrar en el peque?o despacho donde recoger¨¢n la cantidad de marihuana que les corresponda para la semana. Un socio viste con americana y corbata: "Acabo de discutir de cosas importantes en una reuni¨®n de trabajo. No quiero fotos", dice tajantemente.
El cultivo est¨¢ castigado con c¨¢rcel, pero se aplican eximentes y atenuantes que suponen una despenalizaci¨®n 'de facto'
En el ¨²ltimo a?o y medio se han hecho 1.000 descargas de la gu¨ªa 'C¨®mo crear un Club Social de Cannabis'
Esto no es Amsterdam.Sucede en Barcelona, en San Sebasti¨¢n, Bilbao y Madrid. Y, no, no se han legalizado los coffee shops en Espa?a. Se trata de clubes privados (hasta 22 se han unido en una federaci¨®n, por el momento) que gestionan plantaciones colectivas de cannabis para producir la marihuana y el hach¨ªs que consumir¨¢n sus socios, que son quienes sufragan las plantaciones a trav¨¦s de las cuotas. Socios los hay de dos tipos: los terape¨²ticos (que consumen la droga por razones de salud) y los l¨²dicos. Pero todos quieren fumar "rico y de calidad por un precio razonable".
En la sala l¨²dica de La Maca, Joana se l¨ªa un porro en uno de los cuatro sof¨¢s. No es una mujer mayor, pero tampoco una jovencita. Inspira el humo con parsimonia, como si cumpliera un ritual: "Fumar me ayud¨® a seguir con mi vida cuando la depresi¨®n lo hac¨ªa imposible". Entrar en una de estas asociaciones tiene sus requisitos. Para ingresar como socio l¨²dico es necesario el aval de otro socio y que el club disponga de plazas, en funci¨®n de la cosecha prevista; hacerlo por motivos terap¨¦uticos, como Joana, requiere de un certificado m¨¦dico. El servicio terap¨¦utico de esta asociaci¨®n pasa consulta los mi¨¦rcoles por la ma?ana. En los ¨²ltimos tres meses, los m¨¦dicos voluntarios han rechazado a dos pacientes por considerar que no estaban dentro de uno de los ocho grupos de enfermos para los que el cannabis parece ser eficaz como sustancia paliativa. "No pretendemos predicar el uso, s¨®lo hacer un uso inteligente, empezando por adecuar las dosis", explica Joan Par¨¦s Grahit, uno de los doctores.
Hace cuatro a?os que Jos¨¦ Afuera y otros amigos decidieron reunirse para formar un cultivo colectivo. De aquellas primeras reuniones en el sal¨®n de su casa naci¨® La Maca. Hoy, la asociaci¨®n que preside Afuera tiene m¨¢s de 500 socios y varios terrenos alquilados para las plantaciones agr¨ªcolas. La Maca ha crecido. En el local, adem¨¢s de la sala l¨²dica y el peque?o despacho, hay una sala para que el equipo terap¨¦utico pase consulta una vez a la semana, un ba?o y dos habitaciones a¨²n vac¨ªas. Una de ellas ser¨¢ la sala para los trabajos que requiere la cosecha. La m¨¢s grande albergar¨¢ en unos meses una plantaci¨®n de interior.
Los comienzos no fueron f¨¢ciles: no hab¨ªa unas normas claras de c¨®mo actuar, porque los l¨ªmites de lo legal no est¨¢n definidos. Ensayo y error. Siguieron el camino que hab¨ªan abierto otros clubes ya en marcha, la mayor¨ªa en el Pa¨ªs Vasco, que contaban con sentencias judiciales que han salido reforzadas despu¨¦s de ganar al menos siete juicios por las plantaciones decomisadas. La sentencia m¨¢s conocida afect¨® a la asociaci¨®n bilba¨ªna Pannagh: en 2007, la Audiencia Provincial de Vizcaya determin¨® que el cultivo colectivo que les fue incautado en 2005 era legal. Y no solo eso, sino que oblig¨® a la polic¨ªa a devolver los 17 kilos que quedaban de la marihuana. La droga, que a¨²n guardan en cajas en la antigua sede, est¨¢ inservible, pero se convirti¨® en un trofeo simb¨®lico.
No hay, sin embargo, un plan de actuaci¨®n de las instituciones frente a estos clubes. Un portavoz del Ministerio de Sanidad explica a este peri¨®dico que los cultivos del cannabis deben estar "sometidos siempre a autorizaci¨®n administrativa estatal previa". Pero, ?qui¨¦n debe emitir esta autorizaci¨®n? No queda claro. En el Plan Nacional Sobre Drogas responden que la Agencia del Medicamento es el organismo que debe aprobar los productos derivados del cannabis que tengan un fin farmacol¨®gico. Esta agencia precisa, a su vez, que solo el Sativex (a raz¨®n de 440 euros el frasco) est¨¢ autorizado.
?Y cuando se trata de fines l¨²dicos? El art¨ªculo 368 del C¨®digo Penal castiga el cultivo con entre uno y tres a?os, pero los jueces suelen aplicar atenuantes y eximentes (por tratarse de consumidores habituales) que suponen una despenalizaci¨®n de facto, seg¨²n fuentes policiales y judiciales.
No hay regulaci¨®n. "Las leyes no especifican nada. Estamos construyendo nuestro propio camino", explica Mart¨ªn Barriuso, presidente de la Federaci¨®n de Asociaciones Cann¨¢bicas (FAC), que agrupa a 22 de estos clubes. Bas¨¢ndose en la experiencia, la FAC propone algunos consejos: no puede haber propaganda, no hay lucro y es un circuito de consumo privado y cerrado. A¨²n as¨ª, persiste el riesgo de que la polic¨ªa detenga a uno de los socios durante el transporte de la marihuana de la plantaci¨®n al local. No hay norma que especifique los l¨ªmites o c¨®mo pueden compatibilizarse esta actividad con la ley Corcuera, que proh¨ªbe la tenencia de drogas en la v¨ªa p¨²blica.
Barriuso se muestra especialmente interesado por regular la situaci¨®n. Adem¨¢s de presidir la FAC, es presidente de Pannagh, un club de Bilbao, y es quien asume la responsabilidad del transporte. Curtido en sus apariciones en ETB y otras televisiones, habla con soltura del proyecto asociativo, en el que milita desde hace m¨¢s de 13 a?os. Entonces, Barriuso acudi¨® por primera vez a presentar la propuesta de la FAC en la c¨¢mara vasca. Ahora cree que ya pueden probar que funciona: "Nos hemos convertido en una realidad social. Hemos hecho un proceso de reflexi¨®n y vemos que es necesario llevarlo a las instituciones."
El Ministerio del Interior no ha establecido un protocolo de actuaci¨®n para la polic¨ªa respecto a estos clubes. Tampoco lo han hecho las Comunidades Aut¨®nomas, aunque varias asociaciones aseguran que han tenido conversaciones privadas con las autoridades de su comunidad.
Es en el Pa¨ªs Vasco donde las conversaciones van m¨¢s adelantadas: el pasado noviembre, Mart¨ªn Barriuso e Iker del Val (presidente y vicepresidente de la FAC) comparecieron ante la comisi¨®n de Interior de la c¨¢mara auton¨®mica. La respuesta de los grupos parlamentarios vascos fue desigual. La r¨¦plica m¨¢s dura fue la de la portavoz socialista, Teresa Laespada, que, pese a ser amiga de Barriuso, critic¨® duramente el proyecto, argumentando que la autorizaci¨®n expresa de estos clubes supondr¨ªa "dos pasitos o tres menos en beneficio del debate social real de las drogas".
La media de edad de los socios de estos clubes es de 35 a?os, lo cual quiere decir que hay un porcentaje alto de consumidores que est¨¢n entre los 40 y los 50. "Los m¨¢s mayores nos suelen decir: 'Menos mal que est¨¢is. Ya no tengo edad para ir a buscar al camello de la esquina", dice Barriuso. Uno de los socios cita el d¨ªa en el que el m¨¦dico le recomend¨® a su madre la marihuana como sustituto de las pastillas para dormir: "?La droga de mi hijo?", recuerda que exclam¨®. Ahora, cada noche, su madre saca del congelador una de las magdalenas de cannabis que le preparan para tomar con un vaso de leche antes de irse a dormir.
Las mismas asociaciones temen que surjan clubes que act¨²en como "tapadera" para montar un negocio. El modelo que propone la FAC no es el ¨²nico. Hace a?o y medio que colgaron en su web la gu¨ªa C¨®mo crear un Club Social de Cannabis y se han producido unas 1.000 descargas del documento. La falta de un registro para este tipo de asociaciones impide conocer su n¨²mero total.
Algunos clubes tienen bar o restaurante, un modelo que recuerda a los coffee shops holandeses. "Es necesario que las cuentas est¨¦n claras para poder demostrar que las cantidades producidas se corresponden con lo consumido por los socios", dice Del Val, presidente de Ganjazz (San Sebasti¨¢n). Para demostrar que no hay tr¨¢fico de drogas, los socios registran en el cuaderno de bit¨¢cora de su club las cantidades que prev¨¦n consumir, c¨¢lculos que determinar¨¢n el tama?o de la cosecha. Con el tiempo se plantean que una autoridad se encargue de "auditar" las producciones. Dato curioso: algunas de las asociaciones tributan IVA (gravado al 18%) por las cuotas que sufragan los cultivos. El volumen del impuesto supuso el a?o pasado 18.938 euros en el caso de Greenfarm (San Sebasti¨¢n).
Reunidos en la sala l¨²dica, varios miembros de La Maca celebran la asamblea del mi¨¦rcoles. "Toma, te paso algunas muestras para que las cates", dice Nora mientras se?ala unas bolsitas de mar¨ªa con una etiqueta: Spannabis 2011. Son ejemplares de las plantas que se presentar¨¢n en un concurso de cultivos durante la feria que se celebra este fin de semana en Barcelona. Los miembros de las asociaciones forman el jurado que decidir¨¢ los mejores cultivos. La Fundaci¨®n de Ayuda contra la Drogadicci¨®n no ve con buenos ojos estas iniciativas: "Que se oiga la voz de los consumidores nos parece leg¨ªtimo. Nuestra preocupaci¨®n est¨¢ en distinguir d¨®nde acaba la reivindicaci¨®n y comienza una cierta promoci¨®n de la sustancia", aclara Eusebio Meg¨ªas, director t¨¦cnico.
La Maca no tiene reparos en ense?ar sus oficinas a los periodistas, pero visitar una de las plantaciones no es f¨¢cil. Temen los robos y la tentaci¨®n del sensacionalismo. "La prensa siempre se queda con la foto de la hoja de mar¨ªa", insiste Afuera. "La sensaci¨®n de indefensi¨®n ante los ladrones es a¨²n m¨¢s grande que ante la polic¨ªa", dice sin olvidar las horas que pas¨® en la comisar¨ªa hace unas semanas. La historia est¨¢ cargada de iron¨ªa: al ir a denunciar el hurto en una plantaci¨®n, los Mossos d'Escuadra le explicaron que, para admitirla, antes deber¨ªan denunciarle por delito contra la salud p¨²blica.
Uno de los cultivos ocupa un invernadero de casi 200 metros cuadrados arrendado a una empresa agr¨ªcola. Hileras de plantas de seis variedades distintas de marihuana crecen sujetas a cables para evitar que se tuerzan. El conjunto est¨¢ rodeado de c¨¢maras y sensores de movimiento conectados a una empresa de seguridad. Por control inform¨¢tico se regulan las constantes de temperatura, luz y humedad para acelerar el crecimiento de las plantas, de manera que pueden cosechar hasta cuatro veces en un a?o.
Es la plantaci¨®n "m¨¢s profesional" de la asociaci¨®n, explica Ra¨²l, uno de los productores. Tiene 32 a?os, la memoria lenta y el habla pausada. Su oficio transcurre entre cruces de plantas y la preparaci¨®n y supervisi¨®n de cultivos. Ra¨²l no niega que podr¨ªa ganar "mucho, mucho m¨¢s" en el mercado negro. "Trabajar en el cannabis y hacerlo de forma legal es un lujo. Yo no cambio por nada el poder explicarle a mi hija en qu¨¦ trabajo".
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