Variaciones sobre lo que da que pensar
Qu¨¦ se le va a hacer: estamos, mal que nos pese, en poder de la palabra. No es eso lo que vale la pena discutir. En realidad dicha convicci¨®n si en alg¨²n punto debe situarse no es en el final, sino en el de partida. La cuesti¨®n, contraviniendo la citad¨ªsima m¨¢xima de Lewis Carroll, no es por esta vez qui¨¦n manda sobre las palabras, sino c¨®mo sobrevivir bajo su mandato, o, por cambiar de par¨¢frasis, c¨®mo orientarse en la oscuridad boscosa de los s¨ªmbolos.
No se trata de una tarea modesta, o exenta de ambici¨®n, aunque el modo de presentarla pudiera sugerirlo. Algunas filosof¨ªas de acreditada solvencia y rigor conceptual -pienso en la llamada por los especialistas "filosof¨ªa anal¨ªtica del lenguaje ordinario", hegem¨®nica durante buena parte del siglo XX en el ¨¢mbito acad¨¦mico anglosaj¨®n- han desarrollado todo un programa de trabajo basado en el convencimiento de las enormes posibilidades contenidas en nuestras formas habituales de expresarnos (que, si lo son, vienen a afirmar, es precisamente porque han acreditado su eficacia). Es cierto que si hablamos o escribimos de una determinada manera es porque esa manera cumple su funci¨®n -nos resulta pr¨¢ctica, por as¨ª decirlo-.
La fil¨®sofa Jeanne Hersch se propone mostrar el lugar que ha ido ocupando la curiosidad como est¨ªmulo a lo largo de la historia del pensamiento
El interesante El gran asombro, de la fil¨®sofa suiza Jeanne Hersch (Ginebra, 1910-2000), se propone mostrar el lugar que ha ido ocupando la curiosidad como est¨ªmulo a lo largo de la historia de la filosof¨ªa. El prop¨®sito mantiene un inequ¨ªvoco aire de familia con el programa reconstructivo que acabamos de mencionar. Como ¨¦ste, se f¨ªa de lo que los propios autores han manifestado (al igual que los anal¨ªticos se fiaban de los usuarios del lenguaje). Pero, aun a riesgo de parecer engre¨ªdo, valdr¨¢ la pena puntualizar que un programa tal acaso se detenga un paso antes de entrar en zona de riesgo. Quiz¨¢ no baste con demorarse con minuciosidad de orfebre o precisi¨®n de cart¨®grafo en la tarea de examinar las propuestas de quienes nos aseguran (o les atribuimos) que han conocido la experiencia del asombro.
En la prosa de la asistente de Karl Jaspers -impecablemente vertida al castellano, al igual que otros textos de la autora publicados en este mismo sello, por Rosa Rius, con un mimo que hace pensar m¨¢s en un trabajo de edici¨®n que de mera traducci¨®n-, el asombro desempe?a el papel de detonante inicial, cuya principal virtualidad es la de haber propiciado el despliegue de las propuestas te¨®ricas rese?adas. El procedimiento, que le permite a Hersch encadenar su particular sinopsis de los autores seleccionados, da por buenos los est¨ªmulos que, seg¨²n ellos mismos, les dieron que pensar. Acaso una cierta dosis de recelo o desconfianza no le hubiera venido mal a este proyecto. Buena parte de la tradici¨®n epistemol¨®gica francesa del siglo XX (Bachelard, Althusser, Foucault...) nos hab¨ªa advertido acerca de los peligros interpretativos que comporta identificar la problem¨¢tica subyacente al pensamiento de un autor (esto es, el conjunto de preguntas a cuya luz lo efectivamente escrito muestra su pleno sentido, en tanto que respuesta) con las declaraciones m¨¢s o menos ret¨®ricas de intenci¨®n, habitualmente incluidas en pr¨®logos y ep¨ªlogos.
De ah¨ª nuestra insistencia inicial en las palabras: ellas constituyen la materia prima sobre la que trabaja la sospecha -la necesaria e ineludible sospecha-. Pero, adem¨¢s, es con ellas -y s¨®lo con ellas: las intenciones, incluso las declaradas, son material desechable para el int¨¦rprete- con las que tenemos trato. Las ideas que aspiramos a alcanzar no tienen, en definitiva, otra realidad, otra materialidad, que la ling¨¹¨ªstica, aunque no se agote en ella. El lenguaje es el papel que envuelve el caramelo, a veces envenenado, del pensamiento. Es cierto que a menudo el papel se pega al dulce, haciendo que se mezcle el sabor de ambos, igual que en otras ocasiones su color confunde respecto al contenido y nos encontramos con un gusto o una textura inesperados (y, lo que es peor, no deseados). Pero, precisamente por todo ello, hay un principio fundamental que no cabe dejar de lado a la hora de emprender la tarea de pensar. Las palabras habitan en nosotros tanto como nosotros habitamos en ellas. O, por decirlo a la manera del gran poeta Ren¨¦ Char: "Las palabras saben de nosotros lo que nosotros ignoramos de ellas". Lo mejor que podemos hacer es, pues, preguntarles: a ver qu¨¦ nos dicen. Igual -con un poco de suerte- nos dicen algo que nos convendr¨ªa m¨¢s no saber. Mejor eso, sin duda, que doblarnos, d¨®cilmente, ante ellas.
El gran asombro. La curiosidad como est¨ªmulo en la historia de la filosof¨ªa. Jeanne Hersch. Traducci¨®n de Rosa Rius Gatell. Acantilado. Barcelona, 2010. 415 p¨¢ginas, 25 euros. El nacimiento de Eva. Jeanne Hersch. Prefacio de Jean Starobinski. Traducci¨®n de Rosa Rius Gatell. Acantilado, Barcelona, 2008. 78 p¨¢ginas, 12 euros. Manuel Cruz, premio Espasa de Ensayo 2010 por su libro Amo, luego existo. Los fil¨®sofos y el amor, es editor del volumen colectivo Las personas del verbo (filos¨®fico), que publicar¨¢ Herder.
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