El gran retorno de Egipto
Si Egipto se convierte en una democracia -y nada est¨¢ decidido de momento-, su ejemplo se propagar¨¢ como un reguero de p¨®lvora por el mundo ¨¢rabe. Aunque la situaci¨®n no cambie inmediatamente en estos pa¨ªses, el modelo egipcio tendr¨¢ el efecto de una pesadilla sobre los dirigentes de los Estados feudales, mon¨¢rquicos y dictatoriales. Los intelectuales, los responsables pol¨ªticos y los actores de la sociedad civil son conscientes de esta nueva situaci¨®n. Hoy, todos los observadores relevantes en El Cairo aseguran, gracias a la libertad de expresi¨®n y al debate de ideas, que una nueva etapa hist¨®rica ha nacido en la regi¨®n, y que el papel de Egipto ser¨¢ determinante. Fue la peque?a e inesperada T¨²nez la que despert¨® a Egipto, pero es Egipto quien ha pasado el testigo tunecino a los libios. La carrera no se detendr¨¢ aqu¨ª.
Este pa¨ªs volver¨¢ a ser una potencia si se convierte en ejemplo democr¨¢tico para todo el mundo ¨¢rabe
Lo mejor contra la inseguridad es la democracia, no la dictadura
Las ¨¦lites egipcias son plenamente conscientes del debilitamiento que se produjo en el mundo ¨¢rabe despu¨¦s de la marginaci¨®n de su pa¨ªs, ocurrida por la ruptura de la unidad del frente ¨¢rabe tras la paz separada con Israel en los a?os setenta. Egipto fue excluido de la Liga ?rabe por haber roto este frente, pero Sadat trat¨® de disimular esta marginaci¨®n recurriendo a un nacionalismo egipcio lleno de resentimiento hacia el mundo ¨¢rabe.
Mubarak acentu¨® a¨²n m¨¢s ese resentimiento, e hizo del islamismo el principal peligro interno, justificando as¨ª el estado de excepci¨®n e instaurando una dictadura policial ciegamente sostenida por Occidente. La actitud de Egipto durante los ¨²ltimos 20 a?os, tanto en relaci¨®n con la cuesti¨®n palestino-israel¨ª como en relaci¨®n con las dos guerras americanas contra Irak, acab¨® de reducir a cero la influencia egipcia en la regi¨®n. El pa¨ªs, sometido por EE UU, reducido por los israel¨ªes al papel de cartero en las relaciones con sus vecinos, reforzado por los europeos a la condici¨®n de auxiliar de su incapacidad pol¨ªtica en Oriente Pr¨®ximo, toc¨® el fondo de la impotencia y de la mendicidad financiera en los a?os noventa y 2000. En el resto del mundo ¨¢rabe afloraba con frecuencia una suerte de menosprecio hacia Egipto. ?No ve¨ªamos a los egipcios canjear descaradamente su "apoyo" a las potencias occidentales y a Arabia Saud¨ª, a cambio de dinero contante y sonante? ?No escond¨ªa una traici¨®n terrible el hecho de que el ej¨¦rcito egipcio recibiera, para pagar sus salarios y su tren de vida, m¨¢s de 1,3 mil millones de d¨®lares al a?o de EE UU, sabiendo que no pod¨ªa obtenerse ning¨²n puesto de alto mando de este Ej¨¦rcito si se manifestaba alguna veleidad de independencia respecto a EE UU?
Esta situaci¨®n dram¨¢tica favorec¨ªa principalmente al clan mafioso de los Mubarak y sus clientes dentro del pa¨ªs. Las ¨¦lites pol¨ªticas democr¨¢ticas, como por otra parte las religiosase incluso las militares, se sent¨ªan profundamente humilladas. En realidad, la separaci¨®n del resto del mundo ¨¢rabe nunca fue digerida. Egipto no pod¨ªa contar de verdad a no ser que fuera la voz de los ¨¢rabes.
Todo esto vuelve hoy en los debates; el balance de este periodo siniestro se hace d¨ªa tras d¨ªa porque el retorno de Egipto al coraz¨®n del mundo ¨¢rabe es inevitable, tanto m¨¢s necesario cuanto que se produce en el curso de una extraordinaria revoluci¨®n democr¨¢tica. Los debates en curso en la sociedad civil egipcia ponen as¨ª de manifiesto varias lecciones.
Existe, en primer lugar, la convicci¨®n de que los pretextos utilizados por los dirigentes para mantenerse en el poder -el miedo al integrismo isl¨¢mico y accesoriamente el conflicto con Israel- y los utilizados por sus aliados occidentales para apoyarles y seguir vendi¨¦ndoles armas, no han servido m¨¢s que para reforzar esas dictaduras y aumentar la miseria y las desigualdades en el pa¨ªs. En ese despertar nacional, la cuesti¨®n interior condiciona la exterior. La mejor arma contra la inseguridad es la democracia, no la dictadura. Y Egipto solo volver¨¢ a convertirse en una potencia de peso si es capaz de servir de ejemplo democr¨¢tico al resto del mundo ¨¢rabe.
Luego est¨¢ el hecho de que la revoluci¨®n egipcia no es el resultado de una mera movilizaci¨®n pol¨ªtica, sino la expresi¨®n de una reacci¨®n tel¨²rica de la conciencia, esta vez ¨¢rabe, ante el acontecimiento simb¨®lico provocado por el joven tunecino Mohamed Buazzizi, que ha hecho vibrar a las masas egipcias m¨¢s que la opresi¨®n impuesta a los iraqu¨ªes o a los palestinos. ?No prefiri¨® inmolarse antes que seguir sufriendo la humillaci¨®n que todos los ciudadanos ¨¢rabes sufren bajo la dictadura de dirigentes ¨¢rabes? Esto es lo que inflam¨® la calle egipcia y eso significa, antes que nada, que hay todav¨ªa un sentimiento de solidaridad pan¨¢rabe que ni el nacionalismo mezquino de los dirigentes ni el islamismo obtuso y totalitario de los integristas han logrado sofocar esos ¨²ltimos 30 a?os. Pero a pesar de que en ciertas manifestaciones se vieran retratos de Nasser, ese esp¨ªritu no implica un retorno al viejo nacionalismo ¨¢rabe, porque lo que emergi¨® con la revoluci¨®n de la plaza Tahrir es una nueva generaci¨®n de egipcios m¨¢s decidida, menos ideologizada y m¨¢s realista que las del pasado. Una generaci¨®n m¨¢s concernida por la extensi¨®n universal de las libertades democr¨¢ticas que por la exportaci¨®n de un modelo revolucionario.
El mundo ¨¢rabe debe recomponerse a trav¨¦s de este sistema de valores. Y no es casualidad que en todas partes -en T¨²nez, en Yemen, en Argelia, en Marruecos, en Jordania, en Palestina, en la pen¨ªnsula Ar¨¢biga- sea la misma generaci¨®n la que ha cogido por sorpresa a las viejas oposiciones, notablemente debilitadas por los reg¨ªmenes dictatoriales. Esta revoluci¨®n ¨¢rabe que muchos egipcios desean ansiosamente debe surgir de las profundidades de las mismas sociedades afectadas, y no ser exportada, como en los a?os cincuenta del siglo pasado, en la ¨¦poca del nasserismo.
Si estos ¨²ltimos 30 a?os han sido testigo de la conversi¨®n de Egipto en una sucursal de la estrategia elaborada por Washington, Riad y Tel Aviv, hemos visto al contrario a Ir¨¢n erigirse en ejemplo regional y, m¨¢s recientemente, a Turqu¨ªa, especialmente sobre el conflicto israelo-palestino. Otra prueba de que cuando Egipto est¨¢ ausente, ninguna otra naci¨®n es capaz de darle al mundo ¨¢rabe una voz significativa. Pero lo que aqu¨ª tambi¨¦n llama la atenci¨®n es el realismo con que se percibe esta cuesti¨®n en los debates: la dictadura, de Sadat a Mubarak, tuvo al menos el m¨¦rito de situar el conflicto israelo-palestino en el terreno de la paz y no de la guerra. Ninguna voz importante se alza hoy para cuestionar esta paz con el Estado hebreo. Es un logro. En cambio, lo novedoso es la idea de que Egipto debe reencontrar sus m¨¢rgenes de maniobra diplom¨¢ticos y mostrarse m¨¢s firme en la resoluci¨®n pac¨ªfica de este conflicto. Y, en este punto, la actitud de Israel ser¨¢ decisiva. Si prevalece el realismo en Tel Aviv, la paz tendr¨¢ posibilidades, si no, muchos temen no poder controlar la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica egipcia.
Por ¨²ltimo, se plantear¨¢ tambi¨¦n la cuesti¨®n de un eje de las democracias ¨¢rabes. Egipto volver¨¢ a encontrarse, bajo unas nuevas condiciones, con el viejo conflicto por el liderazgo que, en la ¨¦poca de Nasser, le opuso a su principal competidor en la escena ¨¢rabe: Arabia Saud¨ª. Y esta es la gran inc¨®gnita. La respuesta depender¨¢ de la evoluci¨®n interna de las relaciones de fuerza entre el Ej¨¦rcito y los partidos pol¨ªticos que est¨¢n naciendo y que van a dirigir el pa¨ªs. Pero, pase lo que pase, nada m¨¢s ser¨¢ como antes, cuando Egipto vegetaba a la sombra de una dictadura corrompida.
Sami Na?r es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Traducci¨®n de M. Sampons.
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