Un foso de batutas sin residencia fija
El aterrizaje de Gerard Mortier en el Teatro Real en 2010 lleg¨® cargado de adrenalina. Desde el primer momento, insufl¨® expectaci¨®n e incertidumbre a una instituci¨®n acostumbrada a una pausada velocidad de crucero. Y ya en su primera declaraci¨®n de intenciones lanz¨® un ¨®rdago en el mejor estilo Mortier: el Teatro Real prescind¨ªa de la figura del director musical residente. La titularidad al frente de la orquesta quedaba diluida entre un grupo de directores de su absoluta confianza. Un modelo que repetir¨¢ durante la temporada 2011-2012.
Aquella fue una decisi¨®n comprometida que sirvi¨®, desde el principio, la divisi¨®n de opiniones. El tiempo, por el momento, le ha dado la raz¨®n. Su apuesta por Pablo Heras-Casado en Ascenso y ca¨ªda de la ciudad de Mahagonny y, sobre todo, por Thomas Hengelbrock en Ifigenia en Tauride le ha salido bien. El foso del teatro ha alcanzando unas prestaciones superiores a etapas anteriores. Todav¨ªa queda ver el paso por Madrid de su compa?ero de viaje Sylvain Cambreling al frente de San Francisco de As¨ªs.
La temporada pr¨®xima repetir¨¢n Hengelbrock (La Clemenza di Tito) y Cambreling (P¨¦lleas y Melisande y Popea y Nerone). Adem¨¢s, recalar¨¢n en el Real batutas de prestigio mundial como Riccardo Muti.
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