Notas sobre 'Un tranv¨ªa llamado deseo'
Tennessee Williams era un hombre de fulguraciones, de embestidas, de vuelos incendiados. Como casi todas sus obras (incluidas las cortas), el Tranv¨ªa se me hace larga. Ya era larga en su momento, seg¨²n Brooks Atkinson, para la media de Broadway. Es reiterativa, con pasajes fatigosos, pero es imposible no admirar sus grandes escenas y su valor. TW siempre corri¨® riesgos, y el coraje esencial de esta funci¨®n est¨¢ en su lirismo amargo y doloroso. Hay un eterno equ¨ªvoco con el Tranv¨ªa, semejante al que hubo con Lolita: ni Humbert Humbert era un pobre hombre maduro seducido por una vampiresa ni?a ni Stanley Kowalski es un noble muchachote que trata de salvar su matrimonio de las garras de una intrusa ninf¨®mana. Marlon Brando desequilibr¨® la funci¨®n. La glamouriz¨®, primero en teatro (1947) y luego en cine (1951). Naturalmente no fue su culpa, quiz¨¢s fue de Kazan, y en todo caso a Tennessee Williams le vino de perlas, pero Brando convirti¨® a Kowalski en protagonista. Y no lo era, no lo es, es antagonista: la protagonista es Blanche porque es la que m¨¢s sufre. Con Brando, tan bello y tan magn¨¦tico, era imposible odiar a Kowalski. Incluso hab¨ªa gente que aplaud¨ªa cuando enviaba a Blanche al manicomio: Blanche era la zorra ladina que quer¨ªa acabar con aquella parejita honrada y trabajadora. En el original las zonas de luz y sombra est¨¢n m¨¢s repartidas. Blanche no es ninguna santa, pero sus manipulaciones son transparentes. Sus ¨²nicos pecados, a los ojos del mundo, son desear y mentir un pasado glorioso. Se comprende que Kowalski quiera defender su territorio y que se sienta menospreciado por la dama sure?a y por Stella, su esposa, pero es un mal bicho que se complace arrancando lentamente las patitas de la mariposa con las alas rotas. Un tipo vulgar, violento, vengativo. As¨ª lo ha querido recuperar Mario Gas en su montaje del Espa?ol y as¨ª parece afrontarlo Roberto ?lamo, que ha de pechar, por partida doble, con la eterna maldici¨®n de Brando y con esa desglamourizaci¨®n, con esa deseable zambullida en las aguas heladas de lo real, so pena de resultar antipatiqu¨ªsimo. ?lamo hace un trabajo arriesgado, en la l¨ªnea de un joven James Gandolfini, pero un tanto opaco y falto de equilibrio: est¨¢ demasiado escorado hacia el lado oscuro. Todav¨ªa no veo la sonrisa desarmante de Tony Soprano, ni al ni?o grande que suelta lo del c¨®digo napole¨®nico para lucirse ante las damas, ni veo con claridad lo que enamor¨® a Stella, m¨¢s all¨¢ de su vigor en la cama. Tennessee Williams gradu¨® muy bien la modulaci¨®n de nuestros sentimientos. Primero estamos con Kowalski y, de alg¨²n modo, vemos a Blanche a trav¨¦s de sus ojos; a medida que avanza la obra comprendemos cada vez m¨¢s a Blanche, admiramos su coraje en la escena en que se atreve a confesarle su pasado a Mitch y sentimos horror ante la crueldad de su final (la crueldad deliberada, lo que m¨¢s detestaba TW). Si el dibujo de Kowalski no est¨¢ equilibrado sucede siempre lo mismo: nos repugna su brutalidad y entregamos nuestro coraz¨®n a Mitch, que acaba llev¨¢ndose la funci¨®n en el negociado masculino. Blanche es Vicky Pe?a; Mitch, su ¨²ltimo tranv¨ªa, es Alex Casanovas; Stella es Ariadna Gil. Vicky Pe?a es un instrumento portentoso, afinad¨ªsimo, del que siempre brotan sonoridades inesperadas: aqu¨ª ofrece un verdadero recital. Ha comprendido plenamente que el Tranv¨ªa es la historia de una mujer a la que le arrebatan todo, pero que lucha hasta el final para conservar su farolillo rojo, para no quemarse en la luz desnuda: su ¨²ltima hora de funci¨®n, desde la espl¨¦ndida escena con Mitch, con su alquimia de valor y patetismo, te parte el alma. Problema eterno de Blanche en escena: tenemos que sentir la atracci¨®n (oculta, guadianesca, lo que quieran, pero atracci¨®n) que provoca en Kowalski. Si esa qu¨ªmica no se advierte, la frase capital, "esto es algo que los dos ten¨ªamos pendiente" es el simple y terrible p¨®rtico de una violaci¨®n, de una venganza casi isabelina. Y desde luego que algo de eso hay, y ser¨¢ la confesi¨®n del hecho lo que le abra las puertas del manicomio, pero necesitamos que haya deseo mutuo, ese deseo que es algo m¨¢s que el nombre de un tranv¨ªa y que yo no acabo de ver circulando entre Vicky Pe?a y Roberto ?lamo. El montaje est¨¢ exquisitamente cosido a mano por Mario Gas: pura artesan¨ªa. De entrada tiene un reparto mucho m¨¢s homog¨¦neo y mejor conjuntado que el de Muerte de un viajante, aunque me parece algo subido de edades. Alegr¨ªas: Alex Casanova vuelve a pisar fuerte. Espectacular su borrachera, medid¨ªsima, y su Mitch tal vez sea lo mejor que ha hecho nunca. Ariadna Gil es una Stella como debe ser: quiere a su hermana y quiere a Kowalski, y su tragedia es que al final ha de elegir y jam¨¢s se perdonar¨¢ esa elecci¨®n. Blanche es la que m¨¢s sufre, pero ella es la que m¨¢s pierde: Kowalski no siente culpa, Blanche quiz¨¢s pueda refugiarse en la demencia, pero ella acabar¨¢ descubriendo la insensibilidad de su esposo y su propia cobard¨ªa, y vivir¨¢ para siempre con ambas cosas. Ese paso de la luminosidad a la amargura consciente lo da de perlas Ariadna Gil, que ha madurado much¨ªsimo como actriz: se advert¨ªa su hondura en la pantalla pero, a mi juicio, todav¨ªa no hab¨ªa "pasado bater¨ªa" en el teatro. No quisiera olvidarme del trabajo de Anabel Moreno como Eunice Hubbel, la vecina: eso es salir a matar, demostrando que para una buena actriz no hay personaje epis¨®dico. Hay que aplaudir tambi¨¦n la impecable versi¨®n castellana de Jos¨¦ Luis Miranda, sabiamente peinada por Gas, y el extraordinario decorado de Juan Sanz y Miguel ?ngel Coso: me hipnotiz¨® esa perspectiva de calle nocturna (?con r¨®tulos luminosos que parpadean sobre una estampa fija! ?c¨®mo lo han hecho?), y la soberbia idea de la imagen que se emborrona cada vez que recuerda su pasado. El Tranv¨ªa no pod¨ªa tener una atm¨®sfera m¨¢s adecuada, y en su plasmaci¨®n contribuyen tambi¨¦n el vestuario de Antonio Belart, las luces de Cornejo, la m¨²sica de Alex Polls, y las filmaciones de ese joven maestro que es ?lvaro Luna. Bravo por todos.
Vicky Pe?a es un instrumento portentoso, afinad¨ªsimo: aqu¨ª ofrece un verdadero recital
Un tranv¨ªa llamado deseo, de Tennessee Williams. Direcci¨®n de Mario Gas. Teatro Espa?ol. Madrid. Hasta el 10 de abril. www.esmadrid.com/teatroespanol.
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