Do?a Josefina, don Domingo (y do?a Angelines)
Lleg¨® la noticia de la muerte de Josefina Aldecoa como una tristeza a?adida al pavor. Sin poder apartar la vista de las im¨¢genes que llegan del so?ado Jap¨®n, contaminados por los peores augurios nucleares, impotentes ante la imprevisibilidad de una destrucci¨®n y rabiosos ante la evitabilidad de otra, recibimos su adi¨®s como si se tratara de otra peque?a se?al de un mayor acabamiento. Todo tiembla a nuestro alrededor, nos inunda una gran ola de confusi¨®n, las ideas y los sentimientos chocan como placas tect¨®nicas entre nuestro coraz¨®n y nuestro cerebro, cada vez es mayor la grieta abierta entre nosotros y el mundo.
Pero de pronto, invadida por pensamientos sombr¨ªos y, s¨ª, incluso apocal¨ªpticos (?qui¨¦n podr¨ªa acusarnos?), la muerte de Josefina Aldecoa se convierte en un inesperado destello de luz. Porque me ha recordado a mi abuela, leonesa como ella y como ella maestra formada en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, y me ha recordado que ambas fueron, como tantas personas pac¨ªficas (?tantas mujeres!) violentadas por la agresi¨®n militar que encendi¨® nuestra Guerra Civil, un ejemplo de dignidad ante el desastre, de lucidez ante el desconcierto. ?C¨®mo pudieron esas mujeres sobrevivir al destrozo de las mejores experiencias pedag¨®gicas que ha podido so?ar este pa¨ªs? ?C¨®mo soportaron la ruina de sus expectativas de mujeres libres e ilustradas, la devastaci¨®n de su af¨¢n por construir una naci¨®n cultivada? ?C¨®mo superaron su particular, com¨²n apocalipsis?
El colegio Estilo recogi¨®, en pleno franquismo, la herencia de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza
Estoy convencida de que pudieron lograrlo, precisamente, por lo que inspir¨® toda la vida acad¨¦mica de Josefina Aldecoa (y la de esa clase de maestras, tambi¨¦n la de mi abuela): su propia convicci¨®n de que la educaci¨®n es el principal veh¨ªculo de cambio de los individuos, es decir, de las mentalidades, y, en consecuencia, de la sociedad. Porque la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, que arraig¨® en Le¨®n y desarroll¨®, hasta que irrumpi¨® el crimen militar, una actividad fundamental, tanto en la formaci¨®n de maestros como de alumnos (muchos se preguntan cu¨¢l puede ser el motivo de que en Le¨®n proliferen en n¨²mero sorprendente escritores y poetas, y considero que la respuesta, en gran parte, reside ah¨ª).
Las premisas de la ILE fueron el laicismo y la igualdad, las de una educaci¨®n pensada para la libertad y la democracia. Sus instrumentos, los de una cultura que se inculca a trav¨¦s, principalmente, de la lectura, del contacto con la naturaleza, del respeto a los animales, herramientas para una convivencia que fomenta el desarrollo de la sensibilidad y la inteligencia estimulando la creatividad y el esp¨ªritu cr¨ªtico. Yo tuve la suerte de heredar esas premisas, esas herramientas, directamente de una maestra rural: mi abuela do?a Angelines; varias generaciones de madrile?os, a trav¨¦s de do?a Josefina Aldecoa, una maestra que tuvo el arrojo, la suficiente luz para fundar en Madrid un colegio que, en plena oscuridad franquista (se abri¨® en 1959), recog¨ªa, proteg¨ªa y entregaba esa herencia: el colegio Estilo.
Es curioso que la muerte de do?a Josefina haya coincido con el estreno en el C¨ªrculo de Bellas Artes del documental Una luz en la isla. Domingo P¨¦rez Minik, dirigido por el realizador Miguel G. Morales y producido por Altagracia Producciones. Hab¨ªa le¨ªdo algo de P¨¦rez Minik, hab¨ªa visto varias fotos y, sobre todo, hab¨ªa o¨ªdo hablar, una y otra vez, de don Domingo, pero nunca hab¨ªa tenido oportunidad de o¨ªr su voz y de verlo en movimiento. Sab¨ªa de su inteligencia, pero a trav¨¦s de la pantalla del C¨ªrculo de Bellas Artes me llegaron su agudeza y su simpat¨ªa; sab¨ªa de su elegancia, pero supe, al verlo caminar por el puerto de Santa Cruz, que la elegancia, si es, destaca a¨²n m¨¢s cuando el viento despeina una melena canosa.
Domingo P¨¦rez Minik, escritor, cr¨ªtico literario, agitador del pensamiento en el complejo contexto de una isla, tambi¨¦n sufri¨® el particular y com¨²n apocalipsis de la Guerra Civil, que le llev¨® a la c¨¢rcel y casi al fondo del mar, como a tantos otros republicanos represaliados. Juan Cruz, alumno y amigo de P¨¦rez Minik e impulsor de la memoria que honra a don Domingo, cuenta en su biograf¨ªa del maestro, Un gallo al rojo vivo (Tauro Ed., Tenerife) que solo le vio hacer en una ocasi¨®n un gesto impropio de alguien extremadamente educado y conciliador: dar la espalda de forma ostensible a un hombre que se le acerc¨®. Era un hombre, supo despu¨¦s Cruz, que hab¨ªa participado en esos cr¨ªmenes.
Don Domingo alent¨® una manera de ser, de pensar y de vivir que resumi¨® en su ¨²ltima alocuci¨®n p¨²blica con la palabra emoci¨®n, a sabiendas, expresamente, del desprecio que las emociones provocan en el modelo humano predominante. Vi¨¦ndolo, oy¨¦ndolo me llegaron todas las emociones de ese tiempo luminoso que fue anegado por las sombras. Un tiempo que acaso sea el destello al que volver la vista para seguir adelante entre los escombros. Pues la memoria de do?a Josefina, de don Domingo y, por qu¨¦ no, de do?a Angelines, me ha permitido sobreponerme a la tristeza de la p¨¦rdida y al v¨¦rtigo de la cat¨¢strofe.
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