La cena de los golpistas
Tejero reuni¨® a 200 guardias civiles, Milans del Bosch 1.800 efectivos y 60 carros de combate, Pardo Zancada, dos compa?¨ªas de soldados. Por mi parte, el mi¨¦rcoles s¨®lo consegu¨ª congregar a tres golpistas, uno de ellos, yo.
Cuando llegu¨¦, tarde como siempre, a la convocatoria en el Flash Flash, Adolf y Zequi ya estaban sentados a la mesa y se hab¨ªan puesto al corriente de sus respectivas vidas, lo que dice mucho de la capacidad de s¨ªntesis de ambos, pues llevaban la friolera de 30 a?os sin verse. Era una circunstancia extraordinaria: no todos los d¨ªas se sientan a cenar tres ex polic¨ªas militares que participaron (obligados) en el asalto al Congreso el 23-F, y piden hamburguesas.
No s¨¦ que esper¨¢bamos de la cita. Comparar los recuerdos, avivar la nostalgia de nuestra juventud perdida, observar lo que el tiempo hab¨ªa hecho con los otros. Seguramente tambi¨¦n estudiar qu¨¦ huella hab¨ªan dejado aquellos extravagantes acontecimientos en los antiguos camaradas. Compartir aquella peripecia es como haber desembarcado juntos en Normand¨ªa, aunque la comparaci¨®n m¨¢s exacta probablemente sea haber invadido Polonia.
En mi fuero interno de periodista albergaba la secreta esperanza de que se revelara alg¨²n secreto o al menos una novedad acerca del golpe. Intent¨¦ hacerles beber, y como tambi¨¦n estaba en el ajo, empec¨¦ por beber yo mismo.
La conversaci¨®n tard¨® en llenarse de noche, cascos y metralletas. Hablamos antes de nuestros respectivos trabajos, de nuestra vida sentimental como hacen los hombres (es decir, poco y displicentemente) y Adolf dijo que se ha comprado un perro y que desde que lo saca a pasear ha conocido a Toni Mir¨® y a Purificaci¨®n Garc¨ªa. Por ah¨ª no iba a venir el scoop. Adolf se dedica a la cr¨ªa y comercializaci¨®n de peces ex¨®ticos y viaja a menudo a Singapur. Zequi es pr¨®spero directivo de una gran empresa de embalajes. Conversamos un rato, no recuerdo por qu¨¦, sobre tortugas.
Poco a poco -tres hombres al cabo- fueron apareciendo los recuerdos de la mili. Aquel tipo, Saavedra, al que hab¨ªa que ducharlo a la fuerza, el otro al que se le disparo la zeta en un aparcamiento en Madrid, el mallorqu¨ªn que distra¨ªa gasolina de los Land Rover.
Y lleg¨® el 23-F. "Recuerdo dos momentos de tensi¨®n", rememor¨® Adolf; "cuando nos dijeron que ¨ªbamos a tomar los diarios y que est¨¢bamos obligados a disparar a los periodistas que se resistieran" -aqu¨ª me mir¨® de reojo-, "y cuando en los ¨²ltimos momentos en el Congreso ve¨ªamos por las ventanas a los geos prepar¨¢ndose para el asalto". "A m¨ª me preocup¨® mucho que el capit¨¢n dijera que finalmente no tendr¨ªamos que atacar los peri¨®dicos porque se nos reservaba para una misi¨®n m¨¢s trascendente", a?adi¨® Zequi hundiendo la cuchara en su sorbete.
Aquella noche, al salir la columna finalmente del cuartel general de la Brunete para unirnos a los golpistas en el Congreso, los tres subimos al mismo coche, el del capit¨¢n ?lvarez Arenas. Zequi: "?Record¨¢is que el pelota, que tambi¨¦n ven¨ªa, le pregunt¨® zalameramente al capit¨¢n ad¨®nde ¨ªbamos y la cara que se le puso -y a nosotros- cuando este contest¨® escuetamente: 'Al Congreso'?". Adolf: "El Land Rover del teniente Tostado pinch¨® y se separ¨® de la unidad, llegaron al Congreso preguntando a la gente si hab¨ªan visto pasar una columna de la PM". Nuestro otro teniente, Mart¨ªnez, se acod¨® en la barra (libre) del bar del Congreso y para extraerlo de all¨ª habr¨ªan hecho falta no ya los Geos sino el SAS.
"Recuerdo que pasamos mucho tiempo fuera, entramos en el Congreso en realidad porque hac¨ªa fr¨ªo". "O¨ª decir al capit¨¢n esa noche que sab¨ªa que el golpe hab¨ªa fracasado, que si hab¨ªamos ido era por solidaridad con Tejero, al que Pardo y ¨¦l le hab¨ªan prometido ayuda". "El capit¨¢n nos dej¨® que nos movi¨¦ramos libremente por el Congreso para distraernos, me pareci¨® una locura". "?Os acord¨¢is del tipo que rob¨® una grabadora de los despachos?". "Mucho rato estuvimos esperando o¨ªr el rugido de los tanques; luego supe, por los del regimiento Villaviciosa, que devolvieron los blindados al cuartel porque los mandos de la aviaci¨®n, contrarios al golpe, amenazaron con enviarles los Mirage". "Los guardias civiles me parecieron la tropa de Pancho Villa, mal uniformados, y esas parkas...". "Por la ma?ana lleg¨® un coche del cuartel general con chocolate y bollos y nos trajeron el desayuno". "?Vosotros cu¨¢ntas veces entrasteis en el hemiciclo?".
?Qu¨¦ nos pasaba por la cabeza? "Yo no era yo". "Solo pensaba que si empezaban los tiros me meter¨ªa en el lavabo". "Pues a m¨ª me parec¨ªa que no hab¨ªa riesgo". ?Por qu¨¦ no hicimos nada? Es decir, ¨¦ramos j¨®venes universitarios, de convicciones dem¨®cratas, de los buenos, aunque nos hubieran hecho formar con los malos. Quiz¨¢ pudimos cambiar de bando, o desertar. Acaso luchar, aport¨¦ pensando en los tres lanceros bengal¨ªes y los tres mosqueteros. Nos ensimismamos. "No existi¨® la posibilidad real", concluy¨® Adolf. "Nos hab¨ªan comido mucho el coco", a?adi¨® Zequi.
Les pregunt¨¦ a mis compa?eros qu¨¦ cambi¨® en sus existencias aquello. "Nada, quiz¨¢". Pero pudimos haber muerto y ahora, claro, no estar¨ªamos aqu¨ª, dije. Saborearon la evidencia con el caf¨¦. No parec¨ªa haber mucho m¨¢s que decir sobre la cuesti¨®n. Finalizamos la velada hablando de banalidades y acordando que la pr¨®xima vez hab¨ªa que convocar a Mariano.
Nos despedimos en la calle. Marchamos en diferentes direcciones en una noche tan desierta e inh¨®spita como aquella de Madrid hace 30 a?os. Ninguno lo dijo pero los tres sabemos que una parte de nosotros siempre seguir¨¢ en aquel Land Rover que nos conduc¨ªa, inexorablemente, a la peor pesadilla de la Espa?a moderna y a la mayor aventura de nuestras vidas.
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