Sarkozy se va a la guerra
En 2003, Francia, durante la presidencia de Jacques Chirac, tom¨® la delantera en la oposici¨®n a la invasi¨®n del Irak de Sadam Husein preparada por Estados Unidos. El llamativo discurso del ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Dominique de Villepin, en Naciones Unidas encarn¨® el "esp¨ªritu de resistencia" contra una aventura que result¨® peligrosa. En 2011, durante la presidencia de Nicolas Sarkozy, Francia ha adoptado de nuevo una posici¨®n muy notoria sobre una cuesti¨®n de guerra y paz, excepto que ahora los franceses, junto con los brit¨¢nicos, est¨¢n encabezando la lucha para proteger al pueblo de Libia de su exc¨¦ntrico y brutal dirigente, el coronel Muamar el Gadafi.
?Por qu¨¦ parece ansiar Francia semejante prominencia? Para los franceses, la posici¨®n internacional de Francia sigue siendo un elemento decisivo para la formaci¨®n de su identidad nacional. La forma en que los dem¨¢s nos ven afecta a la forma en que los franceses nos vemos a nosotros mismos, y nada es m¨¢s inquietante para nosotros que ser vistos con indiferencia o, peor a¨²n, pasar inadvertidos. De repente, con la cuesti¨®n de Libia, podemos decirnos que estamos alcanzando a Alemania, cuya pusilanimidad resulta chocante; estamos indicando el rumbo a Estados Unidos y las banderas francesas (y brit¨¢nicas) ondean en las calles de la Libia "liberada", junto con la nueva bandera de ese pa¨ªs, y de forma igualmente repentina los franceses, seg¨²n las primeras encuestas de opini¨®n, vuelven a sentirse orgullosos de serlo.
En Libia, Occidente no impone sus valores. Defiende la libertad, el respeto a la vida y el Estado de derecho
A la propensi¨®n, aparentemente natural, de Francia a intervenir contribuyen en este caso tres factores principales: Sarkozy, Gadafi y el marco de una revoluci¨®n ¨¢rabe m¨¢s amplia.
El factor Sarkozy es fundamental. Al presidente franc¨¦s le encantan las crisis, con su consiguiente subida de adrenalina. En eso consiste el poder para ¨¦l, en adoptar decisiones dif¨ªciles en circunstancias desfavorables. Naturalmente, las consideraciones internas no son ajenas al pensamiento de Sarkozy. En 2007, cuando desempe?¨® un papel decisivo en la liberaci¨®n de las enfermeras b¨²lgaras encarceladas por Gadafi, el dirigente de Libia fue recompensado con lo que pareci¨® un premio de legitimidad: una visita oficial a Par¨ªs. Ya no era un paria, sino un socio exc¨¦ntrico. En cambio, hoy da toda la impresi¨®n de que la intervenci¨®n puede devolver la legitimidad a Sarkozy ante los franceses, cuyos votos necesitar¨¢ en las elecciones presidenciales del a?o pr¨®ximo. Sarkozy, que es un jugador en¨¦rgico y audaz, est¨¢ corriendo un riesgo grande, pero leg¨ªtimo, para recuperar la estatura moral (y pol¨ªtica).
Adem¨¢s de Sarkozy, est¨¢ Gadafi, el villano ideal: la caricatura de un d¨¦spota, que personifica el tipo de adversario odioso al que todos los dem¨®cratas quieren ver derrotado. Su comportamiento ha sido abominable durante decenios... y no solo con su propio pueblo. Entre los ataques terroristas a blancos occidentales que orden¨®, figura no solo la tragedia del avi¨®n de Pan Am en Lockerbie, Escocia, sino tambi¨¦n la explosi¨®n de un avi¨®n franc¨¦s de UTA en el cielo de ?frica. Y no solo es Gadafi en verdad perverso, sino que, adem¨¢s, Libia es un pa¨ªs relativamente peque?o y sus fuerzas parecen relativamente d¨¦biles.
Aparte de esos factores de personalidades, est¨¢ el marco regional. Impedir a Gadafi reconstruir el muro de miedo que cay¨® en T¨²nez y en Egipto es esencial para que no siga a la primavera ¨¢rabe un nuevo invierno de descontento. Lo que ahora se hace en el cielo de Libia, sancionado por el derecho internacional y, a diferencia de lo sucedido en el Irak en 2003, con el apoyo ambivalente de la Liga ?rabe, es fundamental para que los revolucionarios ¨¢rabes adopten una opini¨®n positiva sobre Occidente.
Occidente no est¨¢ intentando, como hizo durante las Cruzadas o las conquistas imperialistas del siglo XIX y comienzos del XX, imponer su religi¨®n ni sus valores a los ¨¢rabes, sino que est¨¢ defendiendo valores comunes, como la libertad, el respeto de la vida humana y el Estado de derecho. Tenemos el deber de proteger las vidas y los valores ¨¢rabes, como han pedido los propios ¨¢rabes.
Francia tiene una historia y una geograf¨ªa comunes con los pa¨ªses de la ribera meridional del Mediterr¨¢neo. El deber de intervenir -y el coste de la indiferencia- probablemente sean mayores en este pa¨ªs que en ning¨²n otro occidental.
De hecho, Francia tiene una gran poblaci¨®n inmigrante oriunda del Magreb y para la que la primavera ¨¢rabe reviste importancia decisiva y constituye un motivo de fascinaci¨®n y orgullo, y hoy, al encabezar Francia una intervenci¨®n internacional para proteger al pueblo libio contra su dirigente, puede sentirse simult¨¢neamente orgullosa de ser francesa y de sus ra¨ªces ¨¢rabes. Esas identidades positivas constituyen la mejor protecci¨®n contra las sirenas del islam fundamentalista.
Naturalmente, lo ideal ser¨ªa que la intervenci¨®n "saliera bien" y que no provocara confusi¨®n ni caos en Libia ni en la regi¨®n m¨¢s amplia. Francia, junto con Gran Breta?a y con el apoyo m¨¢s distante de Estados Unidos, est¨¢ arriesgando mucho, indiscutiblemente, porque resulta m¨¢s f¨¢cil comenzar una guerra que acabarla, pero se trata de un riesgo que vale la pena. El coste de la no intervenci¨®n, de permitir que Gadafi aplaste a su propio pueblo y, con ello, indicar a los d¨¦spotas del mundo que una campa?a de terror interior es aceptable resulta mucho m¨¢s amenazador.
Sarkozy ha elegido la opci¨®n correcta. De hecho, ha optado por la ¨²nica v¨ªa por la que avanzar.
? Project Syndicate, 2011.
Traducci¨®n de Carlos Manzano.
Dominique Moissi es autor de The geopolitics of emotion (La geopol¨ªtica de la emoci¨®n).
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