La casa de Arequipa
El lugar donde nac¨ª tra¨ªa a mi madre recuerdos siniestros: vino a ¨¦l embarazada para estar cerca de su familia, y mi padre no volvi¨® a dar se?ales de vida. Ahora ser¨¢ un centro cultural
La casa en que nac¨ª, en el n¨²mero 101 del Boulevard Parra, en Arequipa, el 28 de marzo de 1936, no tiene ninguna distinci¨®n arquitect¨®nica particular, salvo la vejez, que sobrelleva con dignidad y que le da ahora cierta apariencia respetable. Es una casa republicana, de principios del siglo XX.
Hab¨ªa o¨ªdo en la familia que desde su lado Este se ten¨ªa una magn¨ªfica vista de los tres volcanes tutelares de mi ciudad natal, pero ahora ya no se ven los tres, solo dos, el Misti y el Chachani, que lucen esta ma?ana soberbios y enhiestos bajo el sol radiante. En los 75 a?os transcurridos desde que vine al mundo han surgido edificios y construcciones que ocultan casi enteramente al tercero, el Pichu Pichu. Otro m¨¦rito de esta casona es haber resistido los abundantes temblores y terremotos que han sacudido a Arequipa, tierra volc¨¢nica si las hay, desde entonces.
El matrimonio fue un absoluto desastre, por los celos y el car¨¢cter violento de mi padre
Mi madre segu¨ªa amando a quien la maltrat¨®. Diez a?os despu¨¦s volvi¨® a juntarse con ¨¦l
Consta de dos pisos y desde su terraza trasera se divisa una buena parte de la sosegada campi?a arequipe?a, con sus peque?os huertos y chacras. Su jard¨ªn delantero est¨¢ completamente muerto, pero las lindas baldosas modernistas de la entrada brillan todav¨ªa. La familia Llosa alquilaba el segundo piso a los due?os, la familia Vinelli, que viv¨ªa en la planta de abajo. La primera vez que yo pude entrar y conocer por dentro la casa donde nac¨ª y pas¨¦ mi primer a?o de vida, fue a mediados de los a?os sesenta. Entonces viv¨ªa all¨ª, solo, un se?or Vinelli, afable viejecito que se acordaba de mi madre y mis abuelos, y que me ense?¨® el cuarto donde mi madre estuvo sufriendo lo indecible durante seis horas porque yo, por lo visto, con un emperramiento tenaz, me negaba a entrar en este mundo. La comadrona, una inglesa evangelista llamada Miss Pitzer, despu¨¦s de esta batalla tuvo todav¨ªa ¨¢nimos para ayudar a dar a luz a la madre de Carlos Meneses, que es ahora director del diario El Pueblo de Arequipa.
Como s¨®lo viv¨ª un a?o aqu¨ª, no tengo recuerdo personal alguno de la casa del Boulevard Parra. Pero s¨ª muchos heredados. Crec¨ª en Cochabamba, Bolivia, oyendo a mi madre, mis t¨ªos y abuelos contar an¨¦cdotas de Arequipa, una ciudad que a?oraban y quer¨ªan con fervor m¨ªstico, de modo que cuando vine por primera vez a la Ciudad Blanca -as¨ª llamada por sus hermosas iglesias, conventos y casas coloniales construidas con piedra sillar que destella con la luminosidad de las ma?anas-, yo tuve la sensaci¨®n de conocerla al dedillo, porque sab¨ªa los nombres de sus barrios, de su r¨ªo Chili, de sus volcanes y de esas barricadas de adoquines que levantaban los arequipe?os cada vez que se alzaban en revoluci¨®n (lo hac¨ªan con frecuencia).
Mis primeros recuerdos personales de Arequipa son de ese viaje, que tuvo lugar en 1940. Hab¨ªa un Congreso Eucar¨ªstico y mi mam¨¢ y mi abuela me trajeron consigo. Nos alojamos donde el t¨ªo Eduardo Garc¨ªa, magistrado y solter¨®n, que era reverenciado en la familia porque hab¨ªa estado en Roma y visto al Papa. Viv¨ªa solo, cuidado por su ama de llaves, la se?ora Inocencia, que puso bajo mis ojos, por primera vez, un chupe de camarones rojizo y candente, manjar supremo de la cocina arequipe?a, que luego ser¨ªa mi plato preferido. Pero esa primera vez, no. Me asustaron las retorcidas pinzas de esos crust¨¢ceos del r¨ªo Majes y hasta parece que llor¨¦. Del Congreso Eucar¨ªstico recuerdo que hab¨ªa mucha gente, rezos y cantos, y que un se?or con corbata pajarita, en lo alto de una tribuna, discurseaba con ¨ªmpetu. Lo aplaud¨ªan y mi abuelita Carmen me instruy¨®: "Se llama V¨ªctor Andr¨¦s Belaunde, es un gran hombre, y adem¨¢s nuestro pariente". Estoy seguro de que en ese viaje ni mi madre ni mi abuela me mostraron la casa en que nac¨ª.
Porque la casa del Boulevard Parra tra¨ªa a mi madre recuerdos siniestros, que s¨®lo muchos a?os despu¨¦s, cuando yo era un hombre lleno de canas y ella una viejecita, se anim¨® a contarme. En esa casa se hab¨ªa casado, con un lindo vestido de novia, en un oratorio levantado bajo la escalera -lo atestigua la fotograf¨ªa de los "Vargas Hermanos", inevitables en todos los casamientos de la Arequipa de entonces-, con mi padre, un a?o antes de mi nacimiento, y de all¨ª hab¨ªan partido ambos hacia Lima, donde la pareja vivir¨ªa. Se hab¨ªan conocido en el aeropuerto de Tacna poco antes, y mi madre se hab¨ªa enamorado como una loca de ese apuesto radio operador que volaba en los aviones de la Panagra. Mis abuelos hab¨ªan intentado demorar esa boda. Les parec¨ªa precipitada y rogaron a mi madre esperar un tiempo, conocer mejor a ese joven. Pero no hubo manera, porque a Dorita, cuando algo se le met¨ªa en la cabeza nadie se lo sacaba de all¨ª, ni siquiera cort¨¢ndosela (rasgo que, creo, tambi¨¦n le hered¨¦).
El matrimonio fue un absoluto desastre, por los celos y el car¨¢cter violento de mi padre. Sin embargo, cuando mi madre qued¨® embarazada, el caballero pareci¨® amansarse. Mi abuelita anunci¨® que ir¨ªa a Lima, a acompa?ar a su hija durante el parto. Mi padre propuso que m¨¢s bien Dorita viajara a dar a luz a Arequipa, rodeada de su familia. As¨ª se hizo. Desde el d¨ªa en que se despidieron, el caballero no volvi¨® a dar se?ales de vida, ni a responder las cartas y telegramas que mi madre le enviaba. As¨ª fue como ella, mientras yo crec¨ªa en su vientre y pegaba las primeras pataditas, descubri¨® que hab¨ªa sido abandonada. "Fue un a?o atroz", me confes¨®, con la voz que le temblaba. "Por la verg¨¹enza que sent¨ªa. Durante el primer a?o de tu nacimiento no sal¨ª casi nunca de la casa del Boulevard Parra. Me parec¨ªa que la gente me se?alar¨ªa con el dedo". Hab¨ªa sido abandonada por un canalla y era ella la que se sent¨ªa avergonzada y culpable. Tiempos atroces, en efecto.
Todas las veces que he venido a Arequipa desde entonces y he pasado por el Boulevard Parra a echar un vistazo a la casa en que nac¨ª, he tratado de figurarme lo que debi¨® ser la vida de esa muchacha veintea?era, con un hijo en brazos y sin marido (cuando mis abuelos, a trav¨¦s de un abogado amigo, hicieron saber a mi padre que hab¨ªa tenido un hijo, ¨¦l se apresur¨® a entablar una demanda de divorcio), auto secuestrada en esta vivienda por temor al qu¨¦ dir¨¢n. Los abuelos debieron tambi¨¦n sufrir mucho con lo ocurrido y pensar que aquello era una deshonra para la familia. Por eso, nadie me quita de la cabeza que la familia Llosa abandon¨® el terru?o a que estaba tan aferrada y parti¨® a Bolivia para poner una vasta geograf¨ªa de por medio con aquella tragedia de la pobre Dorita.
?Lo consiguieron? ?Fueron felices en Cochabamba? Yo creo que s¨ª. Recuerdo mis a?os cochabambinos como un para¨ªso. En la gran casa de la calle Ladislao Cabrera, la vida de la tribu familiar parec¨ªa transcurrir con sosiego y alegr¨ªa. Mi madre era joven y agraciada, pero nunca acept¨® galanes, en apariencia porque, siendo tan cat¨®lica, para ella no hab¨ªa m¨¢s que un matrimonio, el de la iglesia. Sin embargo, la raz¨®n profunda era que, pese a todo, segu¨ªa amando con toda su alma al caballero que la maltrat¨®. Que 10 a?os despu¨¦s de su tragedia volviera a juntarse con ¨¦l, as¨ª lo demostrar¨ªa.
Pero esta ma?ana soleada y hermos¨ªsima no est¨¢ para pensar en cosas tristes y truculentas. El cielo es de un azul impresionista y hasta el desvencijado caser¨®n del Boulevard Parra parece contagiado del regocijo general. El alcalde de Arequipa acaba de decir unas cosas muy bonitas sobre mis libros y si mi madre hubiera estado aqu¨ª habr¨ªa soltado algunos lagrimones. El burgomaestre record¨®, tambi¨¦n, todo el tiempo que han pasado aqu¨ª los Llosa, desde que lleg¨® a esta tierra el primero de la estirpe, a comienzos del siglo XVIII, don Juan de la Llosa y Llaguno, desde la remota Trucios, un enclave c¨¢ntabro incrustado en Vasconia. Y por supuesto que mi madre se hubiera alegrado mucho de saber que esta casa que le tra¨ªa tan malos recuerdos ser¨¢, a partir de ahora, una instituci¨®n cultural, donde los arequipe?os vendr¨¢n a leer y a sumergirse en las fantas¨ªas literarias y a so?ar con ellas y a vivirlas, como ella me ense?¨® a hacer para buscar la felicidad cuando todav¨ªa yo babeaba y mojaba las s¨¢banas a la hora de dormir.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2011. ? Mario Vargas Llosa, 2011.
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