Recordar a Wellington
La historia nos dice que Wellington fue el ¨²nico militar de su tiempo a la altura de Napole¨®n. No solo por sus valores t¨¢cticos, tan distintos a los del corso, un artillero de golpes fulminantes, sino por una inteligente prudencia, que le imped¨ªa avanzar sin tener claro el d¨ªa siguiente.
Como buen infante brit¨¢nico, notable empleador de la t¨¢ctica de guerrillas (la independencia de Espa?a es un ejemplo hist¨®rico elocuente) y experto en la administraci¨®n de la log¨ªstica, la precipitaci¨®n no era su caracter¨ªstica. Frecuentemente, incluso, se le cuestionaba su parsimonia, que no era otra cosa que su principio de no entrar en operaciones sin una exacta definici¨®n del objetivo de la intervenci¨®n y la adecuada interpretaci¨®n de su contexto.
No se puede entrar en una guerra sin saber qu¨¦ se quiere. La indefinici¨®n debilita a la coalici¨®n en Libia
Lo demostr¨® acabadamente en Irlanda, en la unificaci¨®n de la India y, para el caso que nos interesa, en la toma de Copenhague, en 1807, que fue un modelo de esa doctrina militar.
Temerosos de que Napole¨®n, en uno de sus siempre sorprendentes golpes de mano, secuestrara la flota danesa, los brit¨¢nicos le encargaron que se le adelantara y la tomara ¨¦l. Era un acto militar poco digno porque Dinamarca era neutral pero el general lo asumi¨® con su cl¨¢sica disciplina. Y all¨¢ fue, rode¨® Copenhague, derrot¨® a la fuerza defensiva pero trat¨® muy bien a la poblaci¨®n civil, le intim¨® su rendici¨®n a la autoridad y cuando en Londres se festejaba la conquista de Dinamarca, negoci¨® no atacar la hermosa ciudad a cambio de la flota. Los daneses, que ya estaban resignados a que algo les pasar¨ªa con sus nav¨ªos y advert¨ªan que lo contrario supon¨ªa la destrucci¨®n de la capital, se los entregaron y hasta le agradecieron el ahorro de vidas y penurias.
Se subi¨® a la flota y apareci¨® en Londres con ella. Los pol¨ªticos no quedaron demasiado satisfechos, pero con claridad ¨¦l les respondi¨® que hab¨ªa cumplido con el objetivo fijado, que era la flota y no la conquista territorial de un pa¨ªs neutral.
Ejemplos parecidos pueden encontrarse en Francia, cuando tras la ca¨ªda del emperador se enfrent¨® al intento prusiano de desmembrar al Estado derrotado, con la poderosa raz¨®n de que de ese modo no se terminaba la guerra sino que se la eternizaba.
En Espa?a mismo, tras su brillante campa?a, intent¨® contribuir a la instituci¨®n de una monarqu¨ªa constitucional; sin embargo, al verse envuelto en los lodazales de Fernando VII, se retir¨®, considerando cumplida su misi¨®n.
Todos estos recuerdos vienen a cuento a prop¨®sito de esta guerra que hemos comenzado. Parecidas evocaciones hicimos all¨¢ por 2004, cuando no se sab¨ªa si el episodio de Irak se iniciaba con la meta de eliminar las famosas armas de destrucci¨®n masiva en manos de Sadam Husein, de derrocarlo a ¨¦l mismo, de lograr la instalaci¨®n de un Gobierno proclive a Occidente o bien de edificar una democracia en un pa¨ªs sin formaci¨®n c¨ªvica. El objetivo fue cambiando con el desarrollo de las acciones y, no hace falta decirlo, todav¨ªa se est¨¢ all¨ª sin conclusiones demasiado claras a la vista.
En este momento la cuesti¨®n es si el objetivo de la intervenci¨®n en Libia es preservar las vidas humanas, tal cual dice la resoluci¨®n de Naciones Unidas; liquidar al r¨¦gimen de Gadafi e intentar juzgarlo; eventualmente liquidarlo; ayudar a los rebeldes a consolidarse aun al precio de la divisi¨®n del pa¨ªs; impedir que el petr¨®leo, riqueza del pa¨ªs y su pueblo, sea explotado por un dictador megal¨®mano o bien instalar un nuevo r¨¦gimen pol¨ªtico despu¨¦s de controlar todo el territorio. No es una definici¨®n sencilla, pero inevitable. Porque si no se sabe bien cu¨¢l es ese objetivo nunca se sabr¨¢ d¨®nde est¨¢ el final, en qu¨¦ momento habr¨¢ una victoria, o una derrota, o un largo y penoso empate como los que ya hemos visto.
No se puede entrar en una guerra sin saber exactamente qu¨¦ se quiere. Y ello condiciona tambi¨¦n los medios a emplear. Por ejemplo, no hay control territorial posible sin infanter¨ªa, cuando hasta hoy la consigna en Libia es no arriesgar soldados en la fase siempre m¨¢s penosa de cualquier enfrentamiento.
Esta indefinici¨®n debilita a la coalici¨®n, pese a sus buenos prop¨®sitos y a su inobjetable legitimaci¨®n jur¨ªdica. Dispuesta la intervenci¨®n, hay que poner los logros a la altura del prop¨®sito. Y esto nunca se alcanzar¨¢ con objetivos superpuestos y confusos.
"Nada, salvo una derrota, es tan melanc¨®lico como una victoria", dijo una vez nuestro recordado general. El desaf¨ªo est¨¢ no solo en ganar, sino evitar que, al d¨ªa siguiente, los hechos nos arrastren a esa melancol¨ªa.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti, expresidente de Uruguay, es abogado y periodista.
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