Mal bicho, pero genial
En un excelente art¨ªculo publicado recientemente en estas p¨¢ginas (Los r¨¦probos, EL PA?S, 30 de enero de 2011), Mario Vargas Llosa comentaba la lamentable decisi¨®n del Gobierno franc¨¦s de suspender el proyectado homenaje a Louis-Ferdinand C¨¦line en raz¨®n de su odioso antisemitismo y su abierta colaboraci¨®n con los nazis.
Comparto enteramente su opini¨®n: la extraordinaria empresa subversiva de Viaje al final de la noche y la infame labor panfletaria conviv¨ªan en efecto en la misma persona pero importa deslindar una de otra. Una creaci¨®n literaria de la hondura y alcance de la obra maestra de C¨¦line no se sujeta a correcci¨®n alguna: brota como un volc¨¢n de luz incendiaria con su acompa?amiento de escoria. En todos los pa¨ªses e idiomas hay infinidad de poetas y narradores de una correcci¨®n pol¨ªtica y ¨¦tica sin m¨¢cula, pero de mediocridad irremediable, y algunos que, como el novelista franc¨¦s, aunaron el genio con un pensamiento y conducta absolutamente abyectos.
C¨¦line y Quevedo fueron genios literarios pero tambi¨¦n rastreros antisemitas
En 'La hora de todos', Quevedo muestra la m¨¢s abyecta misoginia
No est¨¢ de m¨¢s recordar aqu¨ª que una obra "correcta" en todos los sentidos del t¨¦rmino ser¨ªa forzosamente did¨¢ctica y, por ello, ajena a la esencial rebeld¨ªa art¨ªstica. Los escritores son seres humanos con diversos grados de nobleza y miseria y en la lista de quienes encarnaron esta ¨²ltima y dieron rienda suelta a los peores instintos de la especie a la que pertenecemos.
Vargas Llosa menciona con raz¨®n a Quevedo. El autor de los m¨¢s bellos sonetos de amor escritos en nuestra lengua y de una obra de la riqueza e inventiva verbal del Busc¨®n era, desde el punto de vista de nuestra ¨¦tica social y de la honradez exigible a una persona, un perfecto mal bicho. Si las alusiones a las narices atribuidas a los conversos y su horror al tocino se suceden a lo largo de la novela en unos cap¨ªtulos de lectura sabrosa, sus poemas sat¨ªricos y burlescos (412 sin contar los que contienen hirientes befas de algunos de sus colegas) compendian un vasto muestrario de racismo, antisemitismo, misoginia y homofobia que no perdonan a nadie con excepci¨®n de los militares y de los curas de misa y olla.
Las burlas de los negros, de los mulatos, de los moros ("Nacida en Morer¨ªa / sin que t¨² puedas negarlo; / y si las moras son perras / de casta le viene al galgo"), de las viejas ("tumba os est¨¢ mejor que estrado y sala; / cecina sois en h¨¢bito de harp¨ªa"), de las flacas, de las de baja estatura ("enana sois entre los pigmeos"), de sus odiados cristianos nuevos ("Aqu¨ª yace Mos¨¦n Diego / a Santo Ant¨®n tan vecino / que huyendo de su cochino / vino a parar en el fuego" -de la Inquisici¨®n, claro-"), de los sodomitas, casi siempre italianos ("T¨² que caminas en campa?a rasa / c¨®sete el culo, viandante, y pasa"), etc¨¦tera, ocupan docenas de p¨¢ginas de su extensa vena sat¨ªrica. Y si de ¨¦sta pasamos
a los Sue?os, comprobaremos que su infierno po¨¦tico est¨¢ poblado de comerciantes, sastres, cirujanos, prestamistas y otros oficios propios en aquellos tiempos de las castas jud¨ªa y morisca. Frente a la hornada de r¨¦probos, Quevedo salva de la quema, como dijimos, a quienes profesan la carrera de las armas, la ¨²nica noble y digna de un hidalgo espa?ol.
En un extraordinario ejercicio de dicotom¨ªa, el autor de unas composiciones cuya lectura nos deslumbra con la precisa y bella evocaci¨®n de la mujer amada se entrega sin rebozo en La hora de todos a la m¨¢s abyecta misoginia: "Consid¨¦rala (a la mujer) padeciendo los meses, y te dar¨¢ asco, y cuando est¨¦ sin ellos, acu¨¦rdate de que los ha tenido, y que los ha de padecer, y te dar¨¢ horror lo que te enamora, y averg¨¹¨¦nzate de andar perdido por cosas que en cualquier estatura de palo tienen menos asqueroso fundamento". ?Se puede ir m¨¢s lejos en la aversi¨®n, oh cu¨¢n viril, del otro sexo?
El Parnaso, tan sugestivamente descrito por Cervantes, ha sido siempre un semillero de odios, disputas y rencillas (genus irritabile vatum dec¨ªan ya los cl¨¢sicos), pero la sa?a de Quevedo con sus rivales supuestos o reales no admite parang¨®n en nuestras letras. Sus d¨¦cimas contra G¨®ngora, a quien acusa de sodom¨ªa ("De vos dicen por ah¨ª / Apolo y todo su bando / que sois poeta nefando / pues cant¨¢is culos as¨ª") y de ascendencia judaica ("?Por qu¨¦ censuras t¨² la lengua griega / siendo solo rab¨ª de la jud¨ªa / cosa que tu nariz aun no lo niega?) resultan todav¨ªa m¨¢s deleznables si se tiene en cuenta el escrutinio y acoso del Santo Oficio a los sospechosos de juda¨ªsmo y a los culpables del crimene p¨¦simo. Quevedo vierte su malquerencia al cordob¨¦s ("Yo frotar¨¦ mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla") y, con el aplomo que le confiere su estatus de sangre limpia, arremete con su espadach¨ªn contra quienes detesta ceb¨¢ndose en sus defectos f¨ªsicos, como al dramaturgo Juan Ruiz de Alarc¨®n. Los romances, d¨¦cimas y letrillas del autor del Busc¨®n no carecen de gracia, pero dicen muy poco a favor de la calidad humana de quien los perpetr¨®.
Con todo, el patrioterismo de Quevedo, ese espa?ol de casta que abominaba de cuanto es ajeno a nuestras m¨¢s puras esencias, no obedec¨ªa ¨²nicamente a unos sentimientos viscerales de pertenencia a una gran naci¨®n cuyo declive advert¨ªa: su af¨¢n de hacer carrera en la corte y acumular beneficios no pueden pasarse por alto.
Cuando Olivares, el mejor estadista de toda la dinast¨ªa de los Habsburgo, propuso el copatronazgo de santa Teresa con Santiago en una ¨¦poca de angustia nacional ante la inexplicable incomparecencia del ¨²ltimo en el desdichado curso de la guerra de Flandes y el desastre de la Armada Invencible, el cabildo de Santiago, viendo en peligro sus privilegios, busc¨® una pluma que defendiera la causa del Ap¨®stol y no hall¨® otra mejor que la de Quevedo. La argumentaci¨®n jacobea de ¨¦ste no tiene desperdicio. Lo que Dios aprecia m¨¢s, nos dice en Su espada por Santiago, es la victoria de sus ej¨¦rcitos y ?c¨®mo puede una mujer ponerse al frente de ellos? El Ap¨®stol, en cambio, prosigue, combati¨® en cuatro mil batallas y cort¨® personalmente la cabeza a once millones y quince mil moros. La deuda de la Espa?a cat¨®lica contra¨ªda con ¨¦l es inmensa y poco pesa en la balanza la virtud de la santa de ?vila.
Si el c¨¢lculo exacto de batallas y moros muertos nos deja perplejos, la prueba del arribismo sin escr¨²pulos del poeta no le va a la zaga. Quevedo no fue un buen ajedrecista en el campo pol¨ªtico como nos informa su biograf¨ªa, pero no se paraba en barras en cuanto a su medro personal.
Est¨¢ hoy bien documentado que cobraba por sus informes de la Embajada de Francia y su exaltaci¨®n nacionalista y cat¨®lica no andaba re?ida con el provecho de su bolsillo. Tan s¨®lo esto lo distingue de C¨¦line, poco atento al arte de hacer carrera. En lo dem¨¢s comparte con ¨¦l el genio literario y una conducta ignominiosamente vil y rastrera.
Juan Goytisolo es escritor.
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