'No puedo creer en la guerra de civilizaciones, mi vida lo contradice'
LA FR?GIL FIGURA de una japonesa superviviente de la bomba at¨®mica de Nagasaki (1945) entrelaza la historia de dos familias a lo largo de seis d¨¦cadas, en un recorrido desde el ep¨ªlogo de la Segunda Guerra Mundial hasta la India en v¨ªsperas de la partici¨®n, el pulso nuclear con el nuevo Estado de Pakist¨¢n y la guerra contra el terror que desencadenaron los ataques terroristas del 11-S.M¨¢s all¨¢ de la mera narraci¨®n ¨¦pica de pasiones y p¨¦rdidas, lealtades y traiciones, la escritora paquistan¨ª Kamila Shamsie (Karachi, 1973) torna su novela Sombras quemadas (Salamandra y Edicions 62) en una reflexi¨®n sobre la identidad individual y el coste humano de las acciones emprendidas por Gobiernos leg¨ªtimos en nombre de la exclusiva defensa de la propia naci¨®n. Si la principal protagonista, Hiroko, es una mujer nipona con la huella de la radiaci¨®n grabada en su cuerpo de forma perenne, el relato acabar¨¢ conduci¨¦ndonos hasta la incomunicaci¨®n de un reo sin nombre en una celda de Guant¨¢namo.
"No se trata de una conexi¨®n entre Nagasaki y el 11-S, sino entre las dos ciudades despu¨¦s del drama"
Integrante de un emergente grupo de j¨®venes autores paquistan¨ªes que escriben en lengua inglesa, Shamsie ha recabado un ramillete de premios de las letras en el Reino Unido y Pakist¨¢n desde su estreno literario con In The City by the Sea (1998).
Tanto esta obra como las tres que le sucedieron (Salt and Saffron, Kartography y Broken Verses) se circunscriben al conocido universo de su tierra natal, diseccionando las tensiones pol¨ªticas, ¨¦tnicas, sociales y en torno al enfoque de la religi¨®n musulmana.
"No imagino un d¨ªa en el que no me sintiera paquistan¨ª", se autodefine esta mujer cosmopolita,miembro de una familia de editores y literatos, nacida y criada en Karachi antes de estudiar en Estados Unidos, vivir en Nueva York y finalmente recalar en Londres, su residencia de los ¨²ltimos cuatro a?os. Con Sombras quemadas, finalista del Premio Orange en la categor¨ªa de ficci¨®n, Kamila Shamsie se atreve por primera vez a extender las alas geogr¨¢ficas de su imaginaci¨®n literaria, aunque la cuesti¨®n paquistan¨ª siga impregnando todas las costuras del libro.
PREGUNTA. ?Qu¨¦ le condujo a sumergirse en territorio desconocido y a elegir como protagonista a una japonesa? RESPUESTA. Mi idea original era escribir sobre la amenaza de confrontaci¨®n nuclear entre Pakist¨¢n y la India, y que mi personaje fuera paquistan¨ª, aunque con una abuela japonesa que le permitiera conocer a nivel personal lo que la bomba puede hacer. Porque en mi pa¨ªs solo se habla de esa bomba como arma estrat¨¦gica y nunca sobre sus efectos. En los d¨ªas previos a un ensayo nuclear de Pakist¨¢n en los noventa, un grupo de japoneses supervivientes de la bomba at¨®mica vinieron al pa¨ªs para suplicar al Gobierno que no lo llevara a cabo.
Fue una historia peque?a en los medios de comunicaci¨®n, pero para m¨ª la idea de Jap¨®n segu¨ªa all¨ª, inamovible, y finalmente me decid¨ª a encararla en el libro. Adem¨¢s, siempre he escrito sobre ¨¢mbitos que conozco ¨ªntimamente y era tiempo de cambiar: no quiero ser vista como una autora que siempre escribe el mismo libro.
P. La amenaza nuclear aparece de forma recurrente en el libro a trav¨¦s de esa espalda de Hiroko, que lleva grabadas unas quemaduras en forma de p¨¢jaro de resultas de la explosi¨®n at¨®mica. ?De d¨®nde surge esa imagen? R. Todo el libro proviene de esa primera imagen, inspirada en la descripci¨®n que John Hersey hace en el libro Hiroshima (1946) de c¨®mo la radiaci¨®n imprimi¨® los dibujos de los kimonos en la piel de las japonesas. De ah¨ª naci¨® mi personaje.
P. La historia arranca en el Nagasaki de 1945 y concluye en la era posterior al 11-S ?Qu¨¦ nexo establece entre esos dos paisajes de destrucci¨®n? R. ElNagasaki de antes de la guerra era la ¨²nica ciudad japonesa en contacto con Europa, cosmopolita, con una decena de diarios en lengua inglesa, matrimonios mixtos, un club internacional... Cuando estall¨® el conflicto, todos los extranjeros la abandonaron, pero los hijos de parejas mixtas que se quedaron pasaron a convertirse en sospechosos.
Eso me llev¨® a pensar en el Nueva York posterior al 11 de septiembre, donde muchos taxistas son paquistan¨ªes y me explicaron los cambios de actitud de la gente antes y despu¨¦s de los atentados. Estas personas, a menudo en situaci¨®n precaria, se sienten rechazadas y han vivido con el temor de ser detenidas o deportadas. No se trata de una conexi¨®n entreNagasaki y el 11-S, sino entre las dos ciudades despu¨¦s del drama.
P. La historia, la pol¨ªtica, los intereses estrat¨¦gicos de las potencias, acaban colocando a las dos familias protagonistas de su relato —una del Este, la otra occidental— en posiciones antag¨®nicas. ?No ser¨ªa ese el retrato de la supuesta guerra de civilizaciones? R. No puedo creer en la guerra de civilizaciones cuandomi propia vida lo contradice, como mujer nacida y criada en Pakist¨¢n, con una abuela alemana, que ha vivido en Nueva York y ahora en Londres. Sobre todo a lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada, musulmanes y occidentales (aunque en realidadmuchos musulmanes son occidentales) empiezan a considerarse incompatibles, incluso enemigos.
Pero el islam y la democracia no son incompatibles, mire si no lo que est¨¢ ocurriendo en Egipto o en Libia... P. ?Le preocupa la imagen que se proyecta de su propio pa¨ªs, los temores a una talibanizaci¨®n de Pakist¨¢n, la llamada guerra contra el terrorismo en sus propias fronteras? ?Puede la literatura modificar esa percepci¨®n unidimensional? R. La proyecci¨®n de Pakist¨¢n en los medios sol¨ªa reducirse a la confrontaci¨®n con India y ahora a la guerra de Afganist¨¢n... aparte de las noticias sobre el cricket, por supuesto. Pakist¨¢n tiene m¨²sicos, artistas y escritores, no solo produce terroristas. Los autores paquistan¨ªes no podemos cambiar el mundo, pero s¨ª retratar la vida real y a gente real P. Ustedmisma ha expresado en sus columnas del diario The Guardian el temor a un constre?imiento de los sectores liberales de la sociedad paquistan¨ª, a ra¨ªz del asesinato en enero de un pol¨ªtico contrario a las leyes que penan la blasfemia (Salman Taseer, gobernador de la provincia del Punjab) ?Supone ese contexto una amenaza para los autores y creadores de Pakist¨¢n? R. Estuve en Karachi hace dos semanas y la gente estabam¨¢s deprimida que nunca porque el autor de aquel asesinato hab¨ªa recibido el trato de h¨¦roe cuando fue llevado ante los tribunales. Pero me quedo con la idea formulada por Doris Lessing de que a lo largo de su vida hab¨ªa visto a Hitler, a Stalin, el r¨¦gimen del apartheid...y sin embargo todo aquello ya ha desaparecido. En Pakist¨¢n tuvimos el equivalente a la actual revuelta en Oriente Pr¨®ximo hace tres a?os, cuando la presi¨®n de los jueces y de losmedios forz¨® la ca¨ªda de PervezMusharraf.
Ahora tenemos un Gobierno electo, aunque incompetente y corrupto. En cuanto a las tensiones religiosas,me pregunto si pueden conducir a las nuevas generaciones de escritores paquistan¨ªes a no tocar seg¨²n qu¨¦ temas, porque el subconsciente est¨¢ alerta de las amenazas y puede conducirte a la autocensura. Pero no conozco la respuesta. Yo no tengo ese dilema, vivo en Londres y escribo en ingl¨¦s, por lo que solo llego a un peque?o porcentaje de los lectores de Pakist¨¢n, aunque esmuy poderoso e influyente.
P. La protagonista de su libro se integra sin dificultad en el entono de cada pa¨ªs en el que vive, pero al tiempo reniega de algo "tan insustancial y da?ino como una naci¨®n".
?Comparte esa opini¨®n de su criatura literaria? R. Admiro a Hiroko, pero no comparto esa sentencia porque Pakist¨¢n me importa demasiado, inspira mis sentimientos m¨¢s profundos, la cr¨ªtica y el cari?o. Siempre que regreso a Karachi siento "esta es mi historia". Aunquemi noci¨®n de patriotismo no encaja con esa idea tan poderosa de la naci¨®n que te lleva a estar dispuesta amatar y morir por ella. Hiroko es como me gustar¨ªa que fu¨¦ramos todos: se adapta a las costumbres, aprende lenguas, pero no lo hace pensando en el concepto de naci¨®n sino de comunidad.
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