El regreso de las brujas
NO ES NADA extra?o, en la obra de John Updike (Pensilvania, 1932-Massachusetts, 2009), que el autor vuelva sobre un personaje para conocer su evoluci¨®n. La tetralog¨ªa (ampliada tambi¨¦n en cuentos) dedicada a Harry Conejo Armstrong es una exploraci¨®n sobre la influencia de la biolog¨ªa y la sociedad en un individuo que m¨¢s bien destaca por su vulgaridad. A Conejo lo vimos en los a?os posteriores a la Segunda Guerra Mundial aturdido por una paternidad inesperada, en los sesenta oprimido por los ultrajes del matrimonio, m¨¢s tarde enriquecido y, finalmente, amenazado por el infarto. Conejo se mantuvo vivo en la imaginaci¨®n de Updike cuarenta a?os. Casi un cuarto de siglo despu¨¦s de su aparici¨®n en Las brujas de Eastwick, el escritor volvi¨® a ocuparse, en esta que ser¨ªa la ¨²ltima novela publicada en vida, de aquel tr¨ªo de mujeres, Alexandra, Jane y Sukie, protagonistas de lo que a¨²n se recuerda en aquel pueblo de Rhode Island como una "s¨®rdida y escandalosa historia".
Las viudas de Eastwick
John Updike. Traducci¨®n de Ana Herrera
Tusquets. Barcelona, 2011
400 p¨¢ginas. 21 euros
As¨ª comienza Las viudas de Eastwick, con una voz colectiva de condenaci¨®n que enseguida se diluye en la omnisciencia y volver¨¢ en las ¨²ltimas p¨¢ginas. Han pasado treinta a?os; las tres han vuelto a casarse, aprovech¨¢ndose de sus hechicer¨ªas, pese a lo cual susmaridos, aunque no eran demasiado cargantes, semurieron antes que ellas. Las amigas apenas se han visto en esos a?os. Ahora son ancianas, viudas, aburridas y, no obstante, din¨¢micas. Y, siguiendo los imperativos de unmundo convertido en escaparate para ociosos, distraen su vejez viajando. De las tres partes de que consta la novela, la primera, escrita con un alarde de buen estilo, se presenta como una parodia del asombro, una suerte de cordial acometida contra la felicidad de viajar. P¨¢ginas de una refinada iron¨ªa. Alexandra descubre, en su viaje solitario a las Monta?as Rocosas, "la complacencia con que la naturaleza se acomodaba a la violencia"; en Egipto, en compa?¨ªa de Jane, se aturullan con las dinast¨ªas fara¨®nicas, y en China, ya las tres juntas, lom¨¢s pintoresco que viven es poder provocar que el cad¨¢ver de Mao le gui?e un ojo a Alexandra.
Unidas de nuevo por la magia y la mala conciencia, deciden pasar una temporada en Eastwick. El regreso tiene las trazas de una penitencia; los pocos conocidos que a¨²n viven de aquella ¨¦poca parecen guardarles rencor, aunque todo sigue tan provinciano como lo dejaron, y m¨¢s homog¨¦neo. Pero tropiezan inevitablemente con lo mal¨¦fico; Christopher, el hermano de Jenny (de cuya muerte ellas fueron la causa eficiente), se encuentra en el pueblo, y el propioDarryl le instruy¨® en las artes oscuras. En cierto modo est¨¢n en peligro. Sin embargo, elmaleficio o la amenaza semezclan con las dolencias propias de la vejez, y aqu¨ª es donde el arte literario de Updike semueve en un sustrato de lo real que confunde admirablemente fisiolog¨ªa, magia y mec¨¢nica cu¨¢ntica, a partir de las descargas el¨¦ctricas que sufre Jane, sospechosamente provocadas por Christopher. Un peligro que, para defenderse, impone la necesidad de una sesi¨®n de magia (blanca, es decir, d¨¦bil) con consecuencias contrarias a lo deseado, amargas y pat¨¦ticas, que no conviene revelar. Con todo, lo que sin duda resulta una aportaci¨®n muy aleccionadora, es la visi¨®n que Updike ofrece de la senectud como un fondo de energ¨ªa a¨²n inagotable de sexualidad, de vitalidad mermada pero no rendida. Es la necesidad sexual de negociar, reflexiona Sukie, la que pone freno a las excentricidades neur¨®ticas para poder mezclarnos con los dem¨¢s. "Sin pecado", contin¨²a, "las personas ya no son personas, son simplemente ovejitas sin alma". Nuestras brujas hab¨ªan sabido llevar muy bien sus excentricidades neur¨®ticas y parece que lo seguir¨¢n haciendo mientras vivan.
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