Montar un melodrama
Que la tarde del domingo tiene un nosequ¨¦ trist¨®n, ya se ha dicho; que llevamos impreso en la memoria el calendario escolar, ya est¨¢ dicho; que sobre las seis de la tarde del domingo empieza a asaltarnos la antigua sensaci¨®n de no haber hecho los deberes y haber imaginado que el fin de semana ser¨ªa eterno, ya est¨¢ dicho; que el efecto es demoledor si al hecho de ser domingo se le a?ade que es el ¨²ltimo d¨ªa de Semana Santa, ya est¨¢ dicho. A eso se le puede sumar la sensaci¨®n de acabamiento del mundo que da salir del cine y que sea de noche, que el taxista te torture con una retransmisi¨®n deportiva a un volumen irritante, que no encuentres un restaurante abierto, o que vayas a un bar de tapas y est¨¦ vac¨ªo y nadie te propine codazos para pelear un lugar en la barra. Todo muy triste. Esa es la raz¨®n por la que el domingo hay que tomar medidas terminantes que impidan que brote esa tonta melancol¨ªa infantil. Opino que es mejor recogerse pronto: pasear por una calle con los establecimientos cerrados y las aceras vac¨ªas es algo que s¨®lo puede gustarle a aspirantes a escritores, de esos que todav¨ªa creen que hay que favorecer experiencias l¨¢nguidas para escribir libros l¨¢nguidos en los que se aborde la incomunicaci¨®n de nuestro tiempo. No. Eso es un sarampi¨®n. Se padece una vez y queda uno inmunizado. Prosigamos: se vuelve a casa pronto tras haber pasado la ma?ana comprando cosas in¨²tiles en los mercadillos y tras la lectura de dos o tres art¨ªculos del peri¨®dico (puede ser el m¨ªo o puede ser el de otro) se disponen ¨¦l o ella a preparar una cena ligera y exquisita, evitando, en la medida de lo posible, batir huevos. El sonido de batir de huevos es demoledor, nos retrotrae a patios interiores y cenas para salir del paso. No. En la cena del domingo hay que esmerarse. Se coloca todo art¨ªsticamente en la mesa baja del sof¨¢, como si fu¨¦ramos a recibir a una visita, y se abre un buen vino. El sonido del descorche es altamente recomendable. El remate perfecto es tener cap¨ªtulos de una serie por ver. Me vienen a la memoria los domingos felices que pas¨¦ con Mad Men. Una felicidad fugaz, ya que la adicci¨®n a Don Draper y a Peggy me hizo pulirme la serie en dos domingos. Pero, sin duda, el mejor ant¨ªdoto contra el s¨ªndrome del apagamiento dominical es disfrutar una serie de estreno que se emita el mismo domingo. Ah, esa sensaci¨®n de novedad. En estos momentos, se programa en la HBO Mildred Pierce, un pelicul¨®n en seis cap¨ªtulos protagonizado por la sin par Kate Winslet que espero que acabe emitiendo alg¨²n canal espa?ol. No es una serie para que pueda gustar a un p¨²blico tan amplio como Mad Men o Los Soprano. Mildred Pierce es un melodrama y se atiene con rigor a las normas del g¨¦nero. Yo recordaba haberlo visto de peque?a, en esa infancia plagada de melodramas en la que nos educamos. La Mildred de entonces, 1945, fue Joan Crawford. Consigui¨® un Oscar por la interpretaci¨®n de esta madre que levanta un emporio de restaurantes en Los ?ngeles, pero ha de sufrir a una hija diab¨®lica que se averg¨¹enza del origen humilde de mam¨¢. La novela en la que se han basado estas dos versiones fue escrita por James M. Cain, el autor de El cartero siempre llama dos veces, as¨ª que ya se pueden imaginar de qu¨¦ les hablo: pasiones, malas jugadas del destino y, de fondo, los a?os de la depresi¨®n. The New York Times, aun alabando el trabajo de esa mujerona que es la Winslet, se decantaba por la versi¨®n cl¨¢sica. Yo no elijo. Me subyugan los ojos de Crawford y su manera de hablar, pero es extraordinario contemplar los a?os treinta a todo color y a esa Winslet troceando el pollo a cuchilladas certeras, como si hubiera sido pollera toda su vida. Cuando algo me gusta siento una curiosidad obsesiva por saber c¨®mo est¨¢ hecho. ?C¨®mo se monta un melodrama cl¨¢sico en 2011, cuando ya el p¨²blico ha perdido parte de esa inocencia que hac¨ªa posible la verosimilitud de un g¨¦nero tan exagerado? Busco en las p¨¢ginas de HBO y encuentro entrevistas con el director, el fot¨®grafo, los actores, la figurinista o el decorador. El cine es hoy menos abstracto que entonces, necesita una dosis mayor de naturalismo y, por tanto, de dinero: m¨¢s extras, m¨¢s decorados reales, m¨¢s movimientos de c¨¢mara, m¨¢s realismo. Un envoltorio apasionante para que una hija le grite a su madre: "?Quiero apartarme de ti!", y el espectador crea que hay momentos en la vida en que las hijas pronuncian semejante frase. Y, claro, una actriz, Winslet, que ha hecho virtud de su lozan¨ªa: los hombres la encuentran sexy y las mujeres la encuentran real. Tiene caderas de camarera americana cuando trabaja en una cafeter¨ªa sirviendo platos, tiene caderas de propietaria cuando pone su propio negocio, caderas de madre, caderas de mujer venida a m¨¢s, caderas de mujer apasionada o de madre al borde de la desesperaci¨®n. C¨®mo montar un melodrama en nuestros d¨ªas. Con sinceridad, sin cinismo, sabiendo que siempre habr¨¢ espectadores como yo, que prefieran sentir la melancol¨ªa de la ficci¨®n a la suya propia, y que cuando suena la canci¨®n final, I am always chasing rainbowns, en la voz de Judy Garland, se marchar¨¢n a la cama con el coraz¨®n encogido por las penas de una mujer de los a?os treinta. Y se les escapar¨¢ un ay antes de cerrar los ojos.
El domingo hay que tomar medidas terminantes que impidan que brote esa melancol¨ªa infantil
El cine es hoy menos abstracto, por lo que necesita una dosis mayor de naturalismo y, por tanto, de dinero
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