Reconsagraci¨®n a cuatro bandas
A ver si puedo devolver una d¨¦cima parte de todo lo que me ha dado Veraneantes. En mi cr¨®nica anterior calificaba a Miguel del Arco como "uno de los incontestables de nuestro teatro". A sus alt¨ªsimos logros como autor y director hay que sumar el hecho de haber aglutinado a una compa?¨ªa tan superdotada como la que presenta Veraneantes en La Abad¨ªa; una compa?¨ªa en la que incluso las nuevas incorporaciones parecen llevar toda una vida trabajando juntos y que hace gala de una entrega constante, absoluta, con el riesgo a?adido de tener al p¨²blico a cuatro bandas. Del Arco ha inyectado sangre nueva a una obra discursiva, repetitiva, que ahora llega en una versi¨®n extraordinaria, lib¨¦rrima y riqu¨ªsima de matices, con nervio, con fulgurante veracidad en tono y di¨¢logos, sin la menor ret¨®rica. As¨ª como La funci¨®n por hacer era Pirandello al cuadrado, aqu¨ª Gorki se convierte en Ch¨¦jov reintensificado, el Ch¨¦jov que ped¨ªa comedia a la hora de montar sus obras: agridulce, inesperada, repentinamente explosiva, con los personajes en continua incandescencia, con una desesperada vitalidad. Tratar la mediocridad de modo vital es un logro muy dif¨ªcil. Y tambi¨¦n retratar la banalidad siempre al borde del desastre, y mostrar el tedio sin provocarlo. Y sostener los innumerables conflictos de once personajes durante dos horas y media sin que miremos el reloj, sin un solo baj¨®n, y mudar de ritmo sin que nos demos cuenta. Velocidad sin barullo, sin agitaci¨®n externa: cada esquina inesperada desemboca en lo significativo, en lo violentamente significativo. El enfoque de la adaptaci¨®n (el veraneo de un grupo de espa?oles de clase acomodada y ociosa) pod¨ªa deslizarse f¨¢cilmente hacia el clich¨¦, el serm¨®n o el chiste f¨¢cil. Nada aqu¨ª es previsible, ni se busca la originalidad a toda costa: incluso Macarena se convierte en una cantata a lo Sondheim. Las canciones de Arnau Vil¨¢ funcionan como remansos o expansiones que env¨ªan la energ¨ªa hacia otra direcci¨®n (y, gu¨¢rdenme el secreto, Miquel Fern¨¢ndez canta de f¨¢bula), pero hay, sobre todo, una visi¨®n esencialmente musical de la estructura, tanto del texto como de la puesta. Una gran capacidad de escucha: escuchar, al concebirlos, las razones de los personajes, la forma en que mienten o se mienten, sus grandezas y miserias, sus movimientos sin ¨¦xito; escuchar, luego, las respiraciones y los temperamentos de los actores al repartirlos y dirigirlos. Veraneantes es Lucrecia Martel contada por Garc¨ªa Hortelano, el GH de El gran momento de Mary Tribune. La misma sorna, la misma comprensi¨®n, la misma humanidad y el mismo o¨ªdo para los di¨¢logos que ten¨ªa el Ch¨¦jov de la calle Gaztambide. Est¨¢ muy cercana tambi¨¦n (en impulsos el¨¦ctricos, en despliegue de talentos) a la Villeggiatura de Toni Servillo, y a las cr¨®nicas corales, siempre con ases bajo la manga y sobre la mesa, de Arnaud Desplechin. Otro parentesco: Cheek by Jowl. La manera en que las escenas se suceden formando un continuo, como afluentes entrando en un mismo r¨ªo. La sencillez escenogr¨¢fica de Eduardo Moreno, tan cercano a Ormerod o a Fabi¨¤: la lona que refleja y expande la luz de Juanjo Llorens, la tela pintada de verde que nos instala s¨²bitamente en un prado junto a la playa. Las mutaciones de color se convierten en concepto central: con la ¨²nica excepci¨®n (en el texto) de Lidia (Ot¨®n), la hippy de lujo, de perfil un tanto inm¨®vil y caricaturesco, todos los dem¨¢s tienen varios rostros, varios cajones en el secreter del alma. Sus rebrincos pueden ser conmovedores y pat¨¦ticos a un tiempo, como la muy chejoviana declaraci¨®n amorosa de Crist¨®bal (Su¨¢rez) a B¨¢rbara (Lennie). O la mezcla de dulzura, pasi¨®n, lucidez y tabarra de Manuela (Paso), insoportable y adorable. O el nihilismo er¨®tico de Elisabet (Gelabert) que revela (?esos ojos como bayas de ginebra helada y ardiente!) una vulnerabilidad suicida. Todos tienen su haz y su env¨¦s, su momento de la verdad, su almuerzo desnudo: el soberbio mon¨®logo de ese furioso humillado que es Ra¨²l (Prieto), el bufonismo autoconsciente y con colch¨®n de Miquel (Fern¨¢ndez), el rencor malicioso de Miriam (Montilla), la amiga convertida en criada. Todos saben lo que han vendido en la almoneda, lo que hicieron y dejaron de hacer -el talento dilapidado de Ernesto (Arias), la vida que se fue mientras Chema (Mu?oz) corr¨ªa tras la pasta-, pero unos sufren m¨¢s que otros. El centro de la funci¨®n es el precioso y sobrecogedor personaje de B¨¢rbara (Lennie), prisionera de su entorno, de sus contradicciones, de su impotencia para sacar la cabeza del agua. Una aut¨¦ntica reina sin reino, deseada por todos, mu?equizada, hasta el portazo final. Grand¨ªsima actriz B¨¢rbara Lennie, que lidia con la extrema dificultad de un rol que cambia constantemente pero acaba siempre inmovilizada en su hornacina existencial, como una Monica Vitti en el desierto rojo de un verano inacabable. Y dificil¨ªsimo tambi¨¦n el envite de Israel (Elejalde), un depredador casi mametiano rebosante de encanto y vulgaridad a partes iguales, divertid¨ªsimo y temible, con grandes momentos de comedia feroz, que el actor borda con un timing digno de Wilder: sus cel¨¦ricos cambios de ¨¢nimo durante la borrachera confidencial, o el portentoso intercambio de r¨¦plicas durante la dificil¨ªsima escena de la partida de golf con Ra¨²l Prieto.
Velocidad sin barullo, sin agitaci¨®n externa: cada esquina inesperada desemboca en lo significativo, en lo violentamente significativo
Quisiera dedicarle m¨¢s espacio a cada int¨¦rprete porque todos est¨¢n superlativos, pero se me acaba la p¨¢gina. Tambi¨¦n hay que decir que Veraneantes es una pieza brillantemente pol¨ªtica y nada maniquea: es un diagn¨®stico tan l¨²cido como certero de la Espa?a de hoy (y de anteayer, y de hace treinta a?os), por encima de adscripciones de partido; una cr¨ªtica demoledora de las ansias de poder, de las frases huecas de uno y otro lado, del desprecio absoluto por los electores, de la vida como un v¨¦rtigo tintineante. Veraneantes va a arrasar, aqu¨ª y fuera. Es la reconsagraci¨®n de Miguel del Arco y de su banda, un equipo que, visto lo visto, puede hacer cualquier cosa que se proponga: un verdadero lujo para nuestra escena.
Veraneantes. A partir de la obra de M¨¢ximo Gorki. Texto y direcci¨®n de Miguel del Arco. Teatro de La Abad¨ªa. Madrid. Hasta el 29 de mayo. www.teatroabadia.com
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