Para qu¨¦ sirve una mano
Cu¨¢nto me gusta re¨ªrme y qu¨¦ poca gracia les encuentro a veces a los humoristas. Lo que en la vida diaria se da de manera tan frecuente y ligera, re¨ªrse de un malentendido o de un juego verbal, resulta muy forzado cuando se condensa en un mon¨®logo. Para que un mon¨®logo sea brillante no es que haya que ser gracioso, es que hay que ser un genio. Hubo dos genios del mon¨®logo, Woody Allen y Jerry Seinfeld, que pasaron a?os probando sus historias en pubs; los dos eran herederos de la tradici¨®n de teatro humor¨ªstico jud¨ªo que a principios de siglo brill¨® en humildes teatros de la Segunda Avenida neoyorquina. Hoy hay un genio en la televisi¨®n americana, se llama Bill Maher y es el t¨ªo m¨¢s corrosivo que he escuchado nunca. Cuando quieres escuchar algo subversivo, algo que crees que a nadie se le podr¨ªa pasar por la cabeza, y menos a¨²n se atrever¨ªa a decirlo, ah¨ª est¨¢ Maher, que, sin perder la sonrisa ni amedrentarse ante ning¨²n tema, le da un repaso a los fan¨¢ticos religiosos que anuncian el fin del mundo, a Trump o a Schwarzenegger. Respecto a Schwarzenegger, comenz¨® diciendo esta semana: "Es imposible que enga?ara a su mujer durante diez a?os; ?eso significar¨ªa que tuvo que interpretar!". Pero su tajada favorita, aquella a la que hinc¨® el diente y no solt¨® hasta que le hubo sacado hasta el ¨²ltimo pedacillo de chicha, fue el caso Strauss-Khan: "?Al fin un banquero en la c¨¢rcel!". El humorista, con esa boca de p¨ªcaro de la que salen barbaridades, se mof¨® a fondo de la defensa cerrada que los intelectuales franceses han hecho de su "socialista". La intelectualidad ha hablado, s¨ª, y lo ha hecho para afirmar que es absurdo que la s¨¦ptima persona m¨¢s influyente del mundo se vea obligado a violar a una se?ora. Se ve que eso, a juicio de un sector notable de la intelectualidad francesa y de Carmen Llera, solo lo hacen los tirados. Lo comprensible, dec¨ªa Maher, es que una mujer no pueda resistir la tentaci¨®n de abalanzarse sobre un hombre de sesenta a?os. Por otra parte, a?ad¨ªa el humorista, "?c¨®mo puede un hombre contenerse ante una t¨ªa que entra en tu cuarto vestida de camarera? Para colmo, la muy puta te pone una chocolatina mentolada debajo de la almohada". Nadie duda, tampoco el humorista, del derecho a la presunci¨®n de inocencia del acusado, pero lo incalificable es que duden de la inocencia de la v¨ªctima. Hay comentarios que lees o escuchas ante los que te gustar¨ªa gritar, que te provocan una honda agresividad. Yo lo noto f¨ªsicamente, me altero, doy zancadas por el pasillo, me peleo sordamente con un interlocutor. En el caso que nos ocupa no era f¨¢cil: ten¨ªa que v¨¦rmelas con media intelectualidad francesa. Por experiencia, s¨¦ que no hay una manera m¨¢s sana de soltar presi¨®n que practicar la iron¨ªa, o el sarcasmo, o el comentario burlesco. Con iron¨ªa tambi¨¦n escribi¨® un art¨ªculo David Rieff, ensayista, hijo de Susan Sontag, en el que hablaba de esa supuesta "brigada" que entra en las habitaciones de los hoteles americanos para arreglar el cuarto. ?La brigada! Esta teor¨ªa la le¨ª varias veces; en este mismo peri¨®dico, por cierto, avalada por el fil¨®sofo Bernard-Henri L¨¦vy. ?C¨®mo un cliente va a violar a una se?orita camarera si tiene a toda una brigada delante? Lo afirmaban con tanta rotundidad que llegu¨¦ a olvidarme de que yo tambi¨¦n he pernoctado en hoteles americanos (no tan buenos como el del se?or Strauss-Khan, aunque aceptables), pero se ve que siempre coincidi¨® con que la brigada estaba de vacaciones. El escritor Rieff recordaba tambi¨¦n un sketch que se emiti¨® hace tiempo en la misma televisi¨®n francesa en la que el hoy acusado Strauss-Khan llegaba a los estudios de la radio p¨²blica y todas las empleadas corr¨ªan a encerrarse en el cuarto de ba?o. El hombre ten¨ªa su historia. O su historial. Y yo no malgastar¨ªa el tiempo record¨¢ndolo aqu¨ª si no fuera porque la defensa de los amigos de Khan roza en s¨ª la comicidad. Ah, el c¨¦lebre puritanismo americano. Ah, esa manera con que se quiere amordazar la masculinidad. De dicha masculinidad est¨¢n las camareras hasta la toca. Eso es algo que sab¨ªan los directivos de los hoteles, pero que no hab¨ªa llegado a las p¨¢ginas de los peri¨®dicos hasta la denuncia de la empleada guineana. No es cotidiano, pero tampoco raro, que en los hoteles de lujo los se?ores solos sientan un calent¨®n incontrolable y que no caigan en la cuenta de que la mano derecha se tiene para algo. O la izquierda. Que tambi¨¦n los zurdos existen, como recordaba hace poco Javier Mar¨ªas. Por su parte, las camareras vestidas de camareras no suelen denunciar. La raz¨®n: no quieren l¨ªos, no quieren perder su trabajo. Por eso resulta desternillante que lo que cabr¨ªa calificarse de avance social, que la palabra de una empleada de la limpieza valga tanto como la de uno de los poderosos de la tierra, se considere un atropello a un se?or que hubo de verse detenido al lado de delincuentes negros y puertorrique?os como si fuera gentuza. Lo que hay que leer. Tranquilos, lo m¨¢s probable es que este se?or vuelva a casa. En cuanto a la limpiadora, volver¨¢ a su apartamento del Bronx, o tal vez no, tal vez le ofrezcan una suma importante de dinero y pueda darle a su hija la vida que a ella se le ha negado. Y no ser¨¦ yo quien diga que har¨¢ mal en aceptarlo.
Es raro que cuando los se?ores solos en hoteles de lujo sienten un calent¨®n olviden que la mano se tiene para algo
La presunci¨®n de inocencia es indudable. Lo incalificable es que duden de la inocencia de la v¨ªctima
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