Los vigilantes de humos
Dej¨¦ de fumar hace 10 a?os despu¨¦s de haber sido, durante 20, un fumador en cadena que no consum¨ªa menos de tres paquetes de cigarrillos diarios. Casi un fen¨®meno de feria: recuerdo que ten¨ªa compa?eros de trabajo que acud¨ªan a mi despacho al final de la jornada para calibrar el tama?o de la monta?a de colillas que coronaba el cenicero que siempre ten¨ªa a mano. Cuando consegu¨ª dejarlo, hac¨ªa tiempo que el tabaco no me causaba ning¨²n placer, pero su carencia me resultaba insoportable.
Probablemente dejar de fumar ha sido la mejor decisi¨®n de mi vida. Pero no fue f¨¢cil. Durante muchos a?os, cuando ya sab¨ªa que ten¨ªa que hacerlo, me comport¨¦ como Zeno Cosini, el protagonista de la estupenda novela de Italo Svevo La conciencia de Zeno (Gadir), que nunca encontraba el momento de fumarse "el ¨²ltimo cigarrillo", ese con el que dir¨ªa adi¨®s al humo y buenos d¨ªas a la liberaci¨®n. Dej¨¦ de fumar solo, como hace todo el mundo. Quiero decir que, a pesar de las ayudas (pastillas, parches, cigarrillos electr¨®nicos, terapias), al final es una decisi¨®n personal que implica buenas dosis de sacrificio y sufrimiento. Abandon¨¦ el tabaco porque me convenc¨ª de que me hac¨ªa da?o y por cierto sentido (personal e intransferible) de la est¨¦tica. Nadie me forz¨® a ello.
La misma sociedad que cre¨® a Marlboro Man crea ahora a los vigilantes
He vuelto a pensar en aquella adicci¨®n al enterarme de que Michael Bloomberg, el multimillonario alcalde de Nueva York, ha conseguido que se apruebe la ley que extiende considerablemente la prohibici¨®n de fumar, declarando "zona libre de humos" una larga serie de lugares p¨²blicos que constitu¨ªan, hasta ahora, el ¨²ltimo reducto de los fumadores. Pronto no se podr¨¢ hacerlo en ninguno de los parques p¨²blicos (incluido Central Park), ni en las playas, ni en los paseos mar¨ªtimos, ni en las plazas (por ejemplo, en Times Square), ni en los campos de golf, ni en los estadios, ni en los mercadillos o conciertos al aire libre que se celebren en alguno de esos sitios. No puede decirse que los neoyorquinos lo tengan f¨¢cil. Adem¨¢s de las prohibiciones que afectan a todos, muchos no pueden fumar ni siquiera en la intimidad de sus hogares: con frecuencia (especialmente en los barrios de clase media) las comunidades de vecinos imponen a los nuevos inquilinos o propietarios el compromiso de no hacerlo en ning¨²n lugar del edificio.
Parece claro que Bloomberg sigue decidido a convertir Nueva York en una ciudad-ni?era (es decir, autoritaria y paternalista) y a proteger a los ciudadanos de ellos mismos. Y de la forma m¨¢s econ¨®mica, algo coherente con los tiempos. No reforzar¨¢ a la polic¨ªa para que haga respetar la ley, sino que conf¨ªa en que esa tarea la desempe?en los propios ciudadanos, aterrorizados por los efectos da?inos (incluso al aire libre) del tabaco. La colaboraci¨®n, supongo, oscilar¨¢ entre la en¨¦rgica, pero educada, advertencia al infractor para que apague el cigarrillo, y la denuncia con cajas destempladas al gendarme m¨¢s pr¨®ximo. Los honrados ciudadanos transmutados en vigilantes de humos, la delaci¨®n convertida en imprescindible auxiliar de la ley.
La misma sociedad que cre¨® el Marlboro Man, aquel tipo que exudaba virilidad y "valores americanos" (tres de los actores que lo encarnaron fallecieron de c¨¢ncer de pulm¨®n), crea ahora a los vigilantes (voluntarios) para protegerla de los malos humos. Su labor es fundamental para el logro de la seguridad, que es el ideal inalcanzable de las llamadas sociedades de riesgo. Un ideal no basado en el olvido del miedo, sino, precisamente, en su fomento, por medio del constante recuerdo de los peligros que nos acechan. En nuestras ciudades pretendidamente asediadas por inconcretas (pero constantes) amenazas, el miedo y la vigilancia permanente se est¨¢n convirtiendo en los m¨¢s eficaces instrumentos de la nueva mercadotecnia pol¨ªtica. Para ser libre, parecen decirnos, hay que tener un (saludable) miedo. As¨ª vigilamos mejor.
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