La peluquera de Habermas
Hace un tiempo, viendo un partido de f¨²tbol por televisi¨®n, constat¨¦ el progresivo adelgazamiento de conocimientos generales que se instala en la gente con inquietante inercia. Durante el partido en cuesti¨®n, alguien solt¨® un pavo real a corretear por el c¨¦sped. Mi asombro se produjo cuando los comentaristas de la cadena de televisi¨®n que transmit¨ªa el encuentro no acertaban el nombre del desorientado animal. Se dijo primero algo as¨ª como gallina, con ese titubeo t¨ªpico de los que dudan de s¨ª mismos, luego se habl¨® de fais¨¢n. Cuando ya parec¨ªa que estaba agotada la taxonom¨ªa aviar, uno mencion¨® el gallo. Otros m¨¢s prudentes optaron por una dudosa abstracci¨®n y dictaminaron bicho. Para cuando el ave fue capturada, ninguno de los comentaristas acert¨® a balbucir la palabra pavo real.
La cacareada sociedad del conocimiento ser¨¢ una utop¨ªa. Nuestro futuro cercano est¨¢ lleno de ignorancia
Este hecho no tendr¨ªa mayor importancia si no estuviera acompa?ado por otras formas m¨¢s disimuladas de ignorancia o, lo que considero m¨¢s preocupante todav¨ªa, un creciente desd¨¦n por saber cosas, un quedarse tan panchos si no se tiene ni idea de d¨®nde queda el Pac¨ªfico o cu¨¢ntos habitantes tiene la desgraciada Libia, de la cual algunos me llegaron a comentar que m¨¢s habitantes que Egipto (es decir, ?m¨¢s de 80 millones cuando solo tiene seis!) eso porque el territorio de Libia es mayor. Antes, cuando una persona era sorprendida in fraganti en desconocimientos de ese calibre, sol¨ªa sonrojarse pidiendo casi disculpas. Hoy un individuo en una parecida situaci¨®n esboza una mezcla de gesto bobalic¨®n y autosuficiente.
Es probable que la gente haya renunciado a saber cosas simplemente porque con eso no se gana dinero ni fama, por lo menos no tanto dinero ni tanta fama como la que obtienen algunos personajillos televisivos gracias precisamente a su oce¨¢nica ignorancia. Recuerdo cuando en Catalu?a, hace unos pocos a?os, la sequ¨ªa apretaba gravemente. Era muy habitual encontrarse con personas que en lugar de preocuparse por la escasez de agua, frunc¨ªa el ce?o ante los indicios de una pr¨®xima lluvia. Ello era porque en ese instante no atinaban a relacionar el r¨¦gimen de lluvias con el agua que consum¨ªan. Esa inclemencia del tiempo estropear¨ªa las excursiones a sus segundas residencias y el disfrute de sus piscinas. Pero en cuanto le dibujabas el hilo que ata el fen¨®meno atmosf¨¦rico con el l¨ªquido que sale de sus grifos, me parec¨ªa ver en sus ojos el brillo de un descubrimiento insospechado. A veces, justo es reconocerlo, sent¨ªa como si agradecieran la obvia informaci¨®n. No se saben cosas y escasea la cintura mental para relacionarlas entre s¨ª. Cuando se lo coment¨¦ a un amigo, este me contest¨® que eso no era nada al lado de los que ignoran que la Tierra es la que gira alrededor del sol, y la relaci¨®n de estos movimientos con las estaciones del a?o.
Es lo mismo que sucede con la percepci¨®n que la gente tiene de las cuentas p¨²blicas. Les cuesta creer que un pa¨ªs se halle a veces obligado a endeudarse para hacer frente a sus necesidades presupuestarias. Endeudarse es algo que solo le puede pasar a uno o al vecino. Y ya no digamos lo mucho que cuesta relacionar impuestos con el disfrute de carreteras y servicios sanitarios, adem¨¢s de educaci¨®n gratuita para sus hijos. S¨ªntomas todos estos de c¨®mo la ignorancia de los saberes m¨¢s naturales y elementales y la pereza o indulgencia mental van permitiendo que toda esta realidad vaya calando (y de manera transversal) con escandalosa naturalidad entre la ciudadan¨ªa.
Puede parecer una tonter¨ªa, seguramente para muchos lo es. Porque para qu¨¦ puede servir saber la funci¨®n de un humedal, si gratifica m¨¢s poder alardear con un cuatro por cuatro o ser socio de un club de golf. Por eso mucho me temo que la cacareada sociedad del conocimiento ser¨¢ una utop¨ªa, y que lo que nos espera en un futuro muy cercano es la ignorancia de nuestra propia entidad como seres pensantes y almacenadores de infinitos saberes. Y esta, sin disminuir la gravedad de la actual crisis econ¨®mica, s¨ª que ser¨ªa una devastadora crisis de nuestra civilizaci¨®n. Un paseante solitario est¨¢ frente al mar. ?Sabe que bajo su luminosa superficie existe algo llamado corrientes marinas? Supongamos que s¨ª. Ese min¨²sculo dato de la naturaleza cu¨¢nto lo distingue de s¨ª mismo cuando antes lo ignoraba.
J¨¹rgen Habermas dijo un d¨ªa que es probable que una peluquera de Hamburgo sepa m¨¢s cosas que las que sab¨ªa Spinoza en su tiempo. Me sorprendi¨® la frase cuando la le¨ª porque precisamente mi peluquera me pregunt¨® un d¨ªa si conoc¨ªa las columnas de Augusto. Le respond¨ª que s¨ª. Entonces somos dos, me dijo, porque a veces me parece que no las conoce nadie, y eso que vivimos en Barcelona. ?T¨² crees? S¨ª, contest¨®, y no me extra?a, la gente en general sabe muy pocas cosas. Y todos tan panchos.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
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