Cipriana
Ese se?or tan castizo llamado Jos¨¦ Bono, actor superdotado y pintoresco aunque sus registros sean limitados (tampoco necesita m¨¢s, siempre le ha ido muy bien con la creaci¨®n de un exclusivo personaje), que otorga un nuevo d¨ªa de vacaci¨®n semanal a esa agotada parroquia que tanto trabaja por el bien com¨²n, tan heterodoxo en su ideolog¨ªa y en sus actos, que logra el milagro de ser al mismo tiempo de izquierda, de derecha y de centro, manifiesta su indignaci¨®n ante la indisciplina de los irresponsables de Izquierda Unida, que han permitido que los peperos se apropien de las llaves del reino en pueblos y ciudades antes que pactar con sus hermanastros sociatas. Les llama sectarios y comunistas, conceptos que todos sabemos que est¨¢n indisolublemente unidos. M¨¢s o menos como genocidas y nazis. Su agudeza mental, su desparpajo socarr¨®n, asegura que a Cayo Lara (no le define como el Stalin del reba?o, pero todo se andar¨¢) sus huestes le hacen el mismo caso que le hac¨ªan en su pueblo a una titiritera llamada Cipriana. Tiene al lado, cuando hace tan jocoso s¨ªmil, a su destronado colega Barreda y este se parte de risa. Normal. El que no se consuela es porque no quiere, juraba mi sabia y despiadada abuelita.
Mientras tanto, la madera suelta mamporros (urge ampliar el gremio, los reivindicativos piojosos pueden multiplicarse hasta crear aut¨¦ntico miedo, e incluso responder a su autoridad armada con bates de beis bol) a los que gritan a los parlamentarios de cualquier partido algo tan necesario y desesperado como: "Vosotros no nos represent¨¢is". Y, por supuesto, a los que se creen representativos se la suda el gorgorito libertario. Siguen en el poder, incluidos los encausados por corrupci¨®n (o sea, los m¨¢s tontos del gremio, ya que los villanos con categor¨ªa habr¨ªan borrado todas sus huellas del pringue), porque la voluntad soberana del pueblo no solo les comprende, sino que tambi¨¦n les adora.
Enzsenberger certific¨® que el verano de la anarqu¨ªa fue corto. Y la historia asegura que pocos libertarios como exige la coherencia se despiden de este mundo desde su cama. A lo mejor les compensa. Por el placer est¨¦tico y la necesidad moral de haber hecho temblar alguna vez al inexpugnable Orden.
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