Camellos y moralistas
Aunque sea el afrodisiaco, vicio, placer o adicci¨®n favorita para infinita gente de cualquier lugar y condici¨®n, la pornograf¨ªa mantiene su condici¨®n vergonzante, se etiqueta socialmente a sus consumidores con ep¨ªtetos relacionados con lo enfermizo, las iglesias la incluyen entre los pecados, ofrecerle ese tipo de gusto al cuerpo se estigmatiza como algo malsano. Es algo que se consume en privado y de la que hay que mantener alejados a los ni?os. Pero la pornograf¨ªa no se limita a im¨¢genes de anatom¨ªas que se restriegan, besan, chupan, penetran e intercambian sudores er¨®genos.
Hay variados tipos de pornograf¨ªa. En algunos, el protagonismo no lo ejerce el bendito sexo. Hay mirones que alcanzan su plenitud org¨¢smica contemplando derramamiento de v¨ªsceras, naturalismo quir¨²rgico, evoluci¨®n de las enfermedades m¨¢s salvajes, torturas y asesinatos reales, sadomasoquismo, coprofagia, cositas raras que repelen a las sensibilidades encuadradas en la normalidad.
Hay una clase de pornograf¨ªa que yo detesto especialmente. La ha inventado el Estado en nombre (como siempre) del bien com¨²n. Intenta provocar el terror en los irresponsables fumadores, en los yonquis de la nueva era. Y exhiben esa pornograf¨ªa en p¨²blico, agrediendo hasta l¨ªmites intolerables, excepto a los tarados, a todo aquel que fije su mirada en un paquete de tabaco.
Antes nos avisaban por escrito de que la nicotina y el humo nos mata (como si no lo supi¨¦ramos), envejece nuestra piel, nos hace impotentes, asesina al esperma, tortura al inocente vecino, etc¨¦tera, etc¨¦tera. Al parecer, esas apocal¨ªpticas evidencias no eran suficientes para que desert¨¢ramos del horror. Ahora, imprimen fotograf¨ªas de agonizantes que cubren su febril rostro con una toalla, gargantas y pulmones minuciosamente devastados por la met¨¢stasis del monstruo, fetos que van a ser destrozados por el ajusticiable enganche de la madre. Y as¨ª. Barbaridades expuestas por el eficiente trabajo de ministerios sanitarios, consejeros, asesores, psic¨®logos, soci¨®logos, publicistas, profesionales del miedo y del conductismo.
Y admiras el feroz celo por nuestra salud que despliegan los administradores del bien. Hasta que constatas el past¨®n que recaudan con el veneno que nos suministran. Los traficantes del tabaco tambi¨¦n ejercen de m¨¦dicos y nos previenen del mal. Cosas de la libertad democr¨¢tica y de la doble moral.
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