De noche y de d¨ªa
Me arrepiento. Si alguna vez he perjudicado a alguna persona con un art¨ªculo, me arrepiento. Arrepentirse es un verbo que se utiliza poco en este siglo, pero como yo, hasta que la vida no demuestre lo contrario, me siento m¨¢s del anterior, soy de aquella generaci¨®n que se arrepent¨ªa. Hago honor al verbo no por motivos religiosos, sino porque lamento hacer da?o tontamente. Una vez le dediqu¨¦ una columna a los taxistas, as¨ª, en general, como si no tuvieran derecho a una individualidad. Escrib¨ª, yo cre¨ªa que con bastante gracia, del volumen incontrolado de la radio, del olor a rancio cuando no a sobaquina, de esos frenazos que te colocan el est¨®mago en la garganta, del facher¨ªo incontenible; en fin, defin¨ª a un tipo de taxista, que existe, pero lo hice de manera tan fr¨ªvola que parec¨ªa que el oficio hac¨ªa al monje. Quiso el destino castigarme por bocazas y, a partir de esa columna, empezaron a pararme taxis que ol¨ªan a don limpio, llevaban conectada Radio Cl¨¢sica, conduc¨ªan como si hubieran untado las ruedas con vaselina y cre¨ªan en las libertades del individuo. Vaya. Cuando daba con alg¨²n taxista de la escuela rancia, me dec¨ªa a m¨ª misma: "Algo de raz¨®n ten¨ªas", pero al rato, como si fuera una supuraci¨®n del esp¨ªritu, me escoc¨ªa de nuevo el arrepentimiento. El mundo del taxi me escribi¨®, algunos taxistas amables de esos que hab¨ªan encontrado mi voz alguna vez en la radio me reprocharon el trazo grueso del retrato, y yo me qued¨¦ pensando que alguna vez tratar¨ªa de enmendarme escribiendo de taxistas concretos o, mejor a¨²n, de personas que no respondieran al t¨®pico que persigue a su oficio, sino a una soberana personalidad. Aqu¨ª van dos personajes que conoc¨ª esta misma semana:
Arrepentirse es un verbo que se usa poco en este siglo. Yo me arrepiento porque me siento del anterior La crisis dej¨® a Araceli sin trabajo. Busc¨® empleo de secretaria, de limpiadora... Ahora es taxista
Araceli. Son las dos, llego tarde a una comida. Araceli tiene unos ojos espectaculares. Los veo en el espejo retrovisor. Le echo unos cincuenta a?os, pero cuando me dice que tiene tres hijos mayores, ya dudo...: es guapa y se mueve en una edad indefinible. Araceli tiene ganas de hablar y yo me dejo. Nunca he sabido negarle la conversaci¨®n a nadie (fui educada para agradar). Si la pereza me vence, contesto con monos¨ªlabos. Pero Araceli me cae bien y sus ojos buscan los m¨ªos por el retrovisor. No hace mucho que es taxista, y me lo cuenta: llevo poco en este mundo y me estresa perderme. Me pide que la gu¨ªe. ?Que la gu¨ªe yo? ?Ja! Una vez gui¨¦ a un taxista a mi propia casa y acabamos en Barajas. Usted, tire, tire, le digo, ya saldremos. Dispuestas a perdernos, comenzamos a conversar. Araceli era secretaria en una empresa alemana. Lo fue por muchos a?os, pero la crisis lleg¨® y le cort¨® la cabeza. Este ¨¢ngel del volante comenz¨® a buscar trabajo, primero de secretaria, despu¨¦s de limpiadora. Nada. Para no pudrirse en casa decidi¨® reconvertirse a sus cincuenta a?os. Sus amigos le dicen que est¨¢ loca; sus hijos, por fortuna, la veneran. Saben que echar¨¢ las horas que haga falta para subsistir. Los clientes le dicen: qu¨¦ primoroso lleva usted el coche, as¨ª da gusto. Ella se va por las noches a la puerta de las discotecas porque sabe que las chicas siempre prefieren un taxi conducido por una mujer. Cuando llegamos al destino (siempre se llega), le pido la tarjeta para el futuro: nunca ser¨¢ Milos Forman, pero yo s¨ª que llegar¨¦ a Miss Daisy.
?ngel. Es la una de la madrugada, llego tarde a casa. ?ngel es gigantesco, parece que va en cuclillas en vez de sentado. Me dice: oiga, su voz me suena. Yo le digo que tal vez me escuch¨® alguna vez en la radio y entre los dos encontramos d¨®nde y de qu¨¦ manera. No me escuchaba en el taxi, este ¨¢ngel del volante lleva poco en el oficio. Antes era cocinero en un petrolero. A ?ngel, mi voz le suena de haberla escuchado por... Ni se acuerda. No echa de menos aquella vida, pero tampoco lo pas¨® mal. En un petrolero, todos los sentimientos se magnifican, me cuenta: por ejemplo, hay compa?eros que a¨²n recuerdan mis guisos, y no es porque fueran especialmente sabrosos, sino porque en aquella soledad todo significaba mucho. Le ense?¨® a cocinar un japon¨¦s, que tambi¨¦n le instruy¨® en filosof¨ªa budista. "El hombre que sabe no habla; el que habla no sabe". El cocinero oriental, dice ?ngel, le contagi¨® el arte de disfrutar cada momento de la vida: "?Pero no con la felicidad de los idiotas, cuidado!", aclara, "sino con la alegr¨ªa de los esp¨ªritus curiosos, ?por qu¨¦ no vamos a gozar de este momento, por ejemplo?". Y yo pienso que s¨ª, que siempre me ha gustado recorrer en taxi la noche urbana, m¨¢s si, como ahora, estoy contenta de volver a casa, m¨¢s si el conductor es budista y dice divertirse con el simple hecho de decidir si toma el t¨²nel de Mar¨ªa de Molina o la calle de L¨®pez de Hoyos. El secreto de la vida es estar siempre alerta, dice; lo que antes nos repugnaba, un insecto, por ejemplo, visto como una criatura de la naturaleza, se nos vuelve interesante. Nada importa demasiado, ?qu¨¦ le importa al universo mi opini¨®n sobre las cosas? Ah, me dice cuando entramos en mi callecilla, no tengo tiempo de explicarle c¨®mo he aprendido a tener paz de esp¨ªritu. ?Pero no con una felicidad mojigata, cuidado!, me aclara por si a¨²n me cupieran dudas. Le pregunto su nombre. ?ngel. Y le digo que espere hasta que entre en casa. Y ah¨ª se queda, como el ¨¢ngel de la guarda de los ni?os del siglo pasado.
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