Christine Desroches Noblecourt, la egipt¨®loga que salv¨® Abu Simbel
Lider¨® el rescate de los monumentos nubios que iba a anegar la presa de Asu¨¢n
"Oh, Isis... Eres la se?ora de la tierra, has hecho que el poder de las mujeres sea igual al de los hombres". Viene a la cabeza el himno a la diosa contenido en un papiro ante la noticia de la muerte el pasado 23 de junio en S¨¦zanne (Marne) a los 92 a?os de Christine Desroches Noblecourt, la mujer fuerte como los colosos (de Memn¨®n) que no es que fuera capaz de mover monta?as, sino que fue decisiva en el traslado de los mism¨ªsimos templos de piedra de Nubia, incluido ese verdadero despliegue de rotundidad que es el speos [templo excavado en la roca] de Rams¨¦s II en Abu Simbel. Nacida en 1913 en Par¨ªs, fue una leyenda del mundo de la egiptolog¨ªa y una mujer valiente, capaz no solo de formar parte de la Resistencia contra los nazis -entre otras aventuras ayud¨® a mantener escondido un paracaidista brit¨¢nico en el Louvre- sino de discutir de igual a igual con personajes de la talla de Nasser, Malraux o ?De Gaulle!, por no hablar de la sonada ocasi¨®n en que le cant¨® las cuarenta a Onassis por una broma de dudoso gusto...
Sus exposiciones de Tutankam¨®n o Rams¨¦s II desataron la egiptoman¨ªa
Todo un car¨¢cter, dura, orgullosa, bien consciente de sus m¨¦ritos, quiz¨¢ un punto vanidosa -?y ten¨ªa derecho a serlo!- pero entra?able si entrabas en su coraz¨®n y capaz como nadie de contagiar su pasi¨®n por el Antiguo Egipto, Desroches Noblecourt nos deja la herencia de los templos milenarios rescatados de las aguas y una treintena de libros, de ellos los m¨¢s importantes traducidos al castellano, en los que despliega su sabidur¨ªa y su amor por el pa¨ªs del Nilo. Entre esas obras, sus recientes aproximaciones -de t¨² a t¨², a veces no sabes d¨®nde empieza el fara¨®n y donde acaba la historiadora- a Rams¨¦s II y a Hatshepsut (ambas impresionantes biograf¨ªas en Destino y Edhasa, respectivamente) y sus imprescindibles memorias Las ruinas de Nubia (Destino, 1997). La mujer en tiempos de los faraones (Editorial Complutense, 1999) es un libro especialmente significativo, pues su autora siempre luch¨® por resaltar el papel de sus cong¨¦neres en el Antiguo Egipto. Era la egipt¨®loga amante de los gestos, que dejan trazo en la piel de la historia: en 1976, cuando llev¨® la momia de Rams¨¦s II a Francia para que la trataran de los hongos hizo que el avi¨®n que portaba al fara¨®n diese una vuelta sobre las pir¨¢mides a fin de que el regio pasajero las sobrevolase como un verdadero hijo de Ra. Su conversaci¨®n era acorde con su biograf¨ªa: cobras en Karnak, descubrimiento de tumbas intactas, el h¨ªgado de Hatshepsut, la Gestapo, que la detuvo; la crisis de Suez, cuando fue rescatada por la Sexta Flota, la b¨²squeda de los atributos viriles de un mandril de piedra de Abu Simbel, perdidos en la arena...
Se enamor¨® muy jovencita de la egiptolog¨ªa -la marc¨®, dec¨ªa, a los 9 a?os el descubrimiento de la tumba de Tutankam¨®n, un rey que luego significar¨ªa tanto en su carrera y al que dedic¨® un libro (Noguer, 1967)- en una ¨¦poca en la que esa ciencia era muy mis¨®gina. Tuvo que luchar mucho para abrirse camino, forjando su personalidad terca y luchadora. Estudi¨® en la Sorbona, trabaj¨® en el Louvre y obtuvo dos doctorados en egiptolog¨ªa. En 1937 parti¨® para su primera misi¨®n en Egipto, tutelada por su maestro Etienne Drioton. Una de las m¨¢s entra?ables an¨¦cdotas de su vida y que dice mucho de en qu¨¦ tiempos se mov¨ªa la joven Christine es la del consejo que le dio su madre al partir en el vapor Champollion (?) hacia el entonces a¨²n tan misterioso pa¨ªs: no hables con extra?os y no te quites el salacot. Fue la primera mujer miembro del IFAO, el Instituto Franc¨¦s de Arqueolog¨ªa Oriental y la primera en dirigir una excavaci¨®n, en 1938. Imposible no recordarla, ya una venerable anciana, dirigiendo desde una silla bajo un parasol los trabajos en el Valle de las Reinas en busca de una perdida princesa ram¨¦sida... En 1954, se enfrent¨® al gran desaf¨ªo de su vida: la campa?a para salvar los monumentos nubios que iban a quedar sumergidos en el lago Nasser por la construcci¨®n de la presa de Asu¨¢n. "Ah, c¨®mo salvamos Nubia, a pesar de todo el mundo", dec¨ªa con su caracter¨ªstica falta de modestia. Durante a?os pele¨® con tes¨®n por el rescate. "El destino era simplemente inaceptable". Finalmente, medio centenar de pa¨ªses participaron en la campa?a y los templos y capillas nubios fueron salvados. As¨ª que si van a ver esa doble maravilla que es Abu Simbel, tengan un sentido recuerdo para ella.
Pero hubo mucho m¨¢s. Organiz¨® la exposici¨®n de los tesoros de Tutankam¨®n en el Louvre que provoc¨® una nueva egiptoman¨ªa y el renovado inter¨¦s por el joven fara¨®n. Y a?os m¨¢s tarde, en 1976, otra dedicada a Rams¨¦s II -que incluy¨® la cura de su momia- con igual ¨¦xito cultural y medi¨¢tico. Por suerte para Zahi Hawass, la se?ora estaba ya mayorcita cuando ¨¦l lleg¨® al poder del reino de las antig¨¹edades.
A uno le parece imposible que Christine Desroches Noblecourt no se encuentre ya en este mundo. Lo honraba con su tes¨®n y su memoria. Nasser, De Gaulle, Malraux, Onassis y tantos otros observar¨¢n con cierta aprensi¨®n c¨®mo la egipt¨®loga se une al grupo de notables. Pero ella, muy altiva, los sortear¨¢ para ir a sentarse junto a la compa?¨ªa que en realidad le corresponde, junto a Nitocris, Neferu Sobek, Hatshepsut, Nefertiti, Tausert: las grandes faraonas.
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