?Ese tren para en Atocha?
El mal y su lugarteniente el crimen tienen muy buena prensa. La fotograf¨ªa de un muchacho feliz apenas puede ocupar el escaparate de una tienda de retratos. La de un sicario adolescente con un fusil en bandolera puede aspirar al premio Pulitzer. A un terrorista se le supone una vida de aventuras y un temple especial. Las v¨ªctimas, en cambio, solo son merecedoras de una l¨¢stima an¨®nima y pasajera. En el af¨¢n necesario para lograr una sentencia rotunda, el juez se convierte en bi¨®grafo y reconstruye paso a paso la vida del criminal. Sus aficiones, sus amistades, d¨®nde estuvo, qu¨¦ hizo, a qui¨¦n llam¨®. Al final de un juicio tan largo y exhaustivo como el que conden¨® a los autores de la matanza del 11 de marzo de 2004 en Madrid -191 muertos, 1.857 heridos-, todo el mundo termina sabi¨¦ndolo todo de un minero asturiano llamado Su¨¢rez Trashorras o de un marroqu¨ª apodado El Chino. Las v¨ªctimas, por el contrario, solo aparecen en un papel secundario. Sus historias no son relevantes para la causa. De ah¨ª que sus vidas -o sus muertes- parezcan anodinas comparadas con las de sus verdugos.
La serie alterna la vida de los terroristas y la de sus v¨ªctimas
El tiempo corre de forma distinta para quienes lo vivieron en carne propia
Siete a?os despu¨¦s de la matanza y cuatro despu¨¦s del juicio, Telecinco estrena una miniserie -dos cap¨ªtulos de 80 minutos cada uno- en la que se quiebra esa costumbre. Apoy¨¢ndose en la sentencia, pero utilizando tambi¨¦n informaciones period¨ªsticas como la entrevista de EL PA?S a la mujer de El Chino, reconstruye la preparaci¨®n del atentado. Los tejemanejes criminales de Su¨¢rez Trashorras y Raf¨¢ Zouhier -explosivos a cambio de hach¨ªs-, la construcci¨®n de los artefactos, su colocaci¨®n en los trenes... Pero no se queda ah¨ª. Como si se tratara de un di¨¢logo, la serie va alternando de forma muy ¨¢gil la vida de los terroristas y la de sus v¨ªctimas durante los d¨ªas que precedieron al 11 de marzo. El contraste resulta brutal y muy esclarecedor. Los terroristas viven sus v¨ªsperas como lo que son: enfermos de fanatismo cuyas jornadas est¨¢n dedicadas por completo a la preparaci¨®n del atentado. Por contraste, la vida de los que van a morir sin saberlo adquiere un brillo especial. La cotidianidad inocente de una ni?a que repasa los acentos camino del colegio, la preocupaci¨®n de una muchacha que se dirige al ginec¨®logo ante la sospecha de que est¨¢ embarazada, la reacci¨®n tranquila de un joven que se percata -sin darle mayor importancia- de que un hombre de rasgos ¨¢rabes ha olvidado su mochila al bajarse del tren. El amanecer del 11 de marzo de 2004. Un amanecer que transcurre como otro amanecer cualquiera si no fuera porque en el subconsciente del espectador se va activando, sutil, temerosamente, la cuenta atr¨¢s.
Una representaci¨®n de las v¨ªctimas ha supervisado la recreaci¨®n cinematogr¨¢fica de aquellos d¨ªas terribles y le ha dado el visto bueno. Hay que tener en cuenta que solo han pasado siete a?os. O tal vez habr¨ªa que sustituir el "solo" por un "ya". El tiempo corre de forma distinta para quienes vivieron la tragedia en carne propia y para quienes, aunque conmocionados, la presenciaron por televisi¨®n. En alg¨²n momento, el realizador ha querido dejar patente el tiempo transcurrido mostrando dos televisores encendidos la noche antes de la masacre. Uno en la casa de los terroristas. Otro, en el de uno de los muchachos que van a morir. En los dos, el partido de f¨²tbol entre el Real Madrid y el Bayern de M¨²nich. El gol del triunfo local lo marca Zidane. Figo y Ra¨²l corren a abrazarlo. La c¨¢mara recoge tambi¨¦n una conferencia de prensa del entonces ministro Eduardo Zaplana o un cartel electoral en el que aparece sonriente Mariano Rajoy en su primer asalto fallido a La Moncloa.
La serie concluye a las 7.40 de la ma?ana del 11 de marzo, en la estaci¨®n de Atocha. No hay m¨¢s sangre que la presentida, no hay m¨¢s dolor que el recordado. Si bien, durante todo el relato, aparece el azar de forma recurrente. El azar que juega a favor de El Chino cuando la Guardia Civil lo para por una infracci¨®n de tr¨¢fico y no revisa su furgoneta cargada de explosivos. El azar que juega en contra de un muchacho que llega tarde a la estaci¨®n y le pregunta a un terrorista que acaba de bajarse del vag¨®n sembrado de explosivos: "?Este tren para en Atocha?". El islamista duda. Si la respuesta a esa pregunta hubiese sido "no", el muchacho se hubiera quedado en el and¨¦n, vivo. Como fue "s¨ª", el joven subi¨® de un salto al tren y, unos minutos despu¨¦s, a las 7.40, la vida se le rompi¨® en pedazos.
Siete a?os han pasado ya. Solo siete a?os. Los terroristas que mataron a 191 personas y dejaron malheridas a otras 1.857 fueron detenidos, juzgados y condenados. Otros de los que participaron en el atentado no llegaron al juicio porque, ante la presi¨®n de la polic¨ªa, optaron por inmolarse en un piso de Legan¨¦s. Durante meses y a?os, sus nombres, sus vidas y sus fechor¨ªas ocuparon las portadas de todos los diarios. Incluso hubo quienes, desde la pol¨ªtica y la prensa, recurrieron a la mentira y a la manipulaci¨®n para cebar una absurda teor¨ªa de la conspiraci¨®n que entorpeci¨® el proceso y aument¨® el dolor de las v¨ªctimas. La serie no se ocupa de ellos. La serie es simplemente un relato. El de la muerte y el de la vida que corrieron paralelas durante los primeros meses de 2004 hasta que, a las 7.40 del 11 de marzo, se encontraron en Atocha.
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