Humor y sangre
En Espa?a a¨²n se lleva ser malo. Ser malo es un atraso, pero es que esa idea de que el mundo siempre progresa ya sabemos que es err¨®nea. Pareci¨®, durante un tiempo, que nos est¨¢bamos curando, pero hay gente que defiende la mala hostia como si fuera una especie de tesoro nacional, un signo identitario que fuera una pena perder. Y as¨ª estamos. Si echamos la vista atr¨¢s, a 1932, por ejemplo, y leemos que en el semanario Gracia y Justicia alguien escrib¨ªa: "Federico Garc¨ªa Loca o cualquiera se equivoca", nos llevamos las manos a la cabeza. Pero a la indignaci¨®n que ese insulto nos provoca contribuye que sabemos lo que vino despu¨¦s: el asesinato, la guerra, la dictadura, en fin. La prensa est¨¢ plagadita ahora de esa prosa. Quienes la utilizan est¨¢n convencidos de que son descendientes de Quevedo, y de vez en cuando, para jalearse, le encargan a un becario un reportaje sobre el insulto como una de las bellas artes del articulismo espa?ol. Este es un reportaje que se hace una vez al a?o o as¨ª, y siempre es igual, que si Quevedo, que si G¨®ngora, que si Valle-Incl¨¢n o que si Cela... Cuando Cela insultaba, sus emocionados costaleros (como les llam¨® en una ocasi¨®n Mu?oz Molina) le sacaban en procesi¨®n. Tambi¨¦n hay lectores que jalean este estilo tan de nuestra tierra. ?Dale ca?a, dale ca?a!, gritan los fans. Los artistas del insulto siempre tienen lectores depredadores que quieren acabar de leer una pieza con los dientes llenos de sangre. Para ellos, sin maldad la cosa no tiene chiste. No estoy diciendo que para ser columnista haya que ser santa, en absoluto, pero les aseguro que estos ojos m¨ªos han visto c¨®mo la maldad ha echado a perder muchas carreras. La maldad es un penoso conservante: la prosa se pudre r¨¢pido. Los que piensan que el humor reside en la capacidad de mofarse del contrario no saben que quien lleva escrita la iron¨ªa en el c¨®digo gen¨¦tico (que es donde tiene que estar escrita) suele entregarse desarmado ante el lector y mostrarle, en una desvalida desnudez, sus cicatrices infantiles, sus man¨ªas, todo un cat¨¢logo de imperfecciones para someterlas a la risa ajena. S¨ª, as¨ª de duro es esto. Tener gracia no consiste en decir que una ministra tiene barriga. Para se?alar la barriga de una ministra hace falta que t¨² hayas mostrado muchas veces la tuya, o la de tu madre, o la de tu se?ora; de no ser as¨ª, mejor ser¨ªa que te miraras al espejo y admitieras la tremenda realidad: mi lugar en el mundo es la revistilla del chismorreo (la gratuita). La malevolencia espa?ola nos atrasa: es autoindulgente, solo disfruta del defecto ajeno, no mide la crueldad, y jam¨¢s llega a la esencia del humor moderno, esa en la que el cronista, antes de disparar al pr¨®jimo ha de pegarse un tiro en el pie, para recordarse a s¨ª mismo que, cuando te atacan, duele. Yo soy una consumidora insaciable de columnas. Leo las de los columnistas que me gustan y las de los que no. Leo las de otros peri¨®dicos. Leo columnas infumables y otras en las que grito, Ol¨¦. Me aburren soberanamente aquellas en las que el columnista tiene una obsesi¨®n ideol¨®gica y todos los d¨ªas la saca a pasear. Como si le estuvieran pagando de un partido pol¨ªtico (qui¨¦n sabe). O como si el columnista se convirtiera en un abuelo pesado que te repite veinte veces la misma cosa. A quien escribe en los peri¨®dicos no le queda otra que mantenerse joven. Joven significa tener siempre algo de aspirante a columnista serio, ser un poco tonto (es much¨ªsimo mejor que ser un listo), tener capacidad de asombro, no acabar de casarse con nadie, ver el mundo con alegr¨ªa y creer que en la pr¨®xima limpia de colaboradores t¨² ser¨¢s el primero que salga por esa puerta. Cuando leo a un joven que cumple estos requisitos me entran ganas de fundar un peri¨®dico y contraatarlo, o de arrimarme un poco a la esquina de esta p¨¢gina para hacerle sitio. Siento ese entusiasmo lector cuando leo a Manuel Jabois, que ahora acaba de reunir en un libro, Irse a Madrid, alguna de sus columnas publicadas en el Diario de Pontevedra, en El Progreso o en su blog. "Si te gusta escribir", le han dicho desde siempre sus paisanos, "vete a Madrid". Pero lo humor¨ªstico de la mirada de Jabois es que es la del muchacho que no acaba de prosperar, la del joven de provincias (como antes se dec¨ªa) que convierte en oro las noticias m¨¢s insustanciales. A m¨ª me dar¨ªa miedo que el joven Jabois se viniera a Madrid a hacerse un columnista de provecho, me dar¨ªa pena que dejara esa cr¨®nica de la ciudad peque?a, de los pol¨ªticos locales y las aventuras amorosas que no acaban de aterrizar en el mundo adulto. Me dar¨ªa mucha l¨¢stima que se peinara ese flequillo que le cae sobre la cara, se hiciera mayor y perdiera el punto de vista del joven que considera que, entre todos los desastres que la actualidad le pone ante los ojos, el mayor con diferencia es ¨¦l mismo. Si tuvi¨¦ramos un rato para charlar (lo tendremos) le dir¨ªa que el mejor elixir para la eterna juventud del columnista es el candor, que se mantenga lejos del humor ca?¨ª, de los aduladores que quieren acabar de leer una columna con los dientes llenos de sangre. Al cabo de los a?os, al columnista se le distingue no solo por lo que escribe sino por los clientes que acuden a su puesto en el mercado. Eso le dir¨ªa.
Los artistas del insulto tienen lectores que quieren acabar de leer una pieza con los dientes llenos de sangre Tener gracia no consiste en decir que una ministra tiene barriga. La malevolencia espa?ola nos atrasa
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