Julio del 36: demasiado cerca
Los traumas del periodo que media entre 1929 y 1945 han causado graves problemas en la memoria hist¨®rica, y no solo en la historiograf¨ªa, de todos los pa¨ªses afectados. Al cumplirse los 75 a?os del inicio de la Guerra Civil es lo primero que conviene destacar. La forma especialmente tr¨¢gica en que dicho problema fue vivido en nuestro pa¨ªs viene a cumplir el dicho fraguista de que Spain is different, pero en la misma medida que Alemania con la imposici¨®n del nazismo, Polonia o Austria al sufrir su invasi¨®n o Francia, en agitaci¨®n permanente hasta ser a su vez invadida, lo vivieron cada una de manera diversa. Los a?os treinta estuvieron presididos en Europa por el ascenso en apariencia imparable de los fascismos, y ello fue determinante para el curso seguido en Espa?a por la crisis end¨®gena, la cual fue resuelta mediante la interminable dictadura militar que tantos conocimos.
La derecha repite hoy los argumentos franquistas para legitimar el levantamiento militar
Lo que s¨ª resulta espec¨ªfico de Espa?a es la p¨¦sima situaci¨®n actual en el ajuste de cuentas con el pasado. Tras unos primeros tiempos en que de un modo u otro los pa¨ªses implicados resta?aron heridas acudiendo a relatos simplificados que pudieron evitar a la convivencia la sombra de ese pasado todav¨ªa muy pr¨®ximo, por ejemplo desligando al nazismo de las responsabilidades de la poblaci¨®n en Alemania o presentando a una Francia o a una Italia un¨¢nimemente resistentes, lleg¨® la hora de contemplar lo sucedido en toda su complejidad. Es lo que en Francia reflejaron filmes como Lacombe Lucien de Malle o Le chagrin et la piti¨¦ de Marcel Oph¨¹ls, por no hablar luego de los trapos sucios de Mitterrand; en Alemania, libros como Verdugos voluntarios de Goldhagen, o en Italia el reconocimiento del periodo 1943-45 como una aut¨¦ntica guerra civil entre resistentes y musolinianos bajo la ocupaci¨®n. Una vez establecida una imagen hist¨®rica veraz, a veces despu¨¦s de duras pol¨¦micas como la de los historiadores en Alemania, lleg¨® una relativa pacificaci¨®n, siempre presidida por el refrendo a los contenidos democr¨¢ticos de esos a?os de hierro.
En Espa?a esto no est¨¢ sucediendo, y la responsabilidad ciertamente no recae sobre el trabajo de los historiadores, desde distintas orientaciones y en ¨¢reas diversas. Entre tantas otras aportaciones, pensemos en las indagaciones casi policiales que han llevado a ?ngel Vi?as a adelantar un d¨ªa la fecha de sublevaci¨®n, centr¨¢ndose en el veros¨ªmil asesinato franquista del general Balmes en Canarias, un obst¨¢culo menos, en su reconstrucci¨®n de la Espa?a republicana en guerra o, de otro lado, en la l¨ªnea de estudios sobre la violencia abierta por Gonz¨¢lez Calleja.
De forma discreta, la Ley de Memoria Hist¨®rica proporcion¨® un aval del Estado para restablecer un equilibrio que a los dem¨®cratas les hab¨ªa sido negado en cuanto al reconocimiento de su papel en esa historia tr¨¢gica, con una proyecci¨®n bien concreta sobre el tema de los asesinados sin tumba. Al estudio pormenorizado de la represi¨®n franquista, dise?ada de antemano y prolongada durante d¨¦cadas con decenas de miles de muertos, lo que confirma la idea de un genocidio, sigui¨® el esfuerzo de los descendientes por recuperar los restos de las v¨ªctimas de la "operaci¨®n quir¨²rgica" anunciada por Franco desde noviembre de 1935. Falt¨® solo que ese esfuerzo se viera acompa?ado por la sugerencia de Ian Gibson: que la verdad y el dolor fueran asumidos por todos y para todos, que al lado de las trece rosas fueran sentidas las v¨ªctimas de la c¨¢rcel Modelo o Paracuellos. Manuel Aza?a dio aqu¨ª una pauta de la cual la izquierda nunca debi¨® apartarse. Otra cosa son las responsabilidades.
M¨¢s grave resulta que amplios sectores de nuestra derecha, esgrimiendo adem¨¢s la idea de una reconciliaci¨®n entre espa?oles contra la Ley de Memoria Hist¨®rica, se hayan lanzado a repetir los argumentos franquistas para la legitimaci¨®n del levantamiento militar. La satanizaci¨®n de Garz¨®n, y la consiguiente celebraci¨®n de su encausamiento, se hicieron en nombre de una visi¨®n del 36 que llev¨® ya a pensar en un alineamiento consciente con los vencedores. Todo an¨¢lisis de la pol¨ªtica republicana, de sus proyectos, ideas y frustraciones, ha sido sustituido por la descripci¨®n de un museo de horrores en que la Rep¨²blica habr¨ªa consistido de principio a fin. Los generales alzados, y sus comportamientos criminales desde el primer momento, desaparecen del mapa. Fueron simples instrumentos de una necesidad hist¨®rica que les obligaba a poner orden. Gil Robles o Calvo Sotelo no eran sino buenos ciudadanos que como notarios levantaban acta de un desastre, cuya eliminaci¨®n correspondi¨® a la espada.
De fascismos en Europa, de lo ocurrido en Alemania o en Austria, de lo que esa derecha propon¨ªa e impulsaba, de los pistoleros falangistas, ni palabra. Como adem¨¢s los malos de la pel¨ªcula, caso concreto del crimen que cost¨® la vida a Calvo-Sotelo, pod¨ªan ser para el relato y en exclusiva los socialistas de la ¨¦poca, miel sobre hojuelas. Pueden matarse dos p¨¢jaros de un tiro, al destruir la imagen del PSOE como partido democr¨¢tico y reemplazarla por la de heredero de una organizaci¨®n que ejecut¨® y aval¨® el crimen pol¨ªtico. Aqu¨ª s¨ª que respecto de la derecha democr¨¢tica europea, por desgracia, Spain is different.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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