La vida en fuera de lugar
Tener talento no basta: tambi¨¦n hay que ser h¨²ngaro", dijo Robert Capa. No alud¨ªa al ¨¦xito, sino a su forma de ver la realidad.
En ciertos pa¨ªses el triunfo es un animal ex¨®tico. Cuando conoc¨ª al novelista P¨¦ter Esterh¨¢zy me cont¨® el momento m¨¢s memorable de su familia: en 1986 su hermano Marton jug¨® en el Mundial de M¨¦xico contra el pa¨ªs al que daba m¨¢s gusto vencer, la Uni¨®n Sovi¨¦tica. "Lo bueno fue que solo perdimos 6-0", dijo Esterh¨¢zy con orgullo.
Otro hermano del autor de Peque?a pornograf¨ªa h¨²ngara fue ¨¢rbitro y ¨¦l destac¨® como amateur. Su relaci¨®n con las canchas ha dependido de fecundas desgracias: "Las derrotas acompa?an al f¨²tbol h¨²ngaro como las pulgas al perro. Los logros se vuelven sospechosos".
En 2006, con motivo del Mundial de Alemania, escribi¨® una curiosa autobiograf¨ªa: Deutschlandreise im Strafraum (Viaje por Alemania en el ¨¢rea penal). Ah¨ª aborda la derrota m¨¢s inesperada de todos los tiempos. En 1954 Hungr¨ªa lleg¨® a la final de Berna despu¨¦s de m¨¢s de 30 victorias seguidas. Se enfrentaba a Alemania, a la que hab¨ªa vencido 8-3 en la primera fase. Esterh¨¢zy ten¨ªa entonces cuatro a?os y a¨²n recuerda el rostro de su padre ante el inveros¨ªmil resultado: Alemania 3-Hungr¨ªa 2.
El novelista ha vivido contra ese suceso: "Dediqu¨¦ toda mi energ¨ªa a erradicar de la historia del mundo esos noventa minutos". En otras palabras: atesor¨® la tragedia. Para consolarse, pens¨® que si la dorada horda magiar hubiera vencido, la dictadura comunista habr¨ªa sido m¨¢s feroz. Cuando conoci¨® a Hidegkuti, titular de aquel equipo, le pregunt¨® por la lluviosa tarde de Berna. "De eso ya no hay que hablar", dijo un hombre con la mirada nublada por el recuerdo. M¨¢s sincero fue el guardameta del equipo. Esterh¨¢zy coincidi¨® con ¨¦l en una tertulia de televisi¨®n. Grosics le confes¨®: "No hay un solo d¨ªa, P¨¦ter, enti¨¦ndeme bien, un solo d¨ªa, en que no piense en ese partido".
Los fan¨¢ticos compensamos la realidad con desesperadas supersticiones. Para escribir su libro, Esterh¨¢zy revis¨® las biograf¨ªas de los participantes en el adverso milagro de Berna: tres alemanes y tres h¨²ngaros segu¨ªan vivos. ?El partido se hab¨ªa empatado!
Uno de los sobrevivientes era Pusk¨¢s. El gran artillero h¨²ngaro jug¨® lesionado en la final. Aun as¨ª, abri¨® el marcador y dos minutos antes de que acabara el partido anot¨® el empate, que fue invalidado por fuera de lugar.
"Con Pusk¨¢s termina la ¨¦poca del juego y comienza la del entretenimiento". La frase dice mucho del valor que el novelista h¨²ngaro otorga a la calamidad. Pusk¨¢s le parece el primer futbolista posmoderno en la medida en que deslumbr¨® sin llegar a la meta: fue el mejor sin asumirlo. Ajeno a la recompensa, supo situarse en fuera de lugar.
La literatura se escribe desde los m¨¢rgenes; es siempre extraterritorial. Nada m¨¢s l¨®gico que un escritor celebre a un outsider, el h¨¦roe desubicado en su hora grande.
Como tantas madres, la de Esterh¨¢zy no entend¨ªa la regla del fuera de lugar. Esa omisi¨®n no pod¨ªa perdonarse, no en esa casa: "Decid¨ª explic¨¢rsela en su lecho de muerte; era ahora o nunca. No me averg¨¹enzo de ello".
La muerte nos deja en offside. Los genios de la tragedia y la iron¨ªa sobreviven en fuera de lugar.
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