Carlos Cay regresa a la Revista de Verano a partir de ma?ana
?l lo defini¨® muy al principio con toda la crudeza del mundo. En un arrebato de ese impostado desprecio hacia la humanidad tan suyo, le coloc¨® un desalentador ep¨ªgrafe: "1.900 caracteres que son como 1.900 bo?igas apestosas". Qui¨¦n sabe. Son palabras suyas. El caso es que, como dir¨ªa ¨¦l, ese verano la pet¨®. O sea, que gust¨®, que le sali¨® bien la jugada, vaya.
Hace cuatro a?os ya de aquel inquietante arranque que se incrust¨® en las vacaciones o veraneo de asfalto de muchos lectores de este peri¨®dico. Cay, un chico misterioso, mayor de edad y abocado al borde de una pesquisa del mundo a trav¨¦s del tedio de unas vacaciones familiares, exhib¨ªa su vida en estas p¨¢ginas. "Qu¨¦ vacile cagarme en mis viejos as¨ª, por escrito, p¨²blicamente, en un peri¨®dico (en un peri¨®dico de gran tirada, que dir¨ªa el viejo), cagarme en ellos desde el mismo diario que leen, llevo vi¨¦ndoles leer este puto peri¨®dico desde que comenc¨¦ a andar". Era el cap¨ªtulo 1 del primer Me cago en mis viejos.
Ahora, por cuarto a?o consecutivo, tres libros mediante y una reputaci¨®n en juego (no parece que esa presi¨®n le afecte), vuelve a su reservado de la Revista de Verano de EL PA?S. Nadie conoce a Carlos Cay (ni siquiera en la redacci¨®n de este diario, aunque no lo crean). No hay ninguna fotograf¨ªa de ¨¦l. Mucho menos una entrevista. Se niega. ?l mismo advirti¨® desde el comienzo que utilizaba un seud¨®nimo para proteger la intimidad de los suyos. Hablaba en presente. Constru¨ªa un diario en tiempo real de su vida y de su aburrida pero fascinante miseria. Javi, el hombre invisible, el risas, la casa de veraneo... Dise?¨® un mundo personal que por normal, por n¨ªtidamente verdadero (qui¨¦n sabe, en realidad), permit¨ªa saber algo m¨¢s de una generaci¨®n desencantada antes ser, incluso, una generaci¨®n. Por cierto, veremos qu¨¦ tiene que decir de los indignados.
Ahora todo cambia. Cay recula en el tiempo para explorar en su propio origen, en su verdadera historia. Un terrible accidente fortuito acaba desembocando en una suerte de trama psicol¨®gica que atrapa a este antih¨¦roe moderno. Un Carlos Cay que en esta cuarta entrega conserva m¨¢s bien poco de aquel ni-ni desencantado con el mundo y que anda un poco m¨¢s preocupado en entenderlo. Quiz¨¢ ahora ya no se referir¨ªa a sus piezas como "esas 1.900 bo?igas apestosas". En cualquier caso, a partir de ma?ana vuelven a la Revista de Verano.
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