Los h¨¦roes que no deb¨ªan ganar
Ren¨¦ Higuita cometi¨® el pecado de ir a "La Catedral". No se trataba de la iglesia, sino de la c¨¢rcel donde estaba Pablo Escobar, el narcotraficante que hab¨ªa sido propietario del Independiente y del Atl¨¦tico Nacional de Medell¨ªn.
La popularidad del capo depend¨ªa de la filantrop¨ªa en un pa¨ªs marcado por la desigualdad y de su apoyo al f¨²tbol de barrio. La venta de coca¨ªna permiti¨® que los campos pobres recibieran lujosas l¨ªneas de cal. De ah¨ª salieron los integrantes del hist¨®rico Nacional. En 1989, bajo las ¨®rdenes de Maturana, el equipo verdiblanco conquist¨® la Copa Libertadores, algo nunca logrado por un club colombiano.
Escobar asist¨ªa a los partidos con el aire de un vendedor de telas al que le ha ido bien. Era un asesino salvaje, pero recib¨ªa trato preferente en los negocios y en la Federaci¨®n Colombiana de F¨²tbol.
Cuando cay¨® en desgracia, Higuita le mostr¨® lealtad. El portero que se especializaba en salir del ¨¢rea, fue demasiado lejos. Visit¨® la c¨¢rcel, intercedi¨® en el rescate de un secuestro y fue detenido. No estar¨ªa en Estados Unidos'94.
Despu¨¦s de 28 a?os, Colombia volv¨ªa al Mundial con una selecci¨®n que hab¨ªa perdido un partido de 26. Valderrama dorm¨ªa la siesta al patear prodigios; Asprilla y Valencia anotaban goles de t¨¦cnica brasile?a; Escobar recordaba a Beckenbauer; era el Caballero de las Canchas.
En Italia'90 el equipo hab¨ªa perdido por capricho. Higuita intent¨® un dribling fuera de su ¨¢rea y permiti¨® que a sus 38 a?os el camerun¨¦s Milla disfrutara de una magn¨ªfica prejubilaci¨®n.
Ahora ganaban como lo hacen los desadaptados, con una originalidad que no existe donde el triunfo es una costumbre. En el Monumental de River derrotaron 0-5 a Argentina y fueron aclamados por los rivales.
Con sus melenas rizadas y sus barbas hirsutas, parec¨ªan bucaneros en busca de buen ron. El presidente Gaviria los segu¨ªa a todas partes para mostrar que su pa¨ªs era algo m¨¢s que narcotr¨¢fico. El pasaporte m¨¢s inspeccionado del siglo XX se hab¨ªa vuelto carism¨¢tico.
No le falt¨® fantas¨ªa a esa selecci¨®n: le sobr¨® realidad. Otros capos imitaron a Escobar: El Mexicano se hizo de Millonarios y Miguel Rodr¨ªguez, del Am¨¦rica de Cali. El blanqueo de dinero y las apuestas acompa?aron los triunfos colombianos.
En v¨ªsperas del Mundial, el hijo de tres a?os de un jugador fue secuestrado. Contra Ruman¨ªa, el portero suplente se comi¨® un gol de 35 metros de Hagi y el partido termin¨® en 1-3. El futuro se decidir¨ªa ante Estados Unidos. Pocas veces un partido se ha disputado con mayor tensi¨®n. Maturana tard¨® en alcanzar a sus jugadores en el vestuario. Cuando lo hizo, lleg¨® llorando. Hab¨ªa recibido amenazas de muerte y le exig¨ªan que retirara a un jugador. Obedeci¨®, seguro del riesgo que corr¨ªan.
No se disputaba un partido sino un juicio. El marcador representaba una sentencia. El impecable Andr¨¦s Escobar se barri¨® con precipitaci¨®n y produjo un autogol. No olvidaremos su mirada al ponerse de pie. La mirada del condenado.
En Medell¨ªn quiso dar la cara ante su gente. Fue ultimado afuera de una discoteca. Una chica lo acompa?¨® al hospital, le sostuvo la mano y le habl¨® con afecto. El Caballero fingi¨® escucharla, demostrando que los h¨¦roes colombianos solo ten¨ªan permiso para ganar en la imaginaci¨®n.
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