Adi¨®s al Nueva York bohemio
Con el cierre del hotel Chelsea y del Mars Bar desaparece el ¨²ltimo vestigio 'underground' de Manhattan
Esa imagen de Nueva York que el cine, la literatura, el arte y la m¨²sica del siglo XX cincelaron en el imaginario colectivo del planeta ya no existe en el mundo real. Hoy es simplemente leyenda, nostalgia y mitoman¨ªa. Cuando est¨¢ a punto de cumplirse el d¨¦cimo aniversario de los atentados del 11-S resulta significativo pensar que, indirectamente, aquella tragedia marc¨® un punto y aparte en la vida cultural de una ciudad que en los a?os previos a aquel ataque ya hab¨ªa puesto rumbo al orden, el control y la dictadura del dinero -tres conceptos siempre inherentes al alma de Manhattan pero de los que una gran parte de la cultura siempre hab¨ªa conseguido zafarse gracias a la existencia de barrios sin ley dentro de la isla-.
La isla a la que cantaron Lou Reed o Cohen se sacude de encima su pasado
Pero tras el 11-S la ley se impuso, el proceso se aceler¨® y ya no hubo escapatoria. Entre el estado policial que se cre¨® en Nueva York durante los a?os que siguieron a los ataques y la lluvia de billetes que caracteriz¨® la mitad de la d¨¦cada, con el consiguiente boom inmobiliario, la isla a la que le cantaron Bob Dylan, Lou Reed, Patti Smith o Leonard Cohen fue sacudi¨¦ndose de encima todos los resquicios de su pasado bohemio y transform¨¢ndose en un lugar cada vez m¨¢s inaccesible para la cultura no avalada por instituciones, tarjetas de cr¨¦dito o celebridades. Por eso era solo cuesti¨®n de tiempo que los grandes templos del underground de anta?o fueran eliminados sistem¨¢ticamente a medida que Manhattan se llenaba de edificios residenciales, restaurantes caros, boutiques coquetas y hoteles con bares de moda en sus tejados. La sustituci¨®n de unos por otros ha durado exactamente una d¨¦cada.
Las v¨ªctimas son m¨¢s que c¨¦lebres: el CBGB, que vio nacer el punk rock y Los Ramones; el Tonic, donde John Zorn experiment¨® con el ruido; la Amato Opera, donde los amantes de ese g¨¦nero pod¨ªan asistir a funciones por unos pocos d¨®lares... El motivo siempre era el mismo: el precio de sus alquileres hab¨ªa subido demasiado y los due?os ya no pod¨ªan pagarlo. En su lugar ahora hay odas arquitect¨®nicas al cristal y tiendas de lujo, protagonistas del paisaje del Manhattan de hoy. El mes pasado, dos de los ¨²ltimos vestigios del siglo XX cerraban sus puertas para entrar en el mundo de la nostalgia: el hotel Chelsea y el Mars Bar.
Del hotel Chelsea, hogar de poetas, cantantes y artistas rebeldes de m¨²ltiples generaciones (de Dylan Thomas a Allen Gingsberg), se ha dicho y escrito todo. Su futuro parece unido a su venta y reconversi¨®n en un edificio de apartamentos de lujo, como le ocurri¨® al hotel Plaza. El Mars Bar, en el East Village, fue parada obligada de esp¨ªritus ind¨®mitos cuando los taxistas no se atrev¨ªan a ir m¨¢s al este de la segunda avenida a mediados de los ochenta por miedo a ser asaltados. Fue antro oscuro de grafitis ro?osos, cerveza barata, olor a or¨ªn, rock cl¨¢sico y clientela exc¨¦ntrica, una isla en un barrio hoy entregado a los locales con velas perfumadas y chicas con mechas y bolsos de Louis Vuitton. En su lugar pronto habr¨¢ un rascacielos con apartamentos para millonarios.
La cultura underground neoyorquina viaj¨® del West Village en los sesenta, al Soho en los setenta, al East Village en los ochenta y los noventa. Pero no es necesario llorar del todo su muerte: las nuevas fronteras est¨¢n ahora al otro lado del East River, en Queens y en Brooklyn, donde florece la cultura alternativa del siglo XXI y los artistas a¨²n pueden hacer locuras en libertad. Quiz¨¢s dentro de 100 a?os alguien escriba un art¨ªculo llorando su p¨¦rdida, pero para entonces ya habr¨¢n nacido Los Ramones, Gingsberg o Basquiat de este siglo. Y su historia se habr¨¢ escrito en esos nuevos barrios que tambi¨¦n son Nueva York.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.