Escupir es preciso
Hubo ¨¦pocas en las que el acto de escupir ten¨ªa reconocimiento social. En mi infancia, los despachos de los abogados y las salas de espera de los m¨¦dicos ostentaban un objeto en el rinc¨®n: la escupidera cromada.
Presumiblemente, el ser humano enfrenta hoy los mismos desaf¨ªos con su saliva; sin embargo, ya no hay recipientes para el esputo.
El f¨²tbol es la reserva donde los profesionales sueltan flemas en p¨²blico. Al t¨¦rmino de una jugada, la c¨¢mara se acerca al protagonista. Lo vemos alzar los ojos al cielo, donde viven su abuela y las esperanzas de chutar mejor; luego lo vemos menear la cabeza, como si fallar por un mil¨ªmetro le dejara agua en las orejas; por ¨²ltimo, lo vemos escupir.
?Por qu¨¦ sucede esto? En el tenis, los jugadores tocan las cuerdas de su raqueta para concentrarse. No se puede decir lo mismo de la relaci¨®n del futbolista con su saliva. Nadie juega mejor por despojarse de un poco de baba. Se trata de una forma de descargar los nervios y la frustraci¨®n. El escupitajo es el ¨²nico ansiol¨ªtico que funciona al ser expulsado. Poco importa que millones de espectadores vean el gesto, reprobable en cualquier otra circunstancia.
Todo lenguaje requiere de puntuaci¨®n. Al discurso del f¨²tbol le sobran signos de admiraci¨®n (el gol, la falta artera, la barrida milagrosa) y puntos suspensivos (el jugador que rueda despu¨¦s de recibir una patada, el balonazo a las tribunas, el pase rumbo a la nada).
Ciertos genios, como Butrague?o y Valderrama, adormecen la pelota y ponen el tiempo entre par¨¦ntesis; otros, como Xavi e Iniesta, colocan comas para lograr cl¨¢usulas subordinadas.
Los defensas aman el punto y aparte y los centros delanteros, los dos puntos. Los burladores de barrio, que prefieren sortear contrarios a concluir jugadas, trazan signos de interrogaci¨®n. Los insultos a los rivales y las reclamaciones al ¨¢rbitro equivalen a las comillas.
?D¨®nde queda el punto y coma? En la garganta de los jugadores. El signo m¨¢s dif¨ªcil de usar, el que se?ala una pausa que no lo es del todo, encuentra en el f¨²tbol grosera y eficaz aplicaci¨®n. Nadie escupe en movimiento ni despu¨¦s de anotar (la culminaci¨®n no requiere de un remanso). Solo la obligada transici¨®n exige este acto: el lance no sali¨® bien, pero la vida sigue. No se trata de una se?a de desdicha, sino de un desahogo para recuperar el ritmo, un punto y coma.
En el f¨²tbol los aciertos equivalen al 5% del partido. El resto es algo que no funcion¨®, una oportunidad para escupir.
En Espa?a se le dice "flem¨®n" al desastre que puede salir de una boca. Cuando un jugador lo padece, se queda en casa. Tal vez no es excluido para que recupere la salud sino para que no abuse del proyectil que podr¨ªan alterar el juego.
Ciertos escupitajos han cobrado triste celebridad. Frank Rijkaard, jugador templado, cometi¨® un grave error de puntuaci¨®n. Quiso poner a Rudi V?ller entre comillas, pero como no habla alem¨¢n, solt¨® un gargajo ruin. ?C¨®mo olvidar al perplejo delantero que qued¨® como un pirata salpicado de medusas?
No hay vida humana sin tics: unos se tocan la oreja, otros juegan con sus llaves. Territorio de la duda, el f¨²tbol es el sitio donde los h¨¦roes fallan casi todo el tiempo y recuperan la fe, y escupen.
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