Verlo por la radio
Persiste la pol¨¦mica. Las radios no quieren pagar por entrar en los estadios. La Liga de f¨²tbol quiere sumar ingresos en tiempos de apreturas y hacerles pagar un canon. A¨²n no son presentados en los telediarios como tipos tan malos como los de la SGAE, pero es natural que reconvertir algo gratuito en objeto de cobro provoque una irritaci¨®n doble. Ocurrir¨¢ algo similar cuando Netflix, el portal de alquiler de pel¨ªculas que triunfa en Norteam¨¦rica, se instale en Espa?a. No tendr¨¢ tanto que abrir una l¨ªnea de negocio, como enterrar un h¨¢bito, el del pirateo, ya instalado socialmente.
Lo m¨¢s estimulante es comprobar la uni¨®n de las radios, incluso en un perfil tan atomizado como el de los locutores deportivos. De nuevo se impone una reflexi¨®n: la concordia es un valor que solo se fomenta en la amenaza. Hay algo que flaquea en la estrategia que han planteado las emisoras de radio. Puede que el derecho a la informaci¨®n les ampare, ojal¨¢, pero sus carruseles deportivos son tan largos y abundantes que a veces olvidan el derecho del radioyente a o¨ªr otra cosa que no sea f¨²tbol en determinados d¨ªas y a determinadas horas. No parece que radiar un partido sea informar, sino generar un espect¨¢culo y exprimirlo comercialmente.
La radio es algo tan maravilloso que puede permitirse hasta no entrar en los estadios. El espect¨¢culo del locutor no est¨¢ motivado por el partido, sino por su habilidad para transmitirlo. La radio no ha de mostrarse servil y esclava de los partidos y las exigencias de la Liga; en el fondo su protesta delata su triste dependencia.
Si pagan por retransmitir el Mundial, era cuesti¨®n de tiempo que les cobraran por la Liga, llamada ahora BBVA, por si faltaran pistas. Si quieren fomentar otros deportes, ah¨ª los tienen, todos suyos. Por m¨¢s que uno se ponga siempre del lado de la radio, de su sugerencia y su calidad, la gente percibe que aqu¨ª de lo ¨²nico que se est¨¢ hablando es de dinero. Y ah¨ª no mandan buenas intenciones, derechos superiores ni servicios p¨²blicos, ah¨ª se impone la crueldad del af¨¢n recaudador, al que todos nos postramos en cada factura puntual.
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