Laicismo y b¨²squeda de la verdad
La visita de Benedicto XVI a Madrid volvi¨® a poner de manifiesto los conflictos de la Iglesia cat¨®lica con la ciencia y con el Estado. Su insistencia en combatir el laicismo suena a lucha por el poder
Aunque el tiempo, que tantas cosas borra, vaya pasando, no es conveniente dejar de reflexionar sobre la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en Madrid el pasado mes de agosto. El que cientos de miles de j¨®venes se reuniesen respondiendo a una llamada institucional constituye un acontecimiento que se debe analizar.
No es mi intenci¨®n en este art¨ªculo tratar de cuestiones tan antiguas como la propia historia de la humanidad. Cuestiones como el significado de reuniones multitudinarias. Acontecimientos similares han sido frecuentes en el pasado, bajo banderas o ideolog¨ªas muy diferentes, y no hace falta ser un experto en la naturaleza de la condici¨®n humana para saber lo atractivo que es para muchos formar parte de un grupo, cuanto m¨¢s numeroso mejor; afirmarse en una serie de ideas no a trav¨¦s del an¨¢lisis y la reflexi¨®n individual, sino de la experiencia y emociones que proporcionan el sentir que otros creen lo mismo.
?Piensan Ratzinger y Rouco que tienen el monopolio de virtudes como la solidaridad o la compasi¨®n?
Es curioso que hablen de totalitarismo los que pretenden imponer sus creencias a la sociedad
Tampoco merece la pena resaltar las razones vaticanas para elegir, de nuevo, Espa?a, pa¨ªs al que se considera clave en la lucha contra el laicismo. Como tantas otras veces, las actuaciones del Vaticano no son ajenas a motivaciones de ¨ªndole geopol¨ªtica. Igualmente trivial es comprender que si alguien desea ganar el futuro, har¨¢ bien en tratar de influir en la juventud.
De lo que s¨ª quiero tratar es de algunas de las proclamas de que fueron testigos esos j¨®venes en Madrid y que los medios de comunicaci¨®n publicitaron urbi et orbi, cabr¨ªa muy propiamente decir (de manera particularmente generosa en Espa?a).
Una de tales proclamas, manifestada de manera impl¨ªcita o expl¨ªcita, que ha acompa?ado siempre a la religi¨®n cat¨®lica (tambi¨¦n, por supuesto, a otras confesiones), es la de que el mejor camino hacia la Verdad, el ¨²nico, de hecho, cuando se trata de la Gran Verdad -la explicaci¨®n de Todo, incluida la raz¨®n y sentido de la vida- es a trav¨¦s de la Revelaci¨®n, transmitida a trav¨¦s de, en este caso, la Biblia, cuya custodia e interpretaci¨®n tiene como m¨¢ximo responsable al Papa de Roma, al que se le supone -al menos a partir de un cierto momento de la historia del catolicismo- infalibilidad.
"Hay muchos que, crey¨¦ndose dioses", manifest¨® Benedicto XVI en Madrid, "piensan no tener necesidad de m¨¢s ra¨ªces ni cimientos que ellos mismos. Desear¨ªan decidir por s¨ª solos qu¨¦ es verdad o no, lo que es bueno o es malo, lo justo o lo injusto".
Son muchas, y muy diferentes, en un aut¨¦ntico totum revolutum, las cuestiones que se tratan en la cita anterior. No hay que confundir la b¨²squeda de la verdad con decidir qu¨¦ es bueno o malo, justo o injusto. La verdad es independiente de nuestros deseos o intereses; la bondad, la maldad y la justicia, no. Si se trata de decidir lo que es verdad o no, el ¨²nico procedimiento contrastado es el de la ciencia. De ah¨ª que sea leg¨ªtimo entender que cuando Joseph Ratzinger hablaba de "aquellos que crey¨¦ndose dioses", se refer¨ªa a los cient¨ªficos. Una interpretaci¨®n que se ve favorecida por otra de sus manifestaciones, en la que criticaba una "educaci¨®n utilitarista que solo busca profesionales eficaces", poniendo como ejemplos desde "los abusos de una ciencia sin l¨ªmites" hasta el "totalitarismo pol¨ªtico" (resulta curioso que hablen de totalitarismo aquellos que pretenden imponer sus creencias al conjunto de la sociedad, participe esta o no de tales creencias).
La ciencia, habr¨ªa que recordar, no puede tener l¨ªmites, porque su objeto es la naturaleza y esta es lo que es, y no podemos mutilar una parte pensando que el resto es independiente. El mundo es una unidad y las ciencias que lo estudian constituyen un sistema interdependiente, interdisciplinar. Otra cosa es, por supuesto, lo que se pueda hacer con los conocimientos extra¨ªdos de la investigaci¨®n cient¨ªfica, o el que para obtener tales conocimientos hubiese que emplear procedimientos que una sociedad democr¨¢tica quiera rechazar. La ciencia, que de tantos mitos nos ha librado, no se debe convertir ella misma en un nuevo Dios que nos dicte sus normas. Ni los cient¨ªficos en nuevos sacerdotes, transmisores de un saber impersonal.
En el anterior punto entramos en el que acaso sea nudo gordiano de todo el asunto. Si hay l¨ªmites, deben ser los que imponga una sociedad democr¨¢tica, no los supuestos int¨¦rpretes de unas "verdades divinas" que jam¨¢s han pasado la prueba de la comprobaci¨®n y la predicci¨®n. Sin capacidad de predecir no podemos distinguir entre lo falso y lo cierto.
No es dif¨ªcil comprender el origen de las religiones, la necesidad psicol¨®gica de creer en un destino m¨¢s all¨¢ de la muerte, en no perder para siempre a nuestros seres amados. Sin embargo, y aunque sea duro de aceptar, es evidente que no existe ning¨²n motivo para que exista aquello que postulamos para satisfacer una inquietud emocional. Ni que para explicar el origen de algo sea aceptable postular un ente, un Dios, cuyo origen tampoco se puede explicar.
"Creo", escribi¨® Bertrand Russell en 1925, "que cuando muera me pudrir¨¦, y nada de mi yo sobrevivir¨¢. No soy joven y amo la vida. Pero despreciar¨ªa temblar de terror por el pensamiento de la aniquilaci¨®n. Sin embargo, la felicidad no es menos verdadera porque pueda venir y marcharse, ni el pensamiento y el amor pierden su valor porque no sean eternos. Incluso aunque al principio las ventanas abiertas de la ciencia nos hagan estremecer de fr¨ªo en el calor de los mitos humanos tradicionales, al final el aire fresco nos da vigor, y los grandes espacios son esplendorosos por derecho propio".
La ciencia, efectivamente, nos da si no vigor s¨ª certidumbres y desde luego dignidad. Y ello independientemente de que sus resultados de hoy no sean seguros, pudiendo ser modificados ma?ana; independientemente de que podamos pensar que nunca ser¨¢ capaz de responder a la pregunta de "?Por qu¨¦ existe el mundo y las leyes que lo rigen?" Siguiendo los procedimientos cient¨ªficos, seremos capaces de encontrar esas leyes, de desvelar, sin recurrir a ning¨²n Dios, los caminos que sigui¨® la energ¨ªa primordial para convertirse en los seres que pueblan la Tierra, pero no de responder a esa vital pregunta, de la que se nutren, comprensible pero falazmente, las religiones. Parientes como somos, aunque lejanos, de seres como la humilde lombriz de tierra (nos lo ense?¨® Darwin) reconozcamos nuestras limitaciones.
En Madrid, Joseph Ratzinger tambi¨¦n dijo que "sin Dios" ser¨ªa arduo afrontar los muchos desaf¨ªos que plantea el mundo actual y "ser verdaderamente felices". Consistente con esta idea es la campa?a en la que est¨¢ empe?ada desde hace tiempo la Iglesia cat¨®lica para combatir el laicismo, al que ven como un gran mal. Pero el laicismo no es sino "la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y m¨¢s particularmente del Estado, respecto de cualquier organizaci¨®n o confesi¨®n religiosa". ?Por qu¨¦ esto es repudiable? ?Piensa Ratzinger, y el cardenal Rouco, que ellos tienen el monopolio de virtudes como la solidaridad, la compasi¨®n o el ansia de justicia? Espero que no, porque ofender¨ªa a quien escribe estas l¨ªneas, que aun llam¨¢ndome a m¨ª mismo, con orgullo, laico, comparte algunos de los valores morales hist¨®ricos que honran la confesi¨®n cat¨®lica. Su insistencia en combatir el laicismo suena a mera lucha por el poder.
Aplicar la ciencia al bienestar humano implica sin duda incertidumbres. Puede, por ejemplo, llevarnos a introducir procedimientos eugen¨¦sicos, que yo, como Ratzinger, repudio, pero tambi¨¦n a suministrar la informaci¨®n para que una persona decida si desea una muerte digna, posibilidad que yo defiendo. En los convulsos oc¨¦anos de la biomedicina moran intervenciones rechazables en nuestros c¨®digos gen¨¦ticos al lado de mecanismos de ingenier¨ªa gen¨¦tica que acaso pronto -ya est¨¢n comenzando a hacerlo- ofrezcan no ya un futuro mejor, sino simplemente un futuro a, por ejemplo, los llamados ni?os burbuja.
Por eso mi consejo a esos j¨®venes que con tanto entusiasmo y atenci¨®n escucharon al Papa en Madrid es que no olviden evaluar todo tipo de respuestas y tradiciones recibidas, incluso aquellas que les ofrezcan seguridades aparentes, el calor de un hogar en el que "siempre se encuentra refugio". Que recuerden aquello que S¨®crates dijo a los atenienses que le condenaron a muerte, y que Plat¨®n leg¨® a la posteridad en su Apolog¨ªa de S¨®crates: "Una vida sin examen no es una vida digna para el hombre".
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola de la Lengua y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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