Fantasmas en Barcelona
Todav¨ªa se estila, en determinados teatros, la vieja costumbre de abrir temporada con una reposici¨®n o un montaje de escaso lustre. Consideran sus empresarios que la gente a¨²n tiene un pie en la playa y no entran a ver una funci¨®n salvo redada o chubasco torrencial. "?Y no ser¨ªa mejor esperar un poco?", pregunt¨¦, en mi inocencia, "?y ofrecer una obra presentable?". Algunos me dijeron que no, que prefer¨ªan tener el teatro abierto pero con algo baratito. Julio Manrique, flamante director art¨ªstico del Romea, ha roto esa tendencia abriendo temporada con un espect¨¢culo que otros se habr¨ªan guardado para la mitad, incluso para el final, y hay que aplaudirle por ello: Luz de guardia (Llum de gu¨¢rdia en texto catal¨¢n original, con la coqueter¨ªa de su duplicado ingl¨¦s: Ghostlight, que es mejor t¨ªtulo y tiene m¨¢s eco) es una producci¨®n ambiciosa, textual y escenogr¨¢ficamente, que no s¨®lo dirige sino que tambi¨¦n firma como autor junto a Sergi Pompermayer. Fui al Romea atra¨ªdo por el cartel, muy buen cartel, un poco al estilo de Destino final (los actores con rostros de vendaval, la fachada incendiada, las letras ca¨ªdas) pensando que era una funci¨®n de miedo y en cierto modo lo es: una comedia con fantasmas que parece acogerse a la tercera acepci¨®n propuesta por Joyce: "Un ser que se ha desvanecido por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres".
La funci¨®n es brillante pero deja escaso poso. Quiz¨¢s la sobredosis de tramas hace que perdamos de vista el bosque argumental
Su pr¨®logo nos presenta a los integrantes de un equipo insensato: un cineasta americano que nunca ha dirigido teatro (Andrew Tarbet), un pomposo "autor joven" local (Ivan Benet), una altiva primera actriz (Cristina Genebat), un c¨®mico encumbrado por la tele (Marc Rodr¨ªguez) y una bailarina sordomuda (Mireia Aixal¨¤) quieren estrenar una obra en torno al espectro de Margarita Xirgu, que, seg¨²n cuentan, ronda por el Romea. Hay un aviso sobrenatural de peligro inminente, un incendio, una muerte. Siete a?os m¨¢s tarde, el americano, convertido en jerarca del cine de terror, vuelve a Barcelona dispuesto a rehacer su vida. Tras una brillante escena a¨¦rea, muy ¨¤ la Lepage, coprotagonizada por un piloto fatalista (Benet), una azafata tuerta (Genebat), una sorprendente sosias de la bailarina (Aixal¨¤, claro) y un fan fatal (Oriol Guinart) empe?ado en colocarle un gui¨®n al director, los muy cinematogr¨¢ficos cr¨¦ditos (con el inmortal Gato P¨¦rez como maestro de ceremonias) nos instalan en una noche de destinos cruzados en la que tambi¨¦n parecen juntarse las esencias de Alan Rudolph (Choose Me) y de las comedias corales de Ventura Pons. A partir de entonces, el color de la funci¨®n y de esa Barcelona en la que van a encontrarse de nuevo los protagonistas del pr¨®logo (y algunos m¨¢s) va a ser el de una deslustrada y asfixiante grisura. Todo se ha frustrado, todo vira hacia la peque?ez y lo rid¨ªculo, todos subsisten, sin horizontes, en empe?os muy alejados de sus ilusiones iniciales. Josh, el americano, se revela como un adolescente desnortado que trata de recuperar un amor que ech¨® a perder; Mirta, la primera actriz, atrapada entre el sarcasmo y la desesperanza, intenta escapar de un matrimonio tan varado como su carrera; su pareja, Astor, el joven autor, no ha vuelto a escribir nada que valga la pena y padece un bloqueo literario y vital de aqu¨ª te espero; Abel, el actor que fue luminaria televisiva, multiplica sus quehaceres (ah¨ª el retrato se vuelve farsa grotesca) como estatua de la Rambla, chapero new age y chico de la limpieza en una discoteca. Charlie (Xavier Ricart), el taxista que les une en el transcurso de ese nocturno descenso a los infiernos de la mediocridad, es el t¨¦cnico del teatro al que acusaron de provocar el incendio y, pese a su culpa secreta, el que mejor se ha salvado de la quema existencial. Lo m¨¢s meritorio de Luz de guardia es que con estos mimbres haya esquivado las tentaciones del melodrama tremebundo. Pese a algunos t¨®picos y algunos excesos de trazo, predomina un humor agridulce y una mirada cr¨ªtica pero comprensiva hacia los personajes, con escenas muy divertidas y muy bien construidas, como el encuentro en la sauna oriental, las peripecias picarescas del fool proteico que interpreta Marc Rodr¨ªguez en su mejor trabajo de comedia, o los desvelos de ?lex, el fan fatal que ocupa sus noches en conducir un programa de radio ultrafreak y con el que entra por la puerta grande el hilarante Oriol Guinart, que ya hab¨ªa realizado una composici¨®n memorable a las ¨®rdenes de Manrique en Cosas que dijimos ayer de Neil Labute. Lo cierto es que todos y cada uno de los miembros del reparto est¨¢n estupendos y muy bien dirigidos. Las resoluciones escenogr¨¢ficas de Sebasti¨¤ Brosa, la filmaci¨®n de Marc Lleix¨¤, la banda sonora de Damien Bazin (mucho m¨¢s controlada que el desparrame musical de El jard¨ªn de los cerezos que Manrique present¨® el pasado a?o) son imaginativas y de considerable altura. ?Por qu¨¦, entonces, Luz de guardia no acaba de cuajar la faena que promet¨ªan sus primeras escenas? Yo adoro los relatos que cambian de rumbo a cada curva, pero hay que tener una mano muy firme (la mano de Spregelburd o el mejor Daulte, para poner dos referentes claros) para no salirse de la carretera y encontrar el equilibrio entre ligereza y densidad. La funci¨®n es brillante pero deja escaso poso. Quiz¨¢s la sobredosis de tramas hace que perdamos de vista el bosque argumental: la historia de Sara (Aixal¨¤), la muchacha que vuelve para aventar los restos de su madre (un personaje, por cierto, del que nada sabemos) queda como un estrambote irresuelto, y el cl¨ªmax que junta a todos en las ruinas del teatro no cuela ni de lejos. Hay en esa escena, sin embargo, pasajes de gran talento, como el gag reiterado de las cenizas menguantes, y las suculentas anticipaciones mentales (puro Woody Allen) de Astor en su encuentro con Sara, un procedimiento tan sencillo como eficaz. Quiz¨¢s tambi¨¦n, en ¨²ltima instancia, el tema de la mediocridad conlleve, sin el control preciso, una cierta acumulaci¨®n de trivialidades. Pese a todo, vale la pena aplaudir Luz de guardia (por su imaginaci¨®n, por la puesta, por sus int¨¦rpretes) y aguardar, entretanto, el nuevo trabajo de Manrique y Pompermayer, juntos o por separado.
Luz de guardia, de Sergi Pompermayer y Julio Manrique. Direcci¨®n de Julio Manrique. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 9 de octubre. www.teatreromea.com.
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