Devotos de Frascuelo
No es casualidad que el pasado mi¨¦rcoles la alcaldesa de Valencia distinguiera con los t¨ªtulos de hijos adoptivos de la ciudad al torero Enrique Ponce y a la monja Sor Aurora Gallego, ni que ayer el Consell tuviera a bien otorgar su Alta Distinci¨®n a otro matador de toros, Vicente Barrera, en reconocimiento a las actividades en defensa de los intereses de la Comunidad Valenciana (?), y galardonara a un fot¨®grafo taurino, Francisco Cano, Canito, y a la orden de Terciarios Capuchinos. Nada ocurre porque s¨ª.
Tanta querencia a los alamares y a las ropas talares responde a convicciones profundas y arraigadas en la cultura de la derecha espa?ola desde hace siglos. Lo que s¨ª es nuevo es la identificaci¨®n de los pol¨ªticos del PP con los astros locales de la torer¨ªa, convertidos en prototipos para los conservadores. Si Pr¨®spero M¨¦rim¨¦e tuviera que escribir en la actualidad su Carmen no elegir¨ªa a un andaluz como Escamillo para enamorar a su protagonista, sino a un juncal valenciano, moreno verde azahar.
El PP ha hecho de la defensa de las corridas de toros un s¨ªmbolo de la Espa?a unida y eterna, frente a las tendencias separatistas de los catalanes, que han cometido el sacrilegio de prohibir en su territorio la llamada fiesta nacional. No es casual que la extrema derecha sustituya el escudo constitucional de la bandera espa?ola por el toro de Osborne.
Las autoridades valencianas se pirran por las monjas, los frailes y los toreros, todos ellos s¨ªmbolos de una sociedad moderna y avanzada. Antonio Machado ya los describi¨® cuando escribi¨®: "La Espa?a de charanga y pandereta / cerrado y sacrist¨ªa / devota de Frascuelo y de Mar¨ªa". Para algunos no pasan los siglos.
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