Erotismo en el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n
Tereska Torr¨¨s es pura resistencia francesa. Por edad (tiene 92 a?os); por lo mucho vivido durante un siglo, el XX, que no dio respiro, y porque es una de las mayores autoras de su pa¨ªs, aunque ni en su propio pa¨ªs lo sepan: cuatro millones de ejemplares lleva vendidos desde que public¨® Women's barracks en 1950 en EE UU (editorial Fawcett Gold Medal), novela que ahora acaba de revisar y pulir y se publica en Espa?a como Mujeres de uniforme (Demipage). Al mencionarle el t¨ªtulo norteamericano, esta mujer menuda, delgad¨ªsima, elegante, rubia, de piel transparente y ojos chispeantes, cruza las piernas, se acomoda en un sill¨®n cl¨¢sico en el estudio paterno (es hija del artista polaco Marek Szwarc) donde nos encontramos, niega con la cabeza y sonr¨ªe. Lo detesta. No el libro en s¨ª, claro, que fue su opera prima, sino la forma en que fue recibido: "Se ve que en esa ¨¦poca los norteamericanos estaban necesitados, por eso les escandalizaba". Sexo l¨¦sbico en los cincuenta, uf. "Se vendi¨® tanto porque viv¨ªan bien reprimidos". En Francia no era as¨ª, asegura.
"El libro se vendi¨® tanto porque los norteamericanos viv¨ªan bien reprimidos. En Francia no era as¨ª"
"?ramos al principio 40 mujeres en el cuartel de Hill Street; al final de la guerra, unas 400"
"Nunca tuve miedo, no. ?ramos patriotas. Y no hab¨ªa tanta depresi¨®n. La gente ten¨ªa coraje"
Lo cierto es que la novela pas¨® a engrosar las filas de la literatura feminista (Feminist Press de Nueva York lo reedit¨® luego) y er¨®tica. Y ella, a ser la reina del tema, poco menos. "Madre de la lesbian-eroctic pulp fiction", la llamaba hace nada un diario. El libro fue aplaudido a lo largo de los a?os por unos y castigado por otros como ejemplo de perversi¨®n ("current pornographic material", seg¨²n el comit¨¦ del Congreso norteamericano). Atentado a la moral p¨²blica y de cabeza a las listas de libros m¨¢s vendidos.
Pero la autora siempre recel¨® de ¨¦l. Aquello que cuenta, dice, es poco para hoy y mucho para entonces: mujeres solteras y mujeres lesbianas, mujeres voluntarias como lo fue ella en el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n franc¨¦s, llamadas a formar filas por el general Charles de Gaulle cuando Francia fue ocupada por la Alemania nazi en 1940, e instalado en Londres hasta 1945.
Estudiantes como Tereska misma (muchas), artistas, deportistas como la excampeona de tenis Simone Mathieu (que dirigi¨® a las voluntarias), amas de casa...; francesas llamadas H¨¦l¨¨ne Terr¨¦, Jeanne Bohec, Sonia Vagliano-Eloy o Eliane Brault, quienes tambi¨¦n de un modo u otro han dado testimonio escrito de aquel tiempo. "Su implicaci¨®n moral, f¨ªsica e ideol¨®gica fue tan intensa que para la mayor¨ªa de ellas represent¨® un cambio radical en sus vidas", cuenta la investidadora ?lodie Jauneau en 2008 (en la revista Genre & Histoire).
Tereska desvela en las p¨¢ginas de Mujeres de uniforme las relaciones entre ellas, sus amores p¨²blicos y privados, sus roces y secretos, los primeros contactos f¨ªsicos, los besos furtivos, la iniciaci¨®n sexual, la infidelidad, la confusi¨®n, las decepciones amorosas... y hasta los embarazos no deseados. Lo propio de la edad y las circunstancias. "Le levant¨® la barbilla, inclin¨® la cabeza y, de pronto, plant¨® sobre sus labios finos un beso tan furtivo como el roce del ala de un p¨¢jaro", escribe. Los soldados aliados pululaban por la ciudad. Iban y ven¨ªan entre combate y combate. Todo se viv¨ªa con sensaci¨®n de provisionalidad. Algunos dejaban huella, otros simplemente pasaban. Ellas eran j¨®venes. Tereska, apenas 18. "No hab¨ªa secretos en el dormitorio de las v¨ªrgenes. Hablar del hombre con el que sal¨ªa y contarlo todo al volver de una cita se impuso casi como una obligaci¨®n", se lee.
Va narrando con sencillez e inocencia adolescente los d¨ªas y las noches de las primera 40 mujeres que se instalaron en el cuartel en Hill Street, a las que en algunos casos ha puesto seud¨®nimos, entrelazados con las vicisitudes del momento. "Al final de la guerra ¨¦ramos 400". Su pa¨ªs hab¨ªa sido ocupado, y all¨ª estaban, la mayor¨ªa de ellas solas, con nostalgia de familia y terru?o, mientras las bombas ca¨ªan cada vez m¨¢s cerca y m¨¢s potentes. "Hay tanta luz en la calle que parece de d¨ªa; el cielo arde en llamas. Es un mar de fuego. Retumba el ca?¨®n. Esquirlas de metralla llueven en la calle", se lee.
Nunca quiso Tereska publicar en Francia la novela tal cual, le parec¨ªa incompleta para un pa¨ªs donde entonces las mujeres y lo sexual se mov¨ªan en otros derroteros. Y ella luego escribi¨® otros 14 libros, digamos m¨¢s sesudos y comprometidos: uno sobre su visita a la Polonia destruida de posguerra y el viaje de los jud¨ªos que intentaban llegar a Palestina; otro con historias de su convulsa ni?ez y juventud; un tercero sobre la conversi¨®n de sus padres al catolicismo; un cuarto sobre la obsesi¨®n de su marido por escribir una obra sobre Anne Frank... De hecho, en su pa¨ªs prefiri¨® editar sus diarios al desnudo, bajo el t¨ªtulo Une fran?aise libre (Ph¨¦bus). Los ense?a, los tiene sobre la mesa, junto a numerosas fotos hist¨®ricas. Se resisti¨® tanto que solo hace un par de a?os su editor franc¨¦s consigui¨® convencerla de que desenterrara la novela, la revisara y la publicara de nuevo. Y as¨ª ha sido. "No es tan mala al fin y al cabo, podr¨ªa ser una pel¨ªcula y hasta un musical", sugiri¨® un d¨ªa.
Tambi¨¦n recogen sus p¨¢ginas la vida rutinaria del soldado, las sesiones de entrenamiento cuartelario, las tareas que realizaban, bien distintas a las que ya hab¨ªan asumido las mujeres durante la Primera Guerra Mundial, cuando sol¨ªan ser enfermeras civiles: telefonistas, vigilantes, cocineras, encargadas de asistencia y avituallamiento; sus estados de ¨¢nimo con respecto a la contienda, sus relaciones con los jefes, la manera en que los londinenses las trataban y las salidas relajadas a los bares cercanos entre bajas y combates.
Por ellas van desfilando personalidades del Ej¨¦rcito y hasta esp¨ªas. Como Anne Marie. "Nunca desvel¨¦ el nombre. Ella trabajaba en el servicio secreto; algunas trabajaban transcribiendo mensajes cifrados; no nos enter¨¢bamos de nada. Pero todo lo que cuento aqu¨ª es cierto", asegura. "Incluidas las relaciones de Josette con el oficial del que qued¨® embarazada y luego lleg¨® a embajador de Francia, pero ¨¦l nunca supo de su hijo...". ?Nombre? Se r¨ªe. "No, ya no importa... Y tambi¨¦n es tal cual toda la historia posterior de ella, emparejada con el actor brit¨¢nico Leslie Howard; ¨¦l quer¨ªa adoptar al ni?o, pero no tuvo tiempo, muri¨® cuando regresaba a Londres en avi¨®n".
Lo que m¨¢s le impresion¨® a Tereska siempre fueron los efectos de las bombas, el sonido de los misiles V1 y V2 sobre la ciudad: se?ala una foto en la que dos de sus compa?eras vigilaban desde el tejado de su edificio el cielo londinense. Las ve¨ªan caer, en esta calle, sobre aquel edificio... y corr¨ªan a informar para que nadie quedara sin asistencia. En otra se ve una avenida inmensa repleta de cascotes. "As¨ª era cada d¨ªa; ten¨ªas que ir sorteando cascotes camino de los destinos que nos asignaban a diario, a veces yo trabajaba de secretaria en el cuartel de De Gaulle en Carlton Gardens, a veces ten¨ªas que acudir en ayuda de la gente, hacer propaganda de la Francia libre, tareas de radio, recaudar dinero para las familias de las fallecidas; mira, aqu¨ª estoy en una foto con De Gaulle...".
Dice que ella en la novela no es nadie, no est¨¢ definida: "Yo soy un poco todas ellas, pero ninguna en concreto, la libertad de la novela es lo que tiene. Solo en mis diarios soy verdadera". Y Tereska se?ala las fotocopias de im¨¢genes, cartas o documentos que ella fue guardando. Va recordando el pasado y poniendo nombre al presente. "Esta es Monique, la ni?a que muri¨® en el bombardeo...; esta, Muriel, en realidad Claire; esta, Josette, que muri¨® en Australia hace 20 a?os... El personaje de Mihal en verdad existi¨®, era amigo de mi padre, estaba en la armada polaca. Hoy ya todos est¨¢n muertos".
Se levanta ¨¢gil para se?alar las numerosas obras de arte ("Esto es de mi padre, esta es mi madre pintada por ¨¦l, esta soy yo con trencitas, esto es de mi hijo, que ha heredado sus genes art¨ªsticos...") colgadas en las paredes de este estudio cargado de luz donde nos encontramos, el atelier n¨²mero 13 del llamado Le Jardin Fleurie de Paris, de finales del siglo XIX, un edificio singular donde habitaron Gauguin o Modigliani, pura arquitectura n¨®rdica, casas bajas, fachadas de mamposter¨ªa y vigas de madera, jardines e interiores estilo invernadero, que se rescataron del pabell¨®n de alimentaci¨®n de la exposici¨®n universal de 1878. Un para¨ªso, una isla en Par¨ªs. Desde la guerra, la familia reside aqu¨ª. "Mira, este es mi primer marido, George Torr¨¨s. Lo conoc¨ª en Londres. Era hijastro de Le¨®n Blum, primer ministro socialista franc¨¦s de preguerra. Nos casamos enseguida. Pero a los cinco meses muri¨® en combate". Fue duro, asegura, mujer enamorada con su esposo para siempre perdido. Y adem¨¢s, embarazada de su hija Dominique, hoy realizadora de televisi¨®n. Luego conoci¨® al corresponsal de guerra americano Meyer Levin (con ¨¦l rod¨® el documental Los ilegales y fue ¨¦l quien tradujo e introdujo su primer libro en EE UU) y con quien estuvo casada hasta su muerte en 1980; tuvieron dos hijos. "Uno poeta, otro fot¨®grafo". Me escribe sus nombres en la libreta para que les siga el rastro, sugiere: Mikael Levin, Gabriel Levin.
?Miedo tuvo alguna vez tereska? Nunca. Ni lo tuvo, ni lo tiene, asegura. "Y no hab¨ªa tantas depresiones entonces", comenta, a pesar de que ella incluye un suicidio en su novela. "La gente ten¨ªa mucho coraje, era admirable. ?ramos muy patriotas, era natural serlo, por eso me alist¨¦, y ellos, los londinenses, generosos, valientes, nos recib¨ªan con agradecimiento". Sin respiraci¨®n s¨ª que estuvo muchas veces. La narraci¨®n del desembarco de Normand¨ªa, por ejemplo, el momento de la liberaci¨®n, esas horas en que las mujeres empiezan a ser conscientes de que todo acaba al fin es intensa, liberadora. As¨ª lo sinti¨® ella ahora, 60 a?os despu¨¦s de escribirlo. Qu¨¦ mundo aquel. ?Cree en Dios, rezaba o reza? "Soy creyente, pero no practicante", dice. "Para m¨ª Dios representa la justicia, la libertad, todo lo bueno del mundo". Y ella, que es viajera empedernida y sigue activ¨ªsima (prepara otro libro sobre los falashas, los jud¨ªos de Etiop¨ªa), ha llegado hasta aqu¨ª tras 92 a?os de vida porque, afirma, siempre estuvo rodeada de ilusi¨®n, de artistas, de optimismo, aun entre bombardeos y fascismos y guerra cruenta. "Hoy creo en verdad que ese tiempo que yo viv¨ª era menos duro que ahora. Ahora es m¨¢s preocupante porque es muy peligroso", dice. "Anta?o sab¨ªamos bien qui¨¦nes eran los buenos y los malos. Ahora es dif¨ªcil distinguirlos".
'Mujeres de uniforme', de Tereska Torr¨¨s, se publica estos d¨ªas por Demipage.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.