La paz
Hac¨ªa alg¨²n tiempo que en Euskadi nos inquieta, m¨¢s que la violencia, la liturgia de su terminaci¨®n (eso que denominan "el relato"). El cese definitivo del terrorismo de ETA sit¨²a el conflicto en un espacio nuevo: lo lit¨²rgico, lo simb¨®lico. Y el conflicto se mantendr¨¢ (terco, interminable), pero circunscrito al universo de los s¨ªmbolos, a la pugna por conseguir el monopolio del pasado y de su interpretaci¨®n.
En pol¨ªtica no existe el arrepentimiento. En pol¨ªtica no existe el perd¨®n. La moral cristiana ofrec¨ªa ¨²tiles herramientas para la reconciliaci¨®n, a pesar de una dificultad de origen: que el arrepentimiento, como el perd¨®n, exigen una disposici¨®n personal, una conversi¨®n interior. Y son actos privados, actos profundamente individuales. No colectivos. En general, de lo colectivo nunca surge la verdad, s¨®lo propaganda y sugesti¨®n.
La cultura moral que ahora se impone rechaza el examen de conciencia, la introspecci¨®n, la humildad de saberse d¨¦bil e imperfecto. Extirpada la noci¨®n de pecado, la ¨²nica justificaci¨®n para censurar p¨²blicamente una conducta es su car¨¢cter delictivo. Pero ?qui¨¦n admite que ha cometido un delito? El car¨¢cter alicorto de ese universo ¨¦tico s¨®lo admite, al margen del delito, una categor¨ªa est¨²pida e irreal: la del error, haber cometido un "error". Con el tiempo, alg¨²n etarra acabar¨¢ reconociendo entre nosotros el "error" de haber asesinado a concejales, profesores o periodistas.
Sin embargo, entre el delito y el error, entre la trasgresi¨®n objetiva de la ley y la mec¨¢nica de la equivocaci¨®n, se halla el espacio de la conciencia, ese lugar del que el hombre moderno huye como de la peste, aterrado ante la posibilidad de verse sin retoques ante el espejo. C¨®mo podemos reconciliarnos si nadie recuerda el fundamento de la reconciliaci¨®n. C¨®mo podemos asumir que hemos obrado mal cuando se nos ense?a que ya no existe el mal. C¨®mo perdonar a nadie si en la escuela ni se menciona siquiera la palabra perd¨®n.
Los conflictos escenogr¨¢ficos que va a traer el cese de la violencia son una mera consecuencia del castrado universo moral en que vivimos. Por eso, al margen de ¨¦l, de espaldas a ¨¦l, en contra de ¨¦l, yo susurro a mis hijos que nunca dejen de saberse responsables de sus actos, que el mal y el bien existen, a¨²n m¨¢s, que ambos anidan dentro de ellos, y que deben ser leales a su conciencia antes que a los charlatanes del camino. Les recuerdo que son seres imperfectos y que a lo largo de la vida har¨¢n da?o a sus semejantes, a veces conscientemente y a veces sin querer. Y que el ¨²nico modo de liberarse del mal que hayan infligido ser¨¢ pidiendo perd¨®n. Del mismo modo en que, cuando ellos hayan sido da?ados, la verdadera paz s¨®lo ser¨¢ posible si tienen el coraje y el valor de perdonar.
Ya, hoy d¨ªa todo esto suena extra?o. De hecho nadie puede entenderlo. Nadie recuerda qu¨¦ quiere decir, ni siquiera Qui¨¦n lo dijo. L¨¢stima.
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