Moscas en telara?a
Las dos excajas de ahorro (la vendida y la arruinada) la conminan a seguir consumiendo y ofrecen cr¨¦ditos "ventajosos". Sin posibilidades de recapitalizaci¨®n y presa de morbosa curiosidad, V. se informa a trav¨¦s de una amable empleada que ya pone cara de candidata a la cola del paro: "Claro que seguimos prestando, es nuestro negocio". La viuda sin valor patrimonial no acredita solvencia suficiente, pero a su hijo mileurista precario le podr¨ªan "dar", convenientemente avalado, unos 6.000 al 11 o 12%. Peor lo tiene la treinta?era limpiadora por horas que no quiso estudiar porque ya viv¨ªa bien casada con un escayolista. Ahora ambos chapucean "sumergidos" y la hipoteca les angustia desde que el desahucio de una familia amiga cayera tan cerca. La deuda viva y el saldo vivo son bien distintos, y as¨ª no hay ni estabilidad, ni rigor, ni equilibrio presupuestario que valgan por m¨¢s pol¨ªtica de recortes que se aplique, bien dif¨ªcil por cierto cuando tienes hijas en secundaria. El sobrino G., de 24 a?os, sigue deprimido porque ha tenido que volver a la casa familiar y no sabe c¨®mo pagar¨¢ los plazos de aquel coche de alta gama (y baja cama) que con tanta alegr¨ªa compr¨® y le vendieron cuando estaba en la obra. Otro balance individual desastroso, una desviaci¨®n o desfase de presupuesto insalvable, una gesti¨®n de la deuda imposible y ninguna quita a la vista.
En el Bajo Imperio Romano, los acreedores esclavizaban a los deudores. Varias sacudidas econ¨®micas sucesivas (devaluaci¨®n del denario, crisis del comercio, agotamiento de las arcas p¨²blicas, inflaci¨®n...) acabaron por empobrecer a los peque?os agricultores, que hubieron de entramparse para poder continuar la producci¨®n. Finalmente, la ruina les oblig¨® a vender sus tierras a los grandes propietarios, y tambi¨¦n a arrendar su fuerza de trabajo en condiciones de semiesclavitud (el siervo de la gleba). Era el germen de la Edad Media y su estructura socioecon¨®mica.
Desde entonces se ha luchado mucho y han muerto bastantes por la dignidad del proletariado, pero no hemos sabido esquivar la tela de la ara?a.
Ahora somos muy libres, seg¨²n las constituciones y los tratados de soberan¨ªa econ¨®mica, pero pagamos intereses de usura. Tambi¨¦n hay estados cautivos porque otros hicieron de prestamistas, y Bruselas dice que al menos hasta dentro de 7 a?os no se resolver¨¢ la ingente deuda privada, que no es s¨®lo personal pero tambi¨¦n.
V., G. y el resto de la parentela se est¨¢n chupando las consecuencias del estallido de la burbuja y son hoy bastante menos aut¨®nomos en casa y el trabajo, si los tienen: a ver qui¨¦n se rebela contra la explotaci¨®n. En un tris emprendemos el camino de regreso al feudalismo. Mientras, los deudores de lujo (con cr¨¦ditos gratuitos que les han facilitado un tren de vida fastuoso e insolente), los especuladores y los trincones se van de rositas. Por cierto, ?d¨®nde guardar¨¢n sus ingentes ahorros los culpables de la desfeta? No ser¨¢ en los bancos y cajas que han dinamitado con su archimostrada incompetencia e infinita codicia...
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.