Mendoza en Polonia
Hace unos d¨ªas me fui del bloque en el que vivo al bloque del Este, donde ya no vive nadie, y acab¨¦ en Polonia. Por la ciudad vieja de Cracovia iba encontrando carteles que anunciaban la visita no de Jos¨¦ Tom¨¢s, sino de Eduardo Mendoza. Creo que desde las conferencias itinerantes de Charles Dickens y Mark Twain no se hab¨ªan vuelto a encolar pasquines con giras de escritores. Resulta que Mendoza es el autor espa?ol m¨¢s querido por los lectores polacos. Igual que aqu¨ª, all¨ª es inmensamente popular; pero no popular a la manera de Rajoy y Arias Ca?ete (por poner algo con rima). Lo es en una de las formas que dice el diccionario: lo conocido y aceptado por la gente en general, y eso es lo que pasa en Polonia con los libros de Mendoza. La gente los adora.
Toda literatura universal acaba pasando por lo polaco. Tanto La vida es sue?o, de Calder¨®n (el del teatro, no el arreglista de Nino Bravo), como Ub¨² Rey, de Jarry, centran sus escenas en una ficticia invasi¨®n de Polonia. La prisi¨®n del pobre Segismundo parece inspirada en la torre de la catedral de Cracovia donde se encuentra la campana de Segismundo, que fue durante siglos la m¨¢s grande de Polonia. Probablemente, Calder¨®n oy¨® campanas y tir¨® por all¨ª; pero tampoco hay que exigirle demasiadas precisiones al dramaturgo; tambi¨¦n Shakespeare se invent¨® su Navarra en Trabajos de amor perdidos. No en vano el barroco es pura invenci¨®n. La fantas¨ªa es, asimismo, una de las esencias de la literatura polaca. Desde El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, hasta las novelas de Stanislaw Lem, que fue nombrado hijo honor¨ªfico de Cracovia.
Estos d¨ªas andaban pidiendo firmas a lo largo y ancho de la ciudad para que se la designe capital literaria de Europa. Cracovia, con sus bandadas de grajas surfeando al atardecer sobre la calle de la Retoryka, es uno de los pocos lugares del mundo donde han residido al mismo tiempo dos premios Nobel de Literatura: Wislawa Szymborska, una poetisa que vende m¨¢s libros que los prosistas, y Czeslaw Milosz, un poeta enterrado en la iglesia cat¨®lica de la Roca, entre las sinagogas y los cementerios del barrio jud¨ªo.
En el n¨²mero 6 de la calle vecina de Boguslawskiego, una placa de bronce indica que all¨ª residi¨® el poeta. Es una parte de fachadas grandes, rotas y sucias, y de farolas negras y gruesas con el r¨®tulo de koniec sujeto a ellas cuando algo se acaba. Al otro lado de la colina donde se alzan el castillo real y la catedral, se pasean los curas con sotana y anorak por las calles del barrio viejo de Cracovia, y algunos bares ponen en las fachadas buzones po¨¦ticos. En otros, como la cafeter¨ªa Nowa Prowincja, se ve desayunar a la Szymborska, o a la poetisa Ewa Lipska, o al poeta Ryszard Krynicki. Pero donde vi aparecer a Krynicki fue en el Instituto Cervantes de Cracovia, durante la ceremonia de inauguraci¨®n de la biblioteca Eduardo Mendoza que aqu¨ª le han dedicado. Entonces, delante de la directora general del Cervantes, Carmen Caffarel, y del director de la sede, el poeta Abel Murcia, alguien record¨® que Mendoza hab¨ªa advertido que si no cortaba una cinta no pod¨ªa sentir que inauguraba su biblioteca, de modo que se extendi¨® una cinta roja y solemnemente Eduardo Mendoza tom¨® las tijeras y la cort¨®. El humor es lo que m¨¢s aprecia el lector polaco de Mendoza. En una charla que Tomasz Pindel, uno de sus traductores, dio a lo largo de las jornadas con que el Cervantes celebr¨® esta inauguraci¨®n, explic¨® que la obra de Mendoza empez¨® a tener mucho eco con la edici¨®n sucesiva de la trilog¨ªa del detective Ceferino (empezaron por la ¨²ltima, La aventura del tocador de se?oras), y que al principio los editores lo inclu¨ªan en colecciones de humor junto con Jerzy Kosinski y Jardiel Poncela. De tal modo lo anunciaban como el creador de un detective loco parecido a Tarantino y comparaban su Pomponio Flato con la Galilea de los Monty Python. Sin embargo, pronto se quedar¨ªan patidifusos cuando, con Mauricio o las elecciones primarias, descubrieron al Mendoza m¨¢s grave, aunque muchos lectores siempre esperan el nuevo libro divertido de Eduardo Mendoza.
Pero lo que anunciaban los carteles con la foto de Mendoza por las calles de Cracovia, entre los tranv¨ªas de cuando el comunismo y los carritos de roscos precel todav¨ªa m¨¢s antiguos, no era exactamente esto, sino su charla en una sala de la Escuela Superior de Teatro. Consist¨ªa en un encuentro sobre un escenario con Carlos Marrod¨¢n, hijo de exiliados de la Guerra Civil y gran traductor al polaco de Vargas Llosa, Garc¨ªa M¨¢rquez, Octavio Paz..., moderado por el director del Cervantes de Cracovia. Para entrar en aquella sala la gente hab¨ªa estado haciendo cola mucho tiempo. Cuando quedaron ocupados todos los asientos, el personal se puso en el suelo y en las escaleras o se qued¨® de pie, y fueron m¨¢s de 100 los que ni pudieron entrar. La mayor¨ªa eran j¨®venes, pero hab¨ªa tambi¨¦n ancianos y una pareja de monjas que se re¨ªa sin cortarse con las bromas irreverentes que a cada rato iban saliendo. Fue emocionante ver al final a Eduardo Mendoza en pie, en las tablas, recibiendo la ovaci¨®n de despedida de sus lectores polacos, sonriendo con los labios y los ojos apretados y las manos cogidas para devolverles el saludo. Luego se tir¨® en el vest¨ªbulo m¨¢s de dos horas firmando ejemplares. Todo el mundo hab¨ªa llevado uno y quer¨ªa que se lo dedicara. Una ni?a, estudiante de castellano, pudo convencer a su padre de que la llevara. Viv¨ªan en Lublin, a cuatro horas en coche, y se present¨® con Ri?a de gatos (que a¨²n est¨¢ sin traducir al polaco). Y una anciana le rog¨® que en vez de un libro le firmase dos porque, como bibliotecaria de la Biblioteca Militar, le garantizaba que aquellos dos ejemplares iban a leerlos miles de personas. Y otra lectora que viv¨ªa a 600 kil¨®metros de Cracovia le escribi¨® un correo a Marzena Chrobak, otra traductora de Mendoza, cont¨¢ndole que ella y su marido adoraban a este escritor y se le hab¨ªa ocurrido que quiz¨¢ un libro dedicado por ¨¦l podr¨ªa ser el mejor regalo para su esposo.
Esta era la tercera vez que Mendoza visitaba Cracovia. Cuando se despidi¨® le dijo a Virtudes de la Riva, la bibliotecaria del Cervantes: "Cu¨ªdame mi biblioteca, t¨² que est¨¢s aqu¨ª". Pero para entonces Virtudes ya estaba en las nubes porque hab¨ªa pasado un rato al lado de Eduardo Mendoza.
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