El oro rojo y la melancol¨ªa
Antiest¨¦ticos, en verdad horripilantes, son los productos surgidos de la moda actual centrada en los vampiros. Y me refiero tanto a los productos literarios (es un decir) como a los cinematogr¨¢ficos. Son feos, realmente feos; tan feos como la vida a medida que avanza como -lo que es peor por inesperado- el mundo actual. Lo lamentable es que han echado a perder una tradici¨®n art¨ªstica que, dentro de un g¨¦nero concreto, el relato de vampiros, cuenta con ejemplos nobil¨ªsimos. Ya sea en obras surgidas de la pura ficci¨®n o de realidad transfigurada por la leyenda y la imaginaci¨®n popular o po¨¦tica (juntas tan a menudo) las historias centradas en la b¨²squeda y obtenci¨®n del oro rojo, es decir, de la sangre como supremo elixir de lo absoluto, nos escalofr¨ªan el alma.
Los nuevos vampiros del cine han echado a perder una gran tradici¨®n art¨ªstica
La sangre de las adolescentes no evit¨® las arrugas a Erz¨¦bet B¨¢thory
Juventud, vida, energ¨ªa, todo cuanto implicara remedio contra la decrepitud y negaci¨®n de la muerte pod¨ªa estar contenido en aquel oro rojo: una gota de sangre. Creencia popular durante siglos, alimentada no solo por la superstici¨®n de los antiguos curanderos, sino tambi¨¦n, posteriormente. Por la importancia dada por la Iglesia cat¨®lica al ritual de la consagraci¨®n, momento en que el vino se convierte en la sangre de Cristo. La sangre, alimento esencial para los vampiros, seres de la noche surgidos de sus tumbas en busca del elixir de la vida. La sangre. Urgente necesidad para los vivos obsesionados por el af¨¢n de conservar la juventud, postergar la decrepitud f¨ªsica y ahuyentar a la muerte. En realidad, ambas criaturas, tanto las enterradas bajo tierra como las a¨²n habitantes de su superficie, buscaban lo mismo: sangre. Unas, las llegadas de lo m¨¢s profundo de la noche. La obten¨ªan a trav¨¦s de la seducci¨®n amorosa, del acto sexual con cotas de erotismo alcanzado casi ¨²nicamente por la poes¨ªa m¨ªstica. Las otras, las a¨²n moradoras del d¨ªa, la consegu¨ªan a trav¨¦s de la violencia y el crimen, de la muerte de sus v¨ªctimas. Las primeras, las pertenecientes al universo de la ficci¨®n, surgieron a la imaginaci¨®n humana como copias idealizadas de las segundas, las que abandonaron este mundo dejando tras de s¨ª cientos de cad¨¢veres desangrados, como el legendario Gilles de Rais. Tambi¨¦n surgi¨® de la leyenda la sin duda m¨¢s famosa novela protagonizada por un vampiro, Dr¨¢cula, del irland¨¦s Bram Stocker, que se inspir¨®, al parecer, en el sanguinario Vlad IV el Empalador, de Valaquia. Bela Lugosi, en la primera versi¨®n cinematogr¨¢fica de la obra, debida a Tod Browning, en 1931, fue el primero de una larga lista de actores que encarnaron al Conde Dr¨¢cula. Nacido en Transilvania, Lugosi sembr¨® el terror desde la pantalla, un terror elegante, que sigue persigui¨¦ndonos a lo largo de los a?os, pero super¨® el que, particularmente, me han producido siempre las criaturas femeninas de su misma misteriosa naturaleza: las vampiresas. Las vampiresas de la literatura occidental (no del cine, por cierto) infunden p¨¢nico, han sobrevivido a la muerte gracias a las dotes art¨ªsticas de las criaturas humanas a quienes supieron sorber no la sangre sino el don de la palabra, es decir, a las criaturas humanas que atinaron a darles vida eterna a trav¨¦s de la escritura inspir¨¢ndose, en ocasiones, en mujeres sorbedoras de sangre pero que acabaron muriendo en la realidad dejando una leyenda que encendi¨® la imaginaci¨®n de las gentes con sus cr¨ªmenes atroces, s¨ª, pero much¨ªsimo m¨¢s sofisticados que las burdas crueldades de sus cong¨¦neres masculinos.
Las protagonistas vampiresas de Carmilla, de Sheridan Le Fanu; de Clarimunda, de T. Gautier; de Lenore, poema de B¨¹ger escrito en 1773; de La novia de Corintio, de Goethe, son, al igual que la Geraldine de Christabel, poema de Coleridge, ecos de la existencia real de una mujer cuyas haza?as horrorizaron a las gentes de su ¨¦poca: la condesa Erz¨¦bet B¨¢thory, versi¨®n femenina de los citados Vlad Tepes o Gilles de Rais. La condesa B¨¢thory -"la condesa sangrienta" la llam¨® Alejandra Pizarnik en un bell¨ªsimo texto que, partiendo del exc¨¦ntrico personaje se convierte en un breve y maravilloso ensayo sobre la melancol¨ªa y el mal-, casada a los 15 a?os con un noble guerrero que jam¨¢s sospech¨® a qui¨¦n pertenec¨ªan los huesos sanguinolentos que sus enormes perros de caza ro¨ªan en el jard¨ªn, ni nunca oy¨® los alaridos de dolor que cientos de muchachas sometidas a tortura profer¨ªan en las mazmorras del castillo antes de morir mientras las sirvientas de la condesa acababan de extraerles la sangre en la que su se?ora se ba?aba para proporcionar a su cuerpo eterna juventud. M¨¢s de 600 j¨®venes sufrieron los m¨¢s crueles suplicios que la delirante imaginaci¨®n de las sirvientas de la condesa fueron capaces de idear para conseguir avivar un ¨¢nimo, siempre postrado, de su due?a. Pero ni la sangre de los cuerpos adolescentes pudo evitar la aparici¨®n de arrugas en el rostro de Erz¨¦bet B¨¢thory que, una vez descubiertos sus cr¨ªmenes, acab¨® sus d¨ªas encerrada en su castillo deshabitado, donde solo un r¨²stico se acercaba una vez al d¨ªa para proporcionarle alimento. Un alimento que no era el de sus deseos, el oro rojo, el ¨²nico capaz de aliviar su enfermedad. Una enfermedad llamada, en palabras de la poeta Pizarnik, melancol¨ªa.
All¨ª muri¨® Erz¨¦bet B¨¢hory, en el para ella horrible e incomprensible silencio de su castillo deshabitado, sin comprender qu¨¦ ley prohib¨ªa torturar, matar y desangrar a m¨¢s de 600 muchachas no pertenecientes a la nobleza. De hecho, parece que tampoco comprend¨ªa por qu¨¦ el sirviente que acud¨ªa a diario al castillo no le proporcionaba el remedio, el ¨²nico remedio, que durante a?os le alivi¨® sus terribles jaquecas: una paloma blanca muerta, pero a¨²n tibia, sobre la frente.
Nota: Existe una definici¨®n menos po¨¦tica, pero m¨¢s realista y actual del vampiro, dada por Voltaire en su Diccionario filos¨®fico (1794). El fil¨®sofo franc¨¦s, tras hablar de la leyenda del vampirismo que asol¨® Transilvania, concluye: "Entre 1730 y 1735 solo se oye hablar de vampiros; se les descubre en todas partes, se les arranca el coraz¨®n, se les quema... De hecho, se est¨¢ dando muerte a centenares de incautos cuando los verdaderos vampiros son los poderosos que chupan la sangre de los m¨¢s d¨¦biles, o los religiosos que abusan de la ignorancia del pueblo".
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