De Kooning, talento y desastre
Willem de Kooning ten¨ªa una idea proletaria del oficio de pintor. Era hijo de la due?a de una taberna de Rotterdam a la que acud¨ªan trabajadores del puerto. Emigr¨® a Estados Unidos como poliz¨®n en un barco de carga cuando ten¨ªa 22 a?os y entre los muchos trabajos que hizo para salir de la penumbra estuvo el de pintor de brocha gorda. Ten¨ªa una complexi¨®n poderosa de obrero, la talla corta, el pecho y los brazos musculosos, las manos grandes y fuertes. Durante una gran parte de su vida fue tan pobre que ¨¦l mismo se fabricaba los pocos muebles que necesitaba en su casa, buscando maderas en almacenes baratos o en solares de derribos. Cuando le faltaba dinero hasta para comprar lienzos pintaba sobre cart¨®n o sobre planchas de aglomerado. Cuando no pod¨ªa ni costearse tubos de ¨®leo pintaba con esmalte. Trabajaba ensimismado durante jornadas que pod¨ªan durar el d¨ªa entero y parte de la noche y cuando se daba un descanso acud¨ªa a la Cedar Tavern de University Place con los zapatos y los pantalones salpicados de pintura. Algunos de sus efectos visuales m¨¢s potentes los logr¨® usando brochas de pintor de paredes y abarcando la anchura del lienzo con todo el brazo extendido: pintando no con la mano, ni con la mu?eca, sino con el br¨ªo de todo el cuerpo.
Pintaba como un obrero manual, como un forzado, como un n¨¢ufrago que emplea toda su energ¨ªa en construir un mundo completo en el que solo habita ¨¦l mismo. Lleg¨® a Nueva York en 1926, resuelto a ser pintor, pero hasta finales de los cuarenta pr¨¢cticamente nadie le hizo ning¨²n caso, y ni siquiera entonces dej¨® de ser precaria su vida. De Kooning no es ese talento afortunado que desde sus primeros pasos parece que sabe c¨®mo ser¨¢ la madurez de su estilo y emplea todas las fuerzas para avanzar hacia ella. Desde el final de la adolescencia Picasso es ya tan plenamente Picasso que su maestr¨ªa abruma con una claridad insultante. A?o tras a?o, cuadro tras cuadro, en millares de hojas de cuaderno, en apartamentos ilegales sin calefacci¨®n ni agua caliente, Willem de Kooning pelea en una b¨²squeda agotadora que muchas veces no le lleva a ning¨²n sitio, aparte de a la imitaci¨®n de Picasso o de Arshile Gorky, su mentor y su amigo del alma. En sus a?os j¨®venes De Kooning pinta hombres de vol¨²menes desvanecidos y actitudes pasivas, de grandes ojos perdidos, y en ellos hay algo de la poes¨ªa de las figuras de Gorky y algo m¨¢s que es como una confesi¨®n de abatimiento y estupor. Parece que vive neutralizado por dos empujes contrarios, la posibilidad de una maestr¨ªa en el dibujo aprendida en Ingres y en Picasso y la inquietud de desaprender lo sabido y encontrar algo que no haya existido nunca, como hicieron Picasso y Braque y luego De Chirico, Stuart Davis, Gorky, Mir¨®, Chaim Soutine.
Cada uno de esos caminos posibles lo tienta. En cada uno se esfuerza premiosamente, y en los cuadros se nota la persistencia muchas veces exasperada del esfuerzo, como un peso de plomo que malogra el intento. De vez en cuando hay un atisbo de algo singular, no buscado premiosamente, logrado al azar del tanteo: ese atisbo es el hilo que lo llevar¨¢ m¨¢s tarde a la explosi¨®n de sus plenos poderes, y suele encontrarse m¨¢s en los dibujos que en los lienzos. Frente al lienzo, pintando al ¨®leo, el artista est¨¢ todav¨ªa demasiado r¨ªgido, como someti¨¦ndose a un examen frente al tribunal invisible de sus maestros. En el dibujo, en el formato menor, en el simple esbozo, la libertad salta como en esas notas r¨¢pidas tomadas por un escritor en las que habr¨¢ m¨¢s originalidad que en sus obras ya hechas.
Cuando llega el trance, la plenitud, entre mediados y finales de los a?os cuarenta, De Kooning ya es del todo quien ser¨¢ para siempre, quien no dejar¨¢ proteicamente de negarse e inventarse a s¨ª mismo, con la misma energ¨ªa f¨ªsica con la que arroja sobre el cuadro nuevas manchas, l¨ªneas, figuras, capas sucesivas, rasgadas luego para que aflore lo que qued¨® debajo, lo que est¨¢ siempre siendo modificado y tachado. Pod¨ªa pasarse horas sin hacer nada, mirando el cuadro desde una cierta distancia, con la brocha en la mano, fumando, escuchando m¨²sica. Una de las pocas veces que tuvo algo de dinero se lo gast¨® todo en un equipo de m¨²sica. Y de la inactividad contemplativa pasaba a una agitaci¨®n demente, a un deseo de sostener hasta m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites f¨ªsicos de los materiales la obra en marcha, el proceso inacabado del cuadro. Para que la pintura se mantuviera fresca la dejaba cubierta con anchas hojas de peri¨®dico al terminar la jornada. En alguna ocasi¨®n, al levantar los peri¨®dicos a la ma?ana siguiente, en el lienzo hab¨ªan quedado fragmentos de sombras tipogr¨¢ficas, titulares, anuncios, fotograf¨ªas. El contratiempo a?ad¨ªa al cuadro un collage inesperado.
La sexta planta del MOMA la ocupa entera la retrospectiva de De Kooning. El recorrido tiene toda la emoci¨®n y la tristeza final del arco de una vida completa, sobre todo si uno aprovecha para leer la biograf¨ªa del pintor que escribieron hace unos a?os Mark Stevens y Annalyn Swan. La canonizaci¨®n en el museo inevitablemente despoja la vida de un artista de su drama verdadero. Parece que los cuadros fueron surgiendo con naturalidad lineal seg¨²n el orden con el que cuelgan en las salas, contra el blanco prestigioso y as¨¦ptico de las paredes, y que uno por uno han encontrado sin esfuerzo el lugar indudable que les correspond¨ªa en la historia del arte, en el olimpo plutocr¨¢tico de las grandes casas de subastas.
Pero De Kooning es un pintor tan ind¨®mito que ni siquiera en ese espacio pierde su capacidad de sorprender y herir, de desconcertar, de exigir formas diversas de atenci¨®n. Stevens y Swan retratan a un hombre dominado por una inseguridad tan constante como la certeza de su vocaci¨®n, incapaz de acomodarse en lo que ya ha logrado y menos a¨²n en lo que otros esperan de ¨¦l, vulnerable a la indiferencia o a la hostilidad de la cr¨ªtica pero no a la arrogancia ni al halago. Fue abstracto y tambi¨¦n fue figurativo, y esa volubilidad le atrajo el anatema de los guardianes de la ortodoxia, que son m¨¢s r¨ªgidos cuanto m¨¢s se creen en la vanguardia. Trabajaba en su taller como un obrero en una f¨¢brica y de vez en cuando desaparec¨ªa en rachas de borrachera que pod¨ªan durar semanas y terminaban en las aceras de los peores callejones o en la sala de urgencias de alg¨²n hospital. Le gustaba dibujar con los ojos cerrados o mientras miraba la televisi¨®n. Cuando ten¨ªa 70 a?os vivi¨® un gran amor y fue pose¨ªdo por una fiebre de productividad de la que surgieron una tras otra y como sin esfuerzo una sucesi¨®n de obras maestras. A los 85 a?os, perdido en la demencia senil, tom¨® un pincel por primera vez en mucho tiempo. Se acerc¨® a un lienzo en blanco, pint¨® un peque?o c¨ªrculo. Lo rode¨® de otros c¨ªrculos conc¨¦ntricos, como en una diana. Se qued¨® mirando mucho rato, y luego dej¨® caer el pincel, y ya no volvi¨® m¨¢s al estudio.
De Kooning. An American Master. Mark Stevens y Annalyn Swan. Alfred A. Knopf, 2004. 731 p¨¢ginas. De Kooning: A Retrospective. MOMA. Nueva York. Hasta el 9 de enero de 2012. www.moma.org. antoniomu?ozmolina.es
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