El galerista que invent¨® Nueva York
La figura del m¨ªtico marchante Leo Castelli resurge con un libro y una exposici¨®n - Molde¨® las carreras de Warhol, Serra, Cy Twombly, Ellsworth Kelly o Jasper Johns
A mediados de los setenta estall¨® en Nueva York el esc¨¢ndalo que sac¨® a la luz los manejos del marchante Frank Lloyd con el legado de Mark Rothko. El caso que enfrent¨® a los herederos de Rothko con Lloyd se cerr¨® con una severa sentencia. Apremiado por el juez que instru¨ªa el caso, Lloyd hizo una afirmaci¨®n que no dejaba lugar a dudas acerca de cu¨¢les eran sus motivos: "Yo no colecciono arte, yo colecciono dinero". El litigio desvel¨® los engranajes de un negocio que en esencia consiste en traducir algo tan intangible como la creaci¨®n art¨ªstica pura en algo tan tangible como un cheque bancario. Leo Castelli (1907-1999), uno de los galeristas m¨¢s legendarios del siglo XX, ocupaba entonces un lugar central en el mundo del arte neoyorquino, pero su caso, altamente emblem¨¢tico entre los que ejercen su oficio, representaba justamente lo contrario. Se acaba de traducir al castellano Leo Castelli y su c¨ªrculo, extensa biograf¨ªa firmada por Annie Cohen-Solal, un libro apasionante que acomete con valent¨ªa y rigor la labor de desentra?ar el enigma de un hombre que cambi¨® las leyes del coleccionismo desde su m¨ªtica galer¨ªa del SoHo. A la ocasi¨®n editorial se suma estos d¨ªas otra expositiva: la Fundaci¨®n Juan March dedica en Palma una muestra-homenaje a Castelli a partir de nueve grabados de artistas de su galer¨ªa como Roy Lichtenstein, Ellsworth Kelly o Ed Ruscha.
Model¨® su oficio tras los pasos de Alfred Barr, visionario director del MoMA
"Nunca expuse a la figura clave en mi galer¨ªa: Duchamp", le gustaba decir
Leo Krausz naci¨® en Trieste en el seno de una familia de banqueros jud¨ªos de origen h¨²ngaro. Su padre, Ernesto, se cas¨® con una rica heredera, Bianca Castelli, tambi¨¦n jud¨ªa. Por exigencia de las leyes de Mussolini los Krausz tuvieron que italianizar el apellido en 1935. Leo disfrut¨® de una infancia feliz, que inclu¨ªa vacaciones de lujo contemplando tizianos en Venecia, y estancias en el Hotel des Bains, en el Lido. Solal-Cohen lleva a cabo un exhaustivo estudio de las circunstancias hist¨®rico-sociales que rodearon a la familia. El estallido de la primera conflagraci¨®n mundial llev¨® a Ernesto a trasladarse con los suyos a Viena en 1914. En 1918 la familia regres¨® a Trieste. Una d¨¦cada despu¨¦s, el ominoso ascenso de un antisemitismo cuya sombra se proyectaba sobre toda Europa empez¨® a hacer mella en la vida y la hacienda de los Krausz-Castelli, que se vieron obligados a una serie de exilios consecutivos. Tras estancias en Budapest y Bucarest, en 1935 se trasladaron a Par¨ªs a bordo del Orient Express. Durante los a?os de Bucarest, Ernesto oblig¨® a su hijo Leo a trabajar en una compa?¨ªa de seguros. Conoci¨® a Ileana Shapira, hija de un millonario jud¨ªo, con quien se cas¨®, y con quien formar¨ªa un t¨¢ndem formidable que dur¨® m¨¢s que su matrimonio.
En Par¨ªs, aunque los designios del Tercer Reich para con los jud¨ªos europeos no dejaban ya lugar a dudas, Leo e Ileana abrieron una galer¨ªa en la Place Vend?me, en la que exhibieron obras, entre otros, de Max Ernst y Dal¨ª, as¨ª como muebles y objetos de dise?o. El estallido de la II Guerra Mundial hizo que los Castelli buscaran refugio en Cannes. La ca¨ªda de Par¨ªs les oblig¨® a abandonar definitivamente Francia. Tras unas Navidades en Marraquech, atravesaron Espa?a camino de Nueva York. Corr¨ªa el a?o 1941. Una de las primeras cosas que hizo Castelli nada m¨¢s desembarcar en Ellis Island y obtener permiso para trasladarse a Manhattan fue visitar el MoMA. Nada volver¨ªa a ser como hasta entonces.
Annie Solal-Cohen describe con la misma minuciosidad que dedica a los a?os europeos el lento proceso de fermentaci¨®n que acab¨® por convertir a Leo Castelli en el galerista m¨¢s importante de su tiempo. El aprendizaje pas¨® por fases muy distintas, incluyendo tener que dirigir una f¨¢brica textil, de la que Castelli se escapaba en cuanto le resultaba posible, para sumergirse en los ambientes art¨ªsticos del Nueva York de la ¨¦poca. Castelli model¨® su oficio siguiendo de cerca la lecci¨®n de dos importantes figuras de la escena art¨ªstica neoyorquina: Alfred Barr, el visionario director del MoMA, y el cr¨ªtico de arte Clement Greenberg. De su mano llev¨® a su pr¨¢ctica un elemento de rigor ¨¦tico e intelectual distintivos de su conducta como galerista.
Los a?os clave de su lento aprendizaje neoyorquino, calificados por su bi¨®grafa como la d¨¦cada m¨¢s extra?a de su vida, fueron los que mediaron entre 1946 y 1956. Leo Castelli necesit¨® todo aquel tiempo para incubar su inequ¨ªvoca vocaci¨®n. Durante aquella ¨¦poca tambi¨¦n sufri¨® una radical transformaci¨®n el ambiente art¨ªstico de Nueva York. En 1957, con 50 a?os cumplidos, Castelli abri¨® su primera galer¨ªa, en su propia casa, para mostrar el trabajo de grandes maestros del modernismo europeo y estadounidense.
M¨¢s adelante vendr¨ªa la legendaria galer¨ªa del SoHo, ubicada en el n¨²mero 420 de West Broadway. Por espacio de cuatro d¨¦cadas, desde finales de los cincuenta hasta finales de los noventa, Castelli present¨® al mundo a algunos de los artistas estadounidenses m¨¢s importantes de su tiempo. La n¨®mina de purasangres que formaban parte de su establo con Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Frank Stella y Roy Lichtenstein a la cabeza, incluye a artistas del calibre de Ellsworth Kelly, Richard Serra, Donald Judd, Dan Flavin, Robert Morris, Ed Ruscha, Bruce Nauman, Cy Twombly, Andy Warhol, James Rosenquist y Claes Oldenburg. En el centro de la visi¨®n de Castelli hay una ausencia que explica su actitud general hacia el arte. Para ¨¦l todo empieza y acaba con Marcel Duchamp. "La figura clave de mi galer¨ªa es alguien cuya obra no he expuesto jam¨¢s, Marcel Duchamp. Los pintores que no han sido influidos por ¨¦l no tienen cabida aqu¨ª". La afirmaci¨®n permite desvelar al menos parcialmente el misterio. Castelli, como supo ver Jasper Johns nada m¨¢s conocerlo, "hab¨ªa nacido para vender, ya fuera una p¨®liza de seguros a s¨ª mismo o unas latas vac¨ªas que hab¨ªa que hacer pasar por arte". Pero eso, con ser parte esencial, no pod¨ªa serlo todo. A diferencia de lo que dijo de s¨ª mismo Frank Lloyd, Castelli no coleccionaba dinero, sino arte.
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