Letizia despu¨¦s de Urdangarin
El d¨ªa 1 de noviembre de 2003, la Casa del Rey anunciaba por sorpresa el compromiso del pr¨ªncipe Felipe con la periodista Letizia Ortiz. A mediados de diciembre del mismo a?o, este peri¨®dico decid¨ªa qui¨¦nes ser¨ªan los dos personajes del a?o: Sadam Husein y la futura princesa. Sadam pas¨® a la historia y a la posteridad de manera violenta; Letizia pasar¨¢ a la historia, si el sistema de nuestro pa¨ªs no se resquebraja, como reina de Espa?a. El peri¨®dico encarg¨® para su especial fin de a?o a quien esto escribe una semblanza sobre la prometida del Pr¨ªncipe. La tarea no resultaba sencilla: el entramado protocolario de La Zarzuela hab¨ªa blindado la relaci¨®n de Letizia Ortiz con la prensa. Imposible de cualquier manera acceder a la futura princesa que, desde el anuncio de su compromiso, hab¨ªa abandonado su piso del barrio de Valdebernardo y estaba ya viviendo en el palacio. Por otra parte, era sin duda estimulante ponerse a la tarea de reconstruir la vida de esta joven profesional a la que los mon¨¢rquicos tradicionalistas hab¨ªan descrito desde un primer momento como la mujer menos adecuada para acompa?ar al Pr¨ªncipe en un proyecto sentimental que, por su rara naturaleza, nunca puede excluir los compromisos de Estado.
Fueron muchos los art¨ªculos que le¨ª. Algunos pod¨ªan alcanzar la denominaci¨®n de libelos, por no ser m¨¢s que un encadenamiento de insultos que amparaban su tono denigratorio en una especie de sapiencia mon¨¢rquica, que en Espa?a, donde hay un rey sin corte y donde la monarqu¨ªa tuvo que reinventarse con la llegada del r¨¦gimen democr¨¢tico, resultaba rid¨ªcula. Los expertos torc¨ªan el gesto ante la llegada a la familia real de una chica sin experiencia aristocr¨¢tica y con un divorcio a sus espaldas; por su lado, los informadores maledicentes, esos que todo lo saben, aportaban ese tipo de datos ¨ªntimos que solo buscan mancillar la imagen de una persona. Letizia y su pasado: las historias oscuras de su tiempo en M¨¦xico, de su matrimonio fracasado, de otros posibles amantes. Letizia y su familia: el acoso a los abuelos maternos por el simple hecho de que fueran personas humildes, o el cerco a su madre y sus hermanas, que como hemos podido comprobar (incluyendo el episodio tr¨¢gico de la muerte de su hermana) jam¨¢s buscaron sacar provecho de su repentina y no buscada notoriedad. Hab¨ªa, seg¨²n alg¨²n conocedor de ese cogollito endog¨¢mico que constituye la aristocracia espa?ola, un clamor de indignaci¨®n materna por no entender que el Pr¨ªncipe hubiera puesto los ojos en una joven de la clase media.
Por suerte, en aquel diciembre de 2003, Letizia acababa de abandonar la vida period¨ªstica y era relativamente sencillo charlar con personas que la hubieran tenido por amiga o compa?era. Sus colegas me ayudaron a construir el retrato cre¨ªble de una mujer que pod¨ªa ser cualquier mujer de su entorno profesional: perfeccionista, periodista vocacional, obsesiva con el trabajo, ambiciosa, algo nerviosa, despierta, con una franqueza que en ocasiones pod¨ªa resultar cortante, y esa entendible vulnerabilidad de las mujeres guapas que se pasan la vida esforz¨¢ndose en demostrar su inteligencia.
Enternec¨ªa su empe?o en que sus apariciones fueran productivas. le frustraba que solo se apreciara el modelito
Aquel retrato vio la luz en un d¨ªa como hoy. Por supuesto, a la carcundia que la rechazaba por razones de clase no le gust¨® ver reflejados por escrito los motivos de su descontento, y de la progres¨ªa de aire republicano recib¨ª alguna carta en la que me expresaban su sorpresa por no haber sospechado jam¨¢s que yo fuera capaz de sentir simpat¨ªas hacia la Monarqu¨ªa. Ay, Espa?a. Todo ello por no hacer un retrato amargo, sarc¨¢stico o denigratorio de la joven novia del pr¨ªncipe Felipe, sino, creo, ajustado a la verdad.
A quien s¨ª debi¨® de agradarle fue a la propia Letizia, que, a trav¨¦s de una colega de televisi¨®n, me hizo llegar un mensaje de agradecimiento. El mensaje se materializ¨® en una cena que tuvo lugar en el piso que la historiadora y acad¨¦mica Carmen Iglesias, profesora del Pr¨ªncipe, tiene en el coraz¨®n del Madrid de los Austrias. Ahora no es un secreto, entonces s¨ª. La prensa del coraz¨®n rastreaba con celo de sabueso los pasos de los novios, y cuando llegamos a la cita ya hab¨ªa dos paparazi haciendo guardia enfrente del portal. De aquella velada, tan astutamente propiciada por Iglesias, ha quedado el recuerdo del envaramiento inicial, que se fue diluyendo poco a poco hasta alcanzar una naturalidad en la cena que ni mi marido ni yo hubi¨¦ramos sospechado. Cuando cruz¨¢bamos la ciudad de regreso a casa, compartimos, supongo que con algo de inocencia por nuestra parte, una misma sensaci¨®n: la de haber cre¨ªdo tener ante nosotros a dos personas que se quieren pero que van a ser para siempre prisioneros de un destino que escriben otros.
Alguna vez nos criticar¨¢n y tendr¨¢n raz¨®n", dijo el pr¨ªncipe, m¨¢s sereno ante las reacciones de la opini¨®n p¨²blica
Letizia pudo apreciar la dimensi¨®n que adquirir¨ªa cada una de sus palabras a partir del primer encuentro con la prensa: aquella ma?ana en que se oficializ¨® el noviazgo, se ense?aron los regalos del prometido a la prometida y viceversa, y en la que la novia, con un grado de naturalidad que luego ser¨ªa borrado en sus comparecencias p¨²blicas, le dijo al Pr¨ªncipe aquella frase tan com¨²n en cualquier pareja y tan extraordinaria entre parejas reales, "d¨¦jame hablar". Fue la ¨²ltima vez que Letizia reclamar¨ªa p¨²blicamente la palabra. No sabemos si de forma traum¨¢tica o progresiva, aquella joven profesional que hablaba a diario para millones de espectadores aprendi¨® a ser consorte silenciosa en la vida p¨²blica, con el sacrificio que eso conlleva para quien disfruta dando su opini¨®n.
La siguiente vez que tuve la oportunidad de ver a la pareja fue en Nueva York. En realidad, los hab¨ªa visto antes, el d¨ªa de su boda, pero, como todo el mundo sabe, las bodas reales se disfrutan mucho m¨¢s por televisi¨®n. De aquella jornada conservo una imagen de ellos no mayor al tama?o de esos novios de pl¨¢stico con el que adornan en las pasteler¨ªas el piso m¨¢s alto de la tarta nupcial.
Tras un a?o de matrimonio, los Pr¨ªncipes realizaron su primer viaje a Estados Unidos e hicieron acto de presencia en una gala en el Waldorf Astoria, en el Cervantes y en la ONU. Era enternecedor el empe?o que Letizia pon¨ªa en que sus encuentros fueran productivos y profesionales, y c¨®mo se frustraba al ver que la prensa solo apreciaba el modelito que hab¨ªa elegido para cada evento. Sospecho que ese desencuentro con quienes la juzgan siempre ha sido un motivo de disgusto para ella. Aquellos que valoran su presencia compar¨¢ndola con una esclava de la moda como es Rania de Jordania no demuestran mucha perspicacia calibrando qu¨¦ tipo de mujer es la princesa Letizia. Su manera de vestir es la de alguien para quien la ropa est¨¢ al servicio de los acontecimientos. Sin m¨¢s. Aunque no deja de ser evidente que durante estos a?os s¨ª se ha preocupado por suavizar los rasgos angulosos de su rostro, acentuados por una extrema delgadez propia de las personas de car¨¢cter nervioso.
En su presentaci¨®n a la prensa le dijo al pr¨ªncipe: "d¨¦jame hablar". fue la ¨²ltima vez que reclam¨® p¨²blicamente la palabra
Cuando la periodista Letizia le dijo a su prometido "D¨¦jame hablar", lo que deseaba era expresar ante los periodistas su admiraci¨®n hacia la Reina, la figura que ella hab¨ªa decidido tomar como ejemplo. Hay algo que ha debido aprender de la que (si ocurre como est¨¢ previsto) ser¨¢ su predecesora: a callar sin que parezca que est¨¢ callada, a callar de tal manera que d¨¦ la impresi¨®n de que est¨¢ interviniendo, a callar manteniendo la sonrisa y el gesto de inter¨¦s, a callar y a reservarse su opini¨®n para espacios muy ¨ªntimos.
Un s¨¢bado de aquel viaje a Nueva York, la pareja de pr¨ªncipes fue a Broadway a ver uno de los cl¨¢sicos, La calle 42. El fr¨ªo inconsolable del aire acondicionado del teatro les expuls¨® a mitad de la obra y fue entonces cuando me son¨® el m¨®vil. A la salida, por cierto, del estreno de La mala educaci¨®n, de Almod¨®var. Nos pod¨ªamos encontrar, propusieron, para tomar algo. Como en aquella ciudad no somos nadie, como tampoco sabemos c¨®mo se hace eso de reservar una mesa para los Pr¨ªncipes de Espa?a, optamos por ir al mismo restaurante al que vamos y al que popularmente se va a la salida del Lincoln Center, Fiorello's. S¨ª, el mismo restaurante en el que cen¨® Vargas Llosa con su familia al salir de la ¨®pera el d¨ªa en que le concedieron el Nobel, Fiorello's. Un cl¨¢sico donde, milagrosamente, siempre se encuentra sitio. Compartimos pizza, vino e intimidad. Si alguien de la clientela que nos rodeaba conoci¨® al Pr¨ªncipe hizo como que no. Tan solo un camarero mexicano le pregunt¨® si era quien ¨¦l cre¨ªa que era y a partir de ah¨ª nos trajo las viandas algo m¨¢s r¨¢pido de lo que suelen. Eso fue todo.
A esas alturas ya se hab¨ªa especulado con posibles embarazos de la Princesa, y la Princesa esperaba impaciente el momento mezclando, imagino, su deseo con la presi¨®n a la que era sometida. Los medios de comunicaci¨®n ya eran conscientes de la debilidad de Letizia por los medios de comunicaci¨®n. Por los peri¨®dicos, por Internet, por aquello que deb¨ªa leer y por lo que no. La prensa suele advertir en cualquiera sus aspectos m¨¢s vulnerables, y en Letizia capt¨® esa tensi¨®n transparente por su af¨¢n de mostrar una conducta irreprochable y llegar a alcanzar ese grado de "gran profesional" con el que el Rey ha descrito a la Reina. Esa c¨¦lebre definici¨®n, que denota reconocimiento hacia la consorte, pero tambi¨¦n una distancia que ha parecido siempre justificada por el rango, no est¨¢ presente en la nueva pareja real, que, m¨¢s de acuerdo con la generaci¨®n a la que pertenecen, trabajan con una mayor sinton¨ªa.
As¨ª me pareci¨® cuando los observaba de cerca en aquel restaurante neoyorquino bullicioso en el que, por su proximidad al Lincoln Center, sirven la comida estudiantes de canto. Letizia, la princesa, como es natural por su vocaci¨®n de periodista y por no haber nacido con todo dado, andaba preocupada por las cr¨ªticas. Felipe, el pr¨ªncipe Felipe, m¨¢s sereno ante las reacciones de la opini¨®n p¨²blica, m¨¢s proclive a aceptar lo que el curso de la vida les depare, dijo: "Alguna vez nos criticar¨¢n y tendr¨¢n raz¨®n". Y a m¨ª me pareci¨® de una inteligencia y una dulzura que le han de servir como escudo en un pa¨ªs en el que nada se da por descontado.
De nuevo les dijimos adi¨®s como se dice adi¨®s a quien emprende un viaje que ha de ser por fuerza proceloso. Y les animamos, en broma, por supuesto, a quitarse de en medio durante un tiempo a un rinc¨®n poco tur¨ªstico de Nueva York. Qu¨¦ f¨¢cil es recomendar la libertad cuando se tiene.
Por aquellos tiempos, la cr¨®nica social se centraba, entre todos los miembros de la Casa del Rey, en Letizia: la ropa, los esperados embarazos, las tensiones, las posibles crisis. En realidad, los periodistas del coraz¨®n o de sociedad no han dado tregua a la Princesa hasta que el caso Urdangarin ha sido ineludible incluso para la prensa m¨¢s ?o?a. Hubo un conato de colocarla en primera plana con esas fotos en las que mostraba unos brazos esquel¨¦ticos en el viaje a Chile, pero el peso del fiasco Urdangarin es insuperable. Cabe preguntarse, y por qu¨¦ no decirlo en p¨²blico, si parte de esa falta de indisimulada sinton¨ªa entre la infanta Cristina y la princesa Letizia no era el resultado de una manera de actuar poco ejemplar del duque de Palma que afectaba directamente al futuro de su marido, el Pr¨ªncipe.
Curioso es que el Rey, en su encuentro con los periodistas en el Congreso el d¨ªa de la investidura del nuevo Gobierno, y tras el aplauso provocado por un discurso en el que todos entendimos hab¨ªa una valiente referencia a los negocios de su yerno, reprochara a la prensa su tendencia a personalizar las cosas. Una manera absurda de dilapidar el buen efecto conseguido. Es cierto que la Monarqu¨ªa precisa de ritos y gestos un poco irreales para subsistir, pero dado que es un Estado democr¨¢tico quien ha de servirse de sus desvelos diplom¨¢ticos y su presencia conciliadora, no hay por qu¨¦ sobresaltarse ante la presencia de un heredero que no salv¨® la democracia pero que estudi¨® en Georgetown, que no se cas¨® con una gran profesional de la monarqu¨ªa sino con una profesional del periodismo y que la eligi¨® para trabajar a diario con ella, codo con codo. De momento, dicen los periodistas que les siguen de cerca, la presencia de Letizia ha sido beneficiosa.
Atenci¨®n medi¨¢tica
La princesa Letizia se sol¨ªa quejar de la falta de atenci¨®n de los periodistas hacia el cometido de sus viajes. "No se fijan m¨¢s que en el vestido que llevo o en cu¨¢l es la raz¨®n que me ha llevado a elegirlo para esa ocasi¨®n".
Pareja y equipo
El Pr¨ªncipe coment¨® delante de unos periodistas: "Letizia tiene que sonre¨ªr para que se aprecie que est¨¢ de buen humor. Sus rasgos son m¨¢s marcados y graves que los de la Reina, que tiene un gesto siempre amable". En la imagen, los Pr¨ªncipes de Asturias saliendo del Congreso de los Diputados despu¨¦s de que el Rey inaugurara la d¨¦cima legislatura el pasado martes.
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