La era de la fealdad
Algo m¨¢s ha ocurrido a lo largo de todos estos a?os alucinados, los a?os del delirio que dur¨® tanto y del que no parece que despertemos del todo; algo m¨¢s, aparte de la sinvergonzoner¨ªa, del despilfarro, de la arrogancia de los nuevos ricos, de la obsesi¨®n por los or¨ªgenes, de la creencia alentada por la clase pol¨ªtica de que se puede tener todo sin pagar por nada ni responsabilizarse de nada ni agradecer nada. Ahora se abren los ojos, ya sin remedio, y lo que se ve no es solo que de nuevos ricos hemos pasado a nuevos pobres, y que es a los d¨¦biles a los que les toca pagar las calamidades desatadas por los poderosos. Lo que se ve, adem¨¢s, es que en todos estos a?os, sin que nos di¨¦ramos mucha cuenta, nos ha ido rodeando e invadiendo un oc¨¦ano de fealdad, un oc¨¦ano que ocupa desde los paisajes que parec¨ªan m¨¢s deshabitados o remotos hasta el coraz¨®n de las ciudades. Es una fealdad p¨²blica y tambi¨¦n privada; una fealdad a escalas inmensas y en tama?os reducidos y no por eso menos viles; se la ve caminando por las calles y cuando se viaja en coche o en tren por esos alrededores cancerosos que nunca terminan y que incluyen siempre centros comerciales, pol¨ªgonos cimarrones en mitad de p¨¢ramos, barriadas compactas con torres de muchos pisos que nunca llegar¨¢n a ser habitados o urbanizaciones de adosados que se pierden en la lejan¨ªa, franquicias de comida basura, prost¨ªbulos con letreros de ne¨®n que parpadean d¨¦bilmente en los mismos secanos y bajo el mismo sol arcaico que tanto emocionaba a los estetas de la generaci¨®n del 98.
La fealdad de iniciativa privada y de peque?a escala lo asalta a uno desde la puerta de un bar del que sale una musiquilla de m¨¢quina tragaperras y un olor a fritangas, desde una de esas tiendas o bazares chinos, desde un atroz sal¨®n de juegos junto al que alg¨²n jubilado se agrava la bronquitis cr¨®nica poco antes de aplastar la colilla en el suelo y del volver adentro para dilapidar la pensi¨®n escuchando el Baile de los pajaritos. Es asombroso que trat¨¢ndose de una fealdad en la que intervienen tantos empe?os individuales el efecto general sea tan unitario: el mismo en una calle del centro de Madrid y en una del extrarradio, en el sur o en el norte, en nacionalidades hist¨®ricas dotadas de una identidad cultural que se remonta al paleol¨ªtico o a las cruzadas y en esas otras que se han ido apa?ando por imitaci¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Justo en ese tiempo en el que m¨¢s recursos se han invertido en recuperar identidades es cuando se ha logrado una unidad m¨¢s perfecta: la est¨¦tica espa?ola de lo desali?ado y lo pavoroso.
Casi no se puede decir, porque otro de los muchos logros de esta ¨¦poca ha sido el fomento de orgullos colectivos tan propensos al agravio que la menor cr¨ªtica conduce al linchamiento, al anatema y la excomuni¨®n. Pero en muchas ocasiones, en una capital o en un pueblo de mil habitantes, lo que sorprende, lo que casi estremece, es el grado y las variedades de fealdad que uno va encontrando. Pero a ver qui¨¦n es el valiente que da un nombre. La arquitectura popular ha sido arrasada casi en todas partes. Y lo que queda muchas veces es un monumento hist¨®rico rodeado de horrores, aislado del ecosistema en el que tuvo sentido. Queda el monumento, mal que bien, quedan las extensiones de bloques de pisos con cierres de carpinter¨ªa met¨¢lica y portales de falso m¨¢rmol, algunos de ellos aderezados con fantas¨ªas posmodernas de los a?os ochenta, quedan los pavimentos de granito y las calles sin aceras y con bolardos o chirimbolos y bancos p¨²blicos sin respaldo que a los arque¨®logos del porvenir les servir¨¢n para fechar la era Zapatero de principios del siglo XXI.
Y quedan otros dos rasgos fundamentales de dicha era: los llamados edificios emblem¨¢ticos o ic¨®nicos y la escultura de rotonda de tr¨¢fico. Ahora es bastante c¨®mico leer las cr¨ªticas tajantes, aunque retrospectivas, que empiezan a publicarse sobre las extravagancias arquitect¨®nicas de estos ¨²ltimos veinte a?os. Pero hasta que Ll¨¤tzer Moix public¨® en 2010 Arquitectura milagrosa el debate p¨²blico sobre tales delirios no hab¨ªa existido (o si exist¨ªa entre los arquitectos no llegaba a nosotros, la plebe no experta y no autorizada a juzgar), y nadie prestaba mucha atenci¨®n a detalles tan poco relevantes como los costes de la construcci¨®n y los del mantenimiento. La era Calatrava tambi¨¦n les resolver¨¢ problemas de dataci¨®n a los arque¨®logos del futuro lejano, y adem¨¢s les alegrar¨¢ las excavaciones con hallazgos abundantes, aunque en ocasiones dif¨ªciles de interpretar.
Pero quiz¨¢s el misterio arqueol¨®gico definitivo del pr¨®ximo milenio ser¨¢n las rotondas o glorietas de tr¨¢fico: el Stonehenge y el Machu Picchu y la isla de Pascua de la gran era de la fealdad p¨²blica espa?ola. Quiz¨¢s en Kazajist¨¢n o en Mongolia o en alguna otra rep¨²blica postsovi¨¦tica de Asia Central se encontrar¨¢n monumentos semejantes. Aproximarse por carretera a cualquier ciudad espa?ola es un horror m¨¢s o menos id¨¦ntico en el que no hay m¨¢s variaciones que el tama?o de las esculturas en las glorietas de tr¨¢fico y quiz¨¢s el perfil distante de la aguja de una catedral. Las hay abstractas y las hay figurativas. Casi todas ellas exaltan alg¨²n fundamento de la gloria local. Algunas recuerdan el gusto escult¨®rico de aquellos dos antiguos amigos de Occidente, Sadam Husein y Muamar el Gadafi. Alg¨²n historiador del arte con inclinaciones depravadas podr¨ªa hacer una tesis sobre ese fen¨®meno est¨¦tico.
Estoy impaciente porque se termine y se inaugure la que ser¨¢ probablemente la obra maestra de la escultura de glorieta. Ahora mismo las fotos la muestran todav¨ªa rodeada de andamios, en medio de un p¨¢ramo, pero no puede faltar mucho para que est¨¦ terminada. Recibir¨¢ a los viajeros que lleguen al aeropuerto de Castell¨®n, que fue inaugurado con gran pompa hace casi un a?o por las autoridades auton¨®micas y provinciales, pero en el que sigue sin aterrizar ni despegar ning¨²n avi¨®n. La escultura, obra del artista Ripoll¨¦s, es, seg¨²n la descripci¨®n del peri¨®dico, "un coloso de metal de 20 toneladas". Representa, en palabras del propio artista, "una figura a la que le saldr¨¢ de la cabeza un avi¨®n; ese es el germen y el esperma del nacimiento de la obra". Parece ser que se trata de un homenaje algo aleg¨®rico al expresidente de la Diputaci¨®n Provincial de Castell¨®n, de cuyo cerebro brot¨®, por citar al artista, el germen y el esperma de este aeropuerto.
Recordar que la escultura costar¨¢ 300.000 euros es sin duda una mezquindad. Qui¨¦n le pone precio al arte. Y al fin y al cabo ese gasto es una nader¨ªa en un aeropuerto que ha costado 150 millones de euros, y que costar¨¢ mantener 8 millones al a?o. En el caso no improbable de que ning¨²n avi¨®n llegue a aterrizar en ¨¦l, los vecinos de la zona podr¨¢n recrearse paseando buc¨®licamente por las pistas y admirando en silencio la escultura del artista Ripoll¨¦s. Quiz¨¢s dentro de mil a?os el coloso castellonense de 20 toneladas ser¨¢ una de las pocas reliquias visibles de nuestra era de la fealdad.
Arquitectura milagrosa. Haza?as de los arquitectos estrella en la Espa?a del Guggenheim. Ll¨¤tzer Moix. Anagrama. Barcelona, 2010. 288 p¨¢ginas. 18 euros. antoniomu?ozmolina.es
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