Sentencias
Los medios de comunicaci¨®n generamos dos frustraciones sobre los procesos judiciales. La primera consiste en que el periodismo persigue, con sus armas, un ideal de justicia que no se detiene ante las garant¨ªas procesales, sino que es expansivo, po¨¦tico, magm¨¢tico, compuesto de grandes palabras, enormes intuiciones y autos de fe. La segunda es que alimentamos, junto a la ficci¨®n, una idea de orden y sentido de la vida, combatiendo el absurdo existencial con l¨®gica narrativa, ¨¦sa que se sustenta en planteamientos, nudos y desenlaces, que, por desgracia, casi nunca pueden extrapolarse al mundo real.
El dolor de los padres que pierden a una hija adolescente es imposible de representar. No existe actor que pueda acercarnos ese ¨¢rido desamparo. El error est¨¢ en pensar que la justicia es un paliativo para esa circunstancia. Tendr¨ªa que ser sobrenatural, y no lo es. Lo que perseguimos es que haya justicia, que se apliquen las normas que nos hemos dado, es lo ¨²nico que podemos ofrecer a las v¨ªctimas inconsolables desde el sistema.
Todos construimos un relato del crimen de Marta del Castillo, en el que rellenamos con sospechas lo que nos faltaba. Era tal el impulso de justicia que nos mov¨ªa que olvidamos que ¨¦sta tambi¨¦n se somete a un rigor profesional. Por eso la abusiva tutela medi¨¢tica sobre estos asuntos provoca una frustraci¨®n enorme. La incapacidad para encontrar el cad¨¢ver, la tardanza en las primeras detenciones, las confesiones forzadas, las contradicciones, la debilidad de algunas pruebas. Tampoco las ficciones cient¨ªficas ayudan a ponderar las posibilidades reales de los cuerpos policiales, sus recursos limitados. Constantemente percibimos que solo la presi¨®n sobre los sospechosos de algunos cr¨ªmenes sin resolver nos regala resoluciones claras, all¨¢ donde la investigaci¨®n se muestra incapaz. Por todo ello, la sentencia del juez abre un mont¨®n de bocas incendiadas, pero ejemplifica muchas de nuestras frustradas aspiraciones. El peso de la prueba vuelve a ser la rigurosa verdad, m¨¢s all¨¢ de los impulsos naturales o las manipulaciones urgentes y populistas sobre leyes del menor o del mayor. La dignidad de ese dolor, su demoledora presencia culpable, nos exige mucho m¨¢s de lo que estamos acostumbrados a dar con nuestro ruido y nuestra furia.
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