Corruptores y corruptos
No hago mucho caso de las cartas que circulan por Internet, pero estos d¨ªas una de ellas llama la atenci¨®n. Su encabezamiento es "Ley de Reforma del Congreso", y el remitente, como sucede a menudo, pide el reenv¨ªo del texto a conocidos que pudieran estar de acuerdo con el contenido. En sustancia se trata de proponer un cambio constitucional que delimite estrictamente el estatuto del diputado, modificando m¨²ltiples aspectos de la condici¨®n actual. El propulsor o propulsores de esta idea quieren que el "representante del pueblo" deje de tener unos privilegios y excepciones que -se considera impl¨ªcitamente- han tenido consecuencias nefastas para la democracia. En lo fundamental se defienden medidas que limitar¨ªan draconianamente los juegos de intereses econ¨®micos en los que pueden verse inmersos los representantes de la ciudadan¨ªa. Se exige una radical transparencia. Tambi¨¦n el fin de la impunidad de los diputados, los cuales, durante su mandato, deber¨ªan responder ante los tribunales, como cualquier otro ciudadano, de aquellos delitos cometidos durante el ejercicio de su cargo. Se recuerda, por ¨²ltimo, que el servicio democr¨¢tico a la ciudadan¨ªa no es una profesi¨®n, de la cual deba sacarse rendimiento, sino una funci¨®n honorable que debe ser ejercida con dignidad y siempre provisionalmente, es decir, con una fecha de caducidad que d¨¦ paso a nuevos representantes.
Debemos dotarnos de leyes implacables que ahuyenten a los mercenarios de la pol¨ªtica
Curiosamente, me encontr¨¦ con esta carta -bien redactada, concisa, clara- una tarde en que estaba releyendo el libro de C. M. Bowra La Atenas de Pericles, un estudio esencial sobre la g¨¦nesis de la democracia ateniense en el que no dejan de encontrarse paralelismos con el presente. Tambi¨¦n Pericles, hombre culto y de elevados ideales, al que acompa?aba una justa fama de incorruptible, advirti¨® tempranamente que la corrupci¨®n era el enemigo por antonomasia de la nueva libertad. Pericles quer¨ªa que los representantes populares exhibieran una estricta honradez, ya que, precisamente, la deshonestidad y la codicia hab¨ªan abortado los anteriores intentos de instaurar una democracia en Atenas. Quer¨ªa, asimismo, que los elegidos en las votaciones pudieran ser juzgados en caso de transgresi¨®n y, ¨¦l mismo, pese a su prestigio, no escap¨® a las cr¨ªticas y a las multas por conductas, no deshonestas pero s¨ª desacertadas.
Pericles intuy¨® l¨²cidamente lo que la carta sobre la "Ley de Reforma del Congreso" denuncia 2.500 a?os despu¨¦s: el desmoronamiento de la honorabilidad p¨²blica de los pol¨ªticos ha sido catastr¨®fico para la democracia y ha facilitado el advenimiento de una oligarqu¨ªa que, en nuestra ¨¦poca, se enmascara en el burdo, y a la vez enigm¨¢tico, dominio de El Mercado. Es inquietante, en el actual escenario, que los salvadores que tienen que rescatarnos de los desmanes y de las incompetencias de los pol¨ªticos elegidos democr¨¢ticamente sean tecn¨®cratas que, como banqueros, estuvieron asociadosa los grandes especuladores que provocaron el colapso financiero de hace unos a?os. Esto, al menos, sucede en Grecia, Portugal, Italia y, si las informaciones de los peri¨®dicos son ciertas, tambi¨¦n parcialmente en Espa?a.
En el llamativo caso de Italia, El Mercado ha conseguido echar al hombre m¨¢s rico del pa¨ªs, el incombustible Berlusconi, frente al que la impotente oposici¨®n italiana hab¨ªa fracasado siempre. Inservible ya para los nuevos intereses, el corrupto Berlusconi ha sido sustituido por el tecn¨®crata Monti, del que se espera que sea honrado pero que procede del mundo de la alta especulaci¨®n de Wall Street. La oscura paradoja est¨¢ servida: hundida la honestidad de la clase pol¨ªtica, juzgada corrupta en una mayor¨ªa alarmante de pa¨ªses, se ofrece la tarea de salvaci¨®n a los corruptores, o a los que trabajaron al servicio de los corruptores. Atrapada en este c¨ªrculo vicioso, no es posible la supervivencia de la democracia.
Esta, creo, es la advertencia que nos hace llegar la carta sobre la "Ley de Reforma del Congreso". Y el f¨¢rmaco que ofrece, con el cual estoy por completo de acuerdo: ¨²nicamente restaurando la honorabilidad y confianza de los pol¨ªticos democr¨¢ticos podr¨ªa romperse aquel c¨ªrculo vicioso. Los corruptores nunca nos librar¨¢n de los corruptos, pero si logr¨¢ramos acabar con los corruptos entonces, quiz¨¢ s¨ª, podr¨ªamos hacer frente a los corruptores. La soluci¨®n, hoy, solo puede ser dr¨¢stica y -aunque sea un ferviente admirador de Atenas- espartana. Los representantes del pueblo, los diputados y los integrantes de otras instancias, deben ser alejados, por ley, de toda imagen de privilegio, de toda percepci¨®n de corruptibilidad por parte de la ciudadan¨ªa. Sea como sea, hay que instaurar una nueva silueta del delegado popular, alguien al que se respete por su idealidad -independientemente de su ideolog¨ªa- y al que se reconozca la grandeza democr¨¢tica de oponerse a los corruptores. Democracia u oligarqu¨ªa de los mercados.
La tarea no solo no es f¨¢cil sino que roza con lo imposible, especialmente en pa¨ªses como Espa?a, particularmente cobardes en el momento de mirarse en el espejo de la historia y hacer autocr¨ªtica. Sin grandes traumas judiciales y sin restituci¨®n de los bienes robados hemos asistido, con notable apat¨ªa, a toda la gama posible de la corrupci¨®n. Se ha gritado mucho en las tertulias y se ha sido escasamente eficaz en las instituciones. En la tragicomedia no falta, casi, ninguna pieza. Hemos tenido directores de la Guardia Civil ladrones; presidentes de instituciones musicales, estafadores; capos auton¨®micos que expoliaban el patrimonio a la vista de todos; y, ¨²ltimamente, como es sabido ad nauseam, un representante de la Familia Real que se ha dedicado presuntamente a cobrar durante a?os un impuesto revolucionario (o "mon¨¢rquico") a quien se le pusiera por delante. Sin embargo, esto no ser¨ªa nada, casos aislados que representar¨ªan el peaje que, a veces, hay que aceptar por la libertad, si no fuera por el clima de sospecha que se ha consolidado y que, en determinados pa¨ªses, entre ellos Espa?a, ha colocado a los pol¨ªticos (democr¨¢ticos) en lo m¨¢s alto del list¨®n de las preocupaciones ciudadanas.
Lamentablemente, la sospecha est¨¢ fundamentada. Los principales partidos que a¨²n rigen el pa¨ªs han albergado y amparado en sus huestes asombrosos casos de corrupci¨®n que casi nunca han denunciado con suficiente energ¨ªa; como no denunciaron durante largos lustros la especulaci¨®n inmobiliaria y bancaria que abri¨® las puertas de la cat¨¢strofe econ¨®mica. El ciudadano sospecha con raz¨®n cuando ve el destino econ¨®mico de tantos antiguos representantes del pueblo: bancos, consejos de administraci¨®n, jubilaciones milagrosas, c¨¢tedras nacidas por generaci¨®n espont¨¢nea, cargos fantasmales en fundaciones no menos fantasmales. Y se pregunta: ?qu¨¦ servicios se est¨¢n pagando?, ?qu¨¦ informaciones se est¨¢n cobrando? Incluida la pregunta m¨¢s delicada: ?d¨®nde est¨¢ la frontera que separa a corruptos de corruptores?
Tenemos que responder a esta vieja pregunta que, de alg¨²n modo, ya se hizo Pericles. Los tecn¨®cratas o los que sirvieron a la corrupci¨®n nunca salvar¨¢n la democracia. ?nicamente podemos salvarnos a nosotros mismos dando la espalda tanto a corruptos como a corruptores. Si no podemos, para que nos representen, elegir a los mejores -que ser¨ªa, desde luego, lo conveniente-, elijamos, cuando menos, a los dignos. Y como ya no podemos ser ingenuos debemos dotarnos de leyes implacables que, al ahuyentar a los mercenarios de la pol¨ªtica, aseguren tal dignidad.
Rafael Argullol es escritor.
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