Cambiar de acera
Muchos a?os despu¨¦s, o tal vez no tantos, unos 10, los de esa d¨¦cada en que tantos secretos comenzaron a revelarse, volviendo a casa una noche a trav¨¦s del coraz¨®n de Chueca, me lo encontr¨¦. Lo que en tiempos fuera pan¨ªculo adiposo parec¨ªa querer transformarse, sin ¨¦xito total, en m¨²sculo; el pelo ralo hab¨ªa sido recortado; la barba de barrio, frondosa y descuidada, hab¨ªa desaparecido; dos patillas de jovenzuelo le enmarcaban la cara y hab¨ªa cambiado las gafas met¨¢licas por unas de concha. Parec¨ªa otro, pero detr¨¢s del hombre customizado por las modas segu¨ªas encontr¨¢ndote la sonrisa acogedora de padre de familia, del buen hombre concienciado y batallador que yo hab¨ªa conocido 10 a?os antes, en mi barrio. Nos besamos y ¨¦l entonces llam¨® a un muchacho. No para present¨¢rmelo, sino para que se retirara del centro de la calle donde quedaban los ¨²ltimos valientes de una manifestaci¨®n. La polic¨ªa iba a cargar y era mejor retirarse. Yo le dije aquello que nunca se debe decir: "qu¨¦ guapo tu hijo", o sea, aquel ni?o que yo recordaba, una de esas criaturas que los padres llevaban a hombros en las manifestaciones de otro tiempo. El muchacho se acerc¨®, modernete, sin haber alcanzado a¨²n la categor¨ªa de hombre, y cuando ya no qued¨® m¨¢s remedio que encarar las presentaciones, el viejo camarada dijo: "es mi pareja". Menos mal que yo ya ten¨ªa mundo suficiente como para no meterme en el embarazoso jard¨ªn de pedir disculpas y pasamos a hablar de esos hijos reales que eran mayores que el muchachillo. Yo dije: "c¨®mo pasa el tiempo", que es una frase que no sirve para nada salvo para evitar pronunciar otra m¨¢s desafortunada. No es el ¨²nico caso que he conocido, pero s¨ª el que me hizo m¨¢s impresi¨®n, por aquello de que los varones militantes de izquierda solo entend¨ªan la apertura sexual en un sentido, no eran muy dados a las aventuras capilares (salvo la consabida barba) y eran refractarios a los cambios de acera. Siempre me ha producido satisfacci¨®n pensar que la vida ofrece segundos, terceros actos en los que es posible dar un giro que remedie los errores del pasado. El escritor John Cheever encontr¨® la comprensi¨®n de su mujer cuando, en una vejez prematura producto del alcoholismo, pudo convivir con su familia y con el que ser¨ªa un ¨²ltimo amor homosexual no clandestino. Pero tambi¨¦n me irritan esos abanderados de la confesi¨®n obligatoria, aquellos que disfrutan mal¨¦volamente pronunciando nombres de supuestos gais que prefieren seguir refugiados en su armario. Tengo viejos amigos gais con los que jam¨¢s he hablado ni hablar¨¦ nunca sobre el asunto. S¨¦ que mantienen un pudor generacional que en absoluto desear¨ªa vulnerar. ?No es el respeto al silencio la manera m¨¢s sutil de expresar el cari?o?
Siempre me ha dado satisfacci¨®n pensar que la vida permite dar un giro que remedie errores del pasado
He llegado a leer a militantes de la homosexualidad que se sorprenden porque haya gais de derechas
En los ¨²ltimos d¨ªas me encontr¨¦ en la prensa una pol¨¦mica interesante. Ten¨ªa que ver con la actriz Cynthia Nixon, s¨ª, esa, esa pelirroja de las cuatro chicas de Sex and the City. Actriz desconocida para el p¨²blico espa?ol hasta que se hizo popular gracias a la serie, pero en Estados Unidos considerada una int¨¦rprete muy solvente y uno de esos casos raros en que una ni?a prodigio, como ella fue, contin¨²a trabajando en los singulares a?os de la adolescencia y se reconvierte en una gran actriz madura gracias a no haber ca¨ªdo en la trampa de ejercer de t¨ªa buena con fecha de caducidad. Cynthia Nixon, tras a?os de matrimonio con hijos, se divorci¨® y se emparej¨® con una mujer con aspecto de chicarr¨®n de Minnesota. Lo que podr¨ªa haberse considerado entre los c¨ªrculos l¨¦sbicos (o bolleriles, como preferir¨ªan mis amigas del gremio) como una victoria hist¨®rica, se convirti¨® en pol¨¦mica agria de la manera m¨¢s boba. De la misma manera que hay recalcitrantes heterosexuales que temen a la homosexualidad como si esta se pudiera contagiar, tambi¨¦n hay en ese colectivo del otro lado de la calle una exigencia moralista a ser de una sola pieza. A la se?ora Nixon no se le ocurri¨® otra cosa que atreverse a decir que no se trataba de que ella hubiera estado ocultando su verdadera identidad sexual durante toda su vida. Eso, dec¨ªa, me dejar¨ªa en un papel de boba, de inconsciente. La actriz afirmaba haber amado a su marido y a otros hombres con los que tuvo affaires. El colectivo l¨¦sbico, como una madre autoritaria de mil cabezas, le ech¨® una buena bronca: si Cynthia aseguraba que su lesbianismo es una opci¨®n, le da la raz¨®n a aquellas personas que piensan que la homosexualidad se puede curar. Blanco o negro, ya se sabe. Pero la se?ora Nixon no cede un mil¨ªmetro ni permite que nadie analice las razones de su coraz¨®n. Quiere que sus hijos piensen que fueron el fruto de un amor verdadero con un hombre, igual que lo es el beb¨¦ que ahora acaba de tener con su nueva mujer. Siempre sorprende la presi¨®n de los colectivos: por un lado, quieren defender a sus pares, pero, por otro, les exigen que no se salgan de la plantilla, que sean siempre fieles a sus inclinaciones, que no crucen la acera, que no se contaminen. Incluso he llegado a leer por esas redes de Dios a militantes de la homosexualidad que se sorprenden, incluso se indignan, porque haya gais de derechas. Como si la tendencia sexual llevara impl¨ªcito el partido al que votas. Por fortuna, el coraz¨®n tiene razones que la raz¨®n no entiende. -
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