Recuperar la soberan¨ªa perdida
Para volver a ser plenamente due?os de nuestro destino tenemos que desendeudarnos
Los acuciantes problemas de las ¨²ltimas semanas han acaparado la atenci¨®n de todos, pero pasados (por el momento) los apremios del corto plazo es conveniente preocuparse por el medio y largo plazo de nuestra econom¨ªa. No existen en Espa?a instituciones dedicadas a este fin, cuyas reflexiones y an¨¢lisis hubieran podido ayudar a definir los intereses nacionales b¨¢sicos y a facilitar la toma de decisiones de los actores econ¨®micos. Curiosamente, en el momento de la Transici¨®n exist¨ªan m¨¢s centros de estudio, reflexi¨®n y debate sobre las grandes opciones econ¨®micas de los que existen ahora, cuando todo se subordina a las necesidades de un ciclo pol¨ªtico permanentemente dominado por el corto plazo.
Carecemos de un diagn¨®stico compartido de la situaci¨®n de nuestra econom¨ªa, por lo que la demagogia tiende a colarse por todos los resquicios, dificultando el enfoque racional de los problemas. Tras 35 a?os de democracia, en Espa?a falta una cultura del di¨¢logo, por lo que es muy dif¨ªcil definir lo que nos une. Es posible que ello se deba a la ausencia de consenso sobre las cuestiones b¨¢sicas, pero tambi¨¦n es posible que el funcionamiento de nuestras instituciones, la hiperpolitizaci¨®n de la mayor¨ªa de los problemas, impida hallar un consenso del que ni siquiera sabemos si es posible alcanzarlo.
Tras 35 a?os de democracia, en Espa?a falta una cultura del di¨¢logo, por lo que es muy dif¨ªcil definir lo que nos une
Sea como fuere, pocos discuten hoy d¨ªa que la crisis por la que atravesamos es una crisis de endeudamiento y que, como tal, ser¨¢ larga de superar pues no existen soluciones milagrosas en este terreno. Hay que volver al punto de partida, que no es otro que hacer frente a la deuda que nos ha dejado el estallido de la burbuja financiera. Una parte de esta deuda se encuentra vencida y no pagada en los balances de las cajas de ahorros y en menor medida en los de los bancos. A este respecto conviene recordar que estas instituciones no hacen sino intermediar entre los ahorradores y los demandantes de cr¨¦dito. Son estos los ¨²ltimos responsables de sus deudas. En realidad, los sacrificios y esfuerzos que se piden ahora a la sociedad en su conjunto son la contrapartida de los impagos anteriores de ciudadanos, empresas e instituciones p¨²blicas.
Lo anterior no significa que los intermediarios financieros hayan sido prudentes en sus actuaciones: ha habido excesos por doquier y se han dado muchos cr¨¦ditos que no se deber¨ªan haber dado. Muchas familias y empresas se endeudaron imprudentemente, confiando en que la prosperidad no tendr¨ªa fin; muchos promotores se embarcaron en proyectos sin sentido pensando que el aumento de los precios cubrir¨ªa sus apuestas; muchos ayuntamientos calificaron terrenos para cobrar plusval¨ªas y se embarcaron en equipamientos sociales sin saber si habr¨ªa usuarios y si podr¨ªan hacer frente a los gastos de mantenimiento; muchas comunidades aut¨®nomas contrataron a decenas de miles de funcionarios y se embarcaron en proyectos fara¨®nicos sin utilidad social alguna, y el propio Gobierno de la naci¨®n invent¨® el c¨¦lebre Plan E (20.000 millones de euros), cuyo principal exponente en Madrid fue el traslado de sitio de la estatua de Col¨®n. Esta es la contrapartida de las ayudas financieras que ahora solicitamos. Si no conseguimos refinanciar nuestras deudas, la alternativa es la suspensi¨®n de pagos y la quiebra.
Muchas familias y empresas se endeudaron imprudentemente, confiando en que la prosperidad no tendr¨ªa fin
Pero todo esto es el pasado, y no sirve de nada recrearse en ¨¦l salvo para extraer las lecciones que sean pertinentes. Pedir un esfuerzo a los ciudadanos sin explicar los problemas a fondo, mirando ¨²nicamente al pasado, puede ser interpretado como un castigo colectivo. Sin embargo, el esfuerzo tambi¨¦n puede presentarse como un intento razonable de preservar el porvenir de nuestros hijos alivi¨¢ndoles la carga de una deuda que no tendr¨¢n m¨¢s remedio que asumir. Los mercados nos obligan ahora a ajustar nuestros desequilibrios con premura y la falta de di¨¢logo, de diagn¨®stico y de conocimiento de cu¨¢les son nuestros intereses nacionales b¨¢sicos a largo plazo hace que las medidas adoptadas aparezcan como incoherentes y sin una finalidad clara. Es innegable que la falta de explicaci¨®n y los errores cometidos en la administraci¨®n de esta crisis aumentan esa sensaci¨®n. Pero no es menos cierto que la mayor¨ªa de las medidas que se han adoptado eran necesarias.
En el camino recorrido desde hace unos meses hemos dejado muchos jirones. Para un ciudadano espa?ol, el espect¨¢culo de ver debatir nuestros problemas por el Parlamento alem¨¢n o el finland¨¦s plantea la cuesti¨®n esencial de nuestra soberan¨ªa e independencia. La integraci¨®n en la Uni¨®n Monetaria nos ha proporcionado m¨¢s beneficios que p¨¦rdidas, pero la transferencia de soberan¨ªa que consentimos entonces fue hacia una instancia superior en igualdad de condiciones para todos. Por eso es necesario avanzar en la uni¨®n econ¨®mica, fiscal y pol¨ªtica: no hemos cedido soberan¨ªa a esta o aquella naci¨®n, sino a una instituci¨®n que estamos construyendo entre todos y que se llama Uni¨®n Europea.
Para volver a ser plenamente due?os de nuestro destino tenemos que desendeudarnos. Por mucho que algunos lo sue?en, los deudores no suelen imponer las condiciones a los acreedores. La condici¨®n b¨¢sica para recuperar nuestra libertad de movimiento y nuestras opciones de cara al futuro no es otra que el pago de las deudas, y para ello el ¨²nico camino que tenemos abierto es el del aumento de las exportaciones de bienes y servicios. La pol¨ªtica econ¨®mica actual ser¨ªa mucho mejor comprendida por todos si se marcara como objetivo pol¨ªtico recuperar el pleno dominio de nuestro destino por la v¨ªa del desendeudamiento y del aumento de las exportaciones. Se trata de un objetivo pol¨ªtico de primera magnitud y es, adem¨¢s, una condici¨®n b¨¢sica para la subsistencia de nuestras empresas.
El espect¨¢culo de ver debatir nuestros problemas por el Parlamento alem¨¢n o el finland¨¦s plantea la cuesti¨®n esencial de nuestra soberan¨ªa e independencia
Desde esta perspectiva, lo ocurrido en los ¨²ltimos meses permite un cierto optimismo pues, a pesar de todas las dificultades de unos mercados exteriores con escaso crecimiento, nuestras empresas est¨¢n consiguiendo mantener, e incluso aumentar ligeramente, su cuota de mercado en el exterior. A finales de este a?o es muy probable que registremos un excedente en la balanza de bienes y servicios, lo que supone un logro importante, especialmente si tenemos en cuenta que en 2008 el d¨¦ficit en este cap¨ªtulo fue de 60.000 millones de euros. Es cierto que la mejora del saldo exterior se debe en parte a la ca¨ªda de la demanda interna, pero no es menos cierto que estamos en el buen camino aunque quede mucho por hacer para terminar con la pesadilla de las refinanciaciones en unos mercados que nos las niegan o nos cobran unos precios exorbitantes por ellas.
Todo ser¨ªa m¨¢s sencillo si existiera un diagn¨®stico com¨²n, si se organizara un debate razonable sobre las opciones de que disponemos. Y si, a partir de ese diagn¨®stico compartido, se intentara llegar a acuerdos pol¨ªticos que facilitaran el ajuste y que permitieran entrever una v¨ªa de salida de la crisis. El tiempo apremia, y lo que est¨¢ en juego no es, ni m¨¢s ni menos, que la recuperaci¨®n de nuestra soberan¨ªa nacional.
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