El fatalismo de la desigualdad inevitable
Las preferencias del conjunto de la sociedad deben pesar m¨¢s que las de los muy ricos
La desigualdad econ¨®mica es posiblemente el fen¨®meno m¨¢s perturbador al que se enfrentan en este inicio del siglo XXI los sistemas pol¨ªticos democr¨¢ticos de nuestros pa¨ªses, as¨ª como tambi¨¦n el propio sistema de econom¨ªa de mercado, el capitalismo.
La raz¨®n es que la desigualdad es un poderoso disolvente del pegamento que una sociedad pluralista y una econom¨ªa de mercado necesitan para poder funcionar de forma eficaz. La materia de ese pegamento invisible es la confianza social. Esa confianza es la que facilita la cooperaci¨®n tanto en el seno de la sociedad como en el de las empresas. En la medida en que disminuye la confianza, la desigualdad impide la cooperaci¨®n y la existencia de un proyecto de futuro compartido.
En este sentido, quienes se deber¨ªan preocupar m¨¢s por la desigualdad son los partidarios de la libre empresa. Tienen que recordar que el n¨²cleo moral que legitima el sistema de econom¨ªa de mercado no es la rentabilidad ni la eficiencia, sino las oportunidades de progreso social que es capaz de ofrecer, especialmente a aquellos que m¨¢s las necesitan.
Para aquellos para los que este argumento moral no sea suficiente, hay que recordar que la desigualdad tambi¨¦n perturba el crecimiento econ¨®mico. La investigaci¨®n acad¨¦mica y de instituciones como el FMI o la OCDE de los ¨²ltimos a?os es concluyente: la desigualdad da?a el crecimiento y hace al capitalismo m¨¢s vol¨¢til, m¨¢s maniaco depresivo de lo que ya lo es por naturaleza.
Sin embargo, la desigualdad no est¨¢ en la agenda pol¨ªtica de los Gobiernos. Este es un hecho sorprendente y hasta intrigante.
?C¨®mo explicar este desinter¨¦s del sistema pol¨ªtico tradicional por la desigualdad?
Existen dos posibles explicaciones, no excluyentes entre s¨ª.
La primera es que, conscientes o no, las pol¨ªticas de los Gobiernos est¨¢n respondiendo m¨¢s a las preferencias de los muy ricos que a las del resto de la sociedad. A medida que la desigualdad ha ido aumentando a lo largo de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas, la capacidad de influencia pol¨ªtica de los muy ricos ha ido aumentando. Un ejemplo paradigm¨¢tico es la agenda fiscal m¨ªnima que, desde EE?UU, se ha ido imponiendo en todos los pa¨ªses desarrollados. Pero hay otros muchos ejemplos.
Es un hecho que los ricos son m¨¢s influyentes a la hora de introducir sus intereses y preferencias en la agenda pol¨ªtica. Lo que no est¨¢ claro es c¨®mo lo consiguen. La v¨ªa parece ser la desigualdad en la representaci¨®n pol¨ªtica. De la misma forma que los economistas calculan el ¨ªndice de Gini para medir la desigualdad econ¨®mica, algunos polit¨®logos han buscado calcular un ¨ªndice de Gini de la desigualdad de representaci¨®n pol¨ªtica. Los resultados son muy ilustrativos. Cuanto menos representativas son las c¨¢maras altas de un pa¨ªs, mayor es la desigualdad.
La segunda explicaci¨®n es que los Gobiernos han aceptado sin m¨¢s la idea de que la desigualdad es una consecuencia inevitable del juego de las fuerzas del mercado frente a la que no se puede luchar. Esta creencia est¨¢ muy extendida, especialmente entre los economistas y las ¨¦lites. Por un lado, las nuevas tecnolog¨ªas y la rob¨®tica inteligente producir¨ªan una inevitable desigualdad de ingresos entre los m¨¢s y menos capacitados en el dominio de estas tecnolog¨ªas. Por otro, la globalizaci¨®n, en la medida en que pone a competir a los trabajadores de distintos pa¨ªses, reducir¨ªa de forma inevitable los ingresos de los trabajadores de pa¨ªses con salarios altos. Las fuerzas del mercado actuando como la fuerza del destino en la tragedia griega cl¨¢sica.
Este fatalismo de la desigualdad inevitable no tiene fundamento. Los Gobiernos pueden influir en las pautas que siguen el progreso t¨¦cnico y la globalizaci¨®n. Esas fuerzas ya operaron en el pasado y, con la ayuda de pol¨ªticas e instituciones sociales y regulatorias adecuadas, fueron fuentes de progreso social y de aumento de oportunidades para todos. Las fuerzas del mercado se comportan como un caballo de carreras, que dejado a su libre albedr¨ªo puede ir hacia cualquier lugar, pero embridado puede llevarnos a la meta que deseemos.
Las causas fundamentales del crecimiento de la desigualdad no est¨¢n en las fuerzas del mercado, sino en los cambios pol¨ªticos que tuvieron lugar a partir de finales de los a?os setenta. Esos cambios no eran inevitables. Y son reversibles.
De hecho, la fotograf¨ªa de la evoluci¨®n de la desigualdad en los pa¨ªses desarrollados ofrece caras muy diferentes. All¨ª donde las pol¨ªticas operaron en la direcci¨®n adecuada, esas fuerzas del mercado no han producido mayor desigualdad. Al contrario, se ha logrado reducirla. Por desgracia, ese no es el caso de Espa?a, que se ha puesto a la cabeza de la desigualdad en la UE.
No hay ning¨²n fatalismo en las fuerzas del mercado. El crecimiento de la desigualdad no es una tendencia inevitable.
Pero que no sea inevitable no significa que vaya a ser f¨¢cil revertirla. Se necesitar¨¢n pol¨ªticas y acciones de muy diferente tipo. Probablemente lo m¨¢s importante es lograr que las preferencias del conjunto de la sociedad pesen m¨¢s que las de los muy ricos en las prioridades de las pol¨ªticas p¨²blicas. Para ello, la representaci¨®n pol¨ªtica en nuestras instituciones tiene que reflejar mejor las preferencias de las clases medias y trabajadoras.
Tengo para m¨ª que ese es el sentido de la fuerte demanda de cambio pol¨ªtico que hay en Espa?a. Por eso, la pr¨®xima legislatura deber¨ªa ser profundamente reformista.?
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Econom¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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